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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias convierten por fin a España en la Venezuela europea gracias al coronavirus

Rubén Martínez




Sin entrar a valorar la crisis sanitaria del coronavirus ni las medidas adoptadas al respecto por el ejecutivo, la realidad es que España se ha convertido de hecho y de facto en una república bolivariana, la primera en una Unión Europea que ni está ni se le espera.

Habrá quien diga que esto es una exageración, que estamos en un Estado de derecho y que nuestra constitución es un valladar contra los enemigos de la democracia, pero los hechos son lo que son e innegables:

1. Pedro Sánchez ha comenzado a salir en televisión a cualquier hora (mañana, tarde o noche) para ofrecernos un mitin de partido y no información oficial sobre la situación. No se trata de un discurso oficial sino de una exhibición de emociones dirigidas para seducir a las mentes más domeñadas e insustanciales, que en España son legión: Sánchez gimotea, Sánchez entrecorta la voz, Sánchez suspira, Sánchez nos señala con su dedo el futuro y así hasta un largo etcétera. Es el Aló Presidente de Hugo Chávez, solo que en el caso venezolano los telespectadores podían -previa censura férrea, claro está- llamar al gorila para pedirle su ayuda mientras que aquí la participación se limita a las preguntas teledirigidas que envían El País, El Confidencial, Cadena Ser y demás basuras mediáticas y que son de fácil respuesta, para lucimiento personal del presidente.

2. La crítica, tímida o abierta, y cualquier forma de disidencia u oposición a este gobierno de parásitos del presupuesto, de sinvergüenzas y de inútiles -a los hechos me remito- ha sido aplastada de diferentes formas. Por un lado, se ha cerrado ilegalmente el Congreso y el ejecutivo no rinde cuentas a nadie. En cualquier momento, Pablo Casado o Santiago Abascal seguirán los pasos de Juan Guaidó y serán puestos en el centro de la diana por el aparato del Estado y sus sicarios mediáticos. Prueba de ello es que, hoy mismo, ese siniestro botarate que responde al apellido de Ábalos ha dejado claro que no se puede estar en contra del gobierno y que ya se pasará la factura correspondiente, lo que es una amenaza en toda regla, sobre todo teniendo en cuenta de que la hace un miembro del PSOE, formación con amplia experiencia en liquidar, literalmente, a sus enemigos. Tezanos, otro macarra a sueldo del ejecutivo, no se ha cortado ni un ápice en definir como carroñeros y oportunistas a aquellos que no alaben al líder supremo, esto es, al doctor Muerte, o sea, a Pedro Sánchez. A nivel de medios, lo mismo. Los palmeros del gobierno en las televisiones, radios y prensa en general jalean «la unidad» y el «estar todos juntos» y señalan a los que rompen el consenso. De momento, el señalamiento es en Twitter. Dentro de un tiempo, ya veremos hasta dónde llega.

3. Como en Venezuela, ya sufrimos desabastecimientos. Por un lado, de todo tipo de material médico y de protección sanitaria. Y, por otro, de ciