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República Constitucional: El libro de Enrique de Diego que te abrirá los ojos a la realidad de España

Redacción




Mike Sala.

Enrique de Diego, periodista escritor, comunicador y director del diario digital Rambla Libre ha publicado recientemente un breve libro titulado República Constitucional al que el autor define como “libro de combate”. La finalidad de este su más reciente libro es bien clara: presentar al lector, de un modo coloquial y directo, los fundamentos del pensamiento y la obra de Antonio García-Trevijano como alternativa en tiempos de emergencia no solo sanitaria; también social, política, económica y moral en la que nuestra nación está sumida por culpa de la casta política, de quienes  gobiernan y financian a esa casta, y de una parte no pequeña de un pueblo español que ha vendido su alma al sectarismo político, al subsidio, a la ausencia de razón y de valores y al conformismo ante el delito y la fatalidad. Un momento especialmente grave en el que el actual gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dirige el rumbo de la nación hacia una tenebrosa dictadura comunista.

República Constitucional reúne propuestas que resultan muy oportunas y necesarias en la delirante actualidad española. Primero, desafía al lector a que sea capaz de reconocer que vive secuestrado en un sistema político en el que él no está representado en absoluto, por mucho que sea convocado a votar en cada periodo electoral

Y segundo, sigue desafiando al lector para que rompa el nefasto prejuicio sobre el republicanismo, pergeñado durante demasiado tiempo por quienes defendieron la dictadura porque el pueblo no sabría qué hacer con su libertad, por quienes siguen apoyando a la monarquía aunque los hechos de ésta la hayan mostrado sobradamente corrupta e ineficaz, por quienes asumen para sí la idea de república como reflejo de lo que fue una república de frente popular, crímenes, asesinatos y el inevitable resultado de confrontación civil como algo deseable para imponer sus ideas, y por quienes desde su ignorancia no conciben ni reconocen que una república constitucional y presidencialista, con limitación de mandatos, representación popular auténtica y separación efectiva de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, libres de interferencias partidarias y privadas,  es el medio idóneo para garantizar el bienestar de la ciudadanía en un sistema de igualdad de oportunidades bajo el imperio de una ley justa e igual para todos.

Leyendo entre líneas, uno llega a la conclusión de que ahora es el momento de romper el muro de prejuicio e ignorancia que durante tantas décadas las castas dominantes han construido, fortalecido y elevado para encerrar a los españoles en el redil de la obediencia y la ignorancia y proporcionarles una sensación de falsa seguridad. Y las castas lo han conseguido. Mantienen prisioneros y en la inopia a una enorme mayoría de  nuestros compatriotas. Finiquitado el régimen de Franco, los antiguos estamentos de poder y los nuevos que comenzaban a materializarse comprendieron que si querían seguir manteniendo el control de la nación como herramienta imprescindible para seguir saqueando a los españoles, debían tomar la iniciativa en esa etapa incierta que bien pronto sería denominada como “la Transición” y que una vez superada, sería presentada al mundo entero como un ejemplo de cómo un país había logrado dar el gran salto desde una dictadura a una democracia, sin enfrentamiento civil y con el consenso de todos los grupos políticos.

Pero lo que se vendió como un ejemplo de convivencia y reconciliación no dejaba de ser, en la más innegable y triste realidad, el apuntalamiento de un nuevo sistema político para España, en el que un rey bajo sospecha de no pocas intrigas y con un pasado manifiestamente mejorable, una monarquía parlamentaria a la que ni un solo español había votado como sistema de gobierno, y una constitución del 78 que, bajo apariencia de modernidad, perpetuaba el sistema de privilegios de unos españoles sobre otros, y que cimentaba a esas castas que habían dominado durante el franquismo y épocas anteriores, para que asegurasen nuevamente su dominio sobre la nación compartiendo, eso sí, algunas porciones del pastel con otros elementos que llegaban con paso firme y exigiendo su lugar en el festín.

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Una vez más, España perdía una oportunidad de convertirse en una nación de libres e iguales, y era obligada a vivir el espejismo de una democracia que no era tal, una pretendida libertad que amordazaba a los disidentes bajo un corrupto sistema de partidos, y un sistema político y social en el que los españoles eran simples vasallos porque nunca se les concedió oportunidad de ser otra cosa. Las castas privilegiadas lo habían conseguido. Eran dueñas de España con total libertad para expoliarla sin oposición alguna, y la mayoría de españoles se sentían felices por iniciar, en medio de la ignorancia más profunda, una nueva vida de “democracia”, dejando atrás las casi cuatro décadas de dictadura y las anteriores épocas de continuo desastre, y creyendo además tener la soberanía y el poder necesarios para elegir el futuro de España.

