Editorial.
Con profundo estupor, la opinión pública española asiste al esperpento de tener que adquirir en China cuestiones básicas de carácter estratégico como unas simples mascarillas, unos simples guantes de latex o unos respiraderos. Las compras se vienen sucediendo de manera angustiosa en medio de una insufrible picaresca: pedidos que se retrasan, test de diagnósticos rápidos que no tienen fiabilidad alguna. Las buenas intenciones de nuestros gobernantes se topan con la dura realidad del desmantelamiento de nuestra industria a manos del proceso de deslocalización.
España ha pasado de tener una industria que representaba el 36% del PIB a una raquítica que representa el 15%. Hemos pasado a ser una sociedad de servicios. La producción se ha cedido a China, con los desarreglos que todos lamentamos hoy, cuando dependemos de sectores estratégicos como el farmacéutico. Y tenemos que comprar al posible factor de contagio.
Es preciso dar la vuelta a la situación abandonando un liberalismo suicida, poniendo aranceles a las empresas deslocalizadas y a los productos que vienen de China. Favorecer la industria nacional, el made in Spain, recrear y reinventar el Instituto Nacional de Industria, el libre comercio debe quedar para las naciones de la Unión Europea con respeto a los derechos humanos y a las demás democracias.
No puede admitirse la pérdida del sector textil, antes tan boyante en España, mediante el fácil expediente de la fabricación en China, como practican grandes empresas como Zara. La globalización ha sido puesta en cuestión. La reindustrialización de España es urgente, la segunda ola del coronavirus no puede cogernos desprevenidos.