Muy pocos elevaron entonces sus voces para reclamar un gobierno justo y realmente elegido por el pueblo y exigir un sistema político que garantizase las libertades civiles necesarias para construir un estado y una nación sustentada por todos los valores primordiales y necesarios para la existencia de una sociedad democrática. Antonio García-Trevijano fue, sin duda, el mayor defensor y uno de los más completos soportes intelectuales del republicanismo constitucionalista y presidencialista que pugnó, incluso años antes de la muerte de Franco, por abrirse paso en una sociedad española en la que un sistema dictatorial ya estaba dando los primeros pasos para, una vez finalizado el franquismo, ascender al poder a un rey tutelado anteriormente por el dictador, poco a poco presentado al pueblo como un ídolo en ciernes, fabricado para lograr la mayor aceptación social, y suficientemente ambicioso para dejarse influenciar precisamente por aquello que más ansiaba: el poder económico, verdadero gobierno en la sombra que rige los destinos de nuestro  país.

La figura de Antonio García Trevijano es desconocida para el común de los españoles. Y no es de extrañar tal cosa porque, en un país donde una mayoría social lleva siglos viviendo en el temor y la reverencia al poderoso, al gobernante y al funcionario, las voces disidentes, en muchas ocasiones, no son acalladas precisamente por el poder, sino por la indiferencia y el desprecio que un pueblo siente por la persona que sobresale. García-Trevijano sufrió censura y vacío desde el poder y los obedientes medios de comunicación. Los debates que protagonizó en televisión con políticos del sistema alcanzaron grandes audiencias, pero inmediatamente era apartado de esos medios y apenas se le concedía protagonismo de nuevo. Pero el común de los españoles también fue censor mediante el desinterés y la ignorancia, de modo que el pensamiento y la obra de García Trevijano permanecen ignorados para una gran mayoría. Al fin y al cabo, en España se cumple de manera muy fiel lo que en su momento aseveró Cayo Salustio Crispo: “Solo unos pocos prefieren la libertad. La mayoría de los hombres no buscan más que buenos amos”.

En estos tiempos, más que nunca, para comprender lo que realmente sucedió durante la mitificada Transición, debemos dar dos importantes pasos al frente. El primero consiste en quitar de ante nuestros ojos el vidrio coloreado con nuestras preferencias políticas que solo nos muestra la realidad desvirtuada y teñida de ese mismo color. Sea por costumbre, por sectarismo político o religioso, sea por tradición familiar y hasta por auténtica estupidez, el español medio, desde el que trabaja barriendo las calles hasta el que tiene su propio despacho o negocio, suele venir, digamos, mediatizado de serie. Por eso es incapaz de advertir la realidad de otro modo que no sea con un tinte azul, o rojo, o verde, o morado, o naranja. A ese español medio le prometo que si tiene los arrestos suficientes para quitar de ante sus ojos el vidrio de color que trastorna su realidad, y que en no pocas veces la opaca casi por completo, comenzará a percibir inmediatamente que lo que tiene ante sí no es lo que la inmensa mayoría de los medios de comunicación, la totalidad de los partidos políticos y el conjunto de las instituciones al completo le presentan cada día ante su vista. Este español que despierta al fin descubrirá que vive en un sistema piramidal  profundamente corrupto desde su vértice hasta su base.

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El segundo paso, más sencillo de dar cuando uno se ha librado del vidrio coloreado que teñía todo a su alrededor, consiste en tener el valor de analizar los hechos pasados a través de las consecuencias que vivimos en el presente. Debe quedar atrás esa costumbre tan hispana de observar la historia reciente en clave de color político y la historia anterior bajo el prisma del imperio y la sotana. Ni lo de ahora ni lo de antes nos conectan con la realidad, porque más bien ambas formas de ver la vida, la forma política y la forma social, nos han mantenido aislados dentro de una burbuja de pasado imperial y glorioso desde la que seguimos pensando que como nosotros, nadie, que mejor que España, ninguna, y que nuestra historia, sin paragón. Y todo esto, en una nación que no se respeta ni se hace respetar, no constituye otra cosa que un espejismo de cuestionable grandeza, como una tragicomedia de mal guión y final previsible y funesto.

Así que no. La Transición no fue realmente lo que nos han contado. Poco tuvo que ver con esa historia de grandeza de desprendidos y honorables líderes políticos que miraron por el bien común por encima de todo. Más bien fue el nacimiento de una nueva serie de males que nos han perjudicado como nación, aprisionado como individuos y enfrentado entre compatriotas. Antonio García-Trevijano lo veía muy claro entonces y denunciaba la corrupción de un sistema en el que son los políticos los que eligen a los políticos mientras los votantes participan de la farsa creyendo que con sus votos dan carta de naturaleza a los parásitos que se sientan en el Congreso, en el Senado y en los distintos parlamentos, diputaciones y ayuntamientos de España.

Con su libro República Constitucional Enrique de Diego presenta al gran público el pensamiento de Antonio García-Trevijano y señala el camino para que cada español se interese realmente por su propia responsabilidad política y recapacite en el hecho de que los políticos, en este estado actual de cosas, solo se representan a sí mismos y únicamente cuidan de sus propios intereses mediante el engaño y la corrupción. República Constitucional es un libro de combate con ideas concisas y claras para abrir los ojos de la ciudadanía. Un desafío para valientes que buscan la alternativa de la libertad frente a la impuesta realidad de la mordaza y el expolio.

¿Se atreven ustedes a leerlo y recomendarlo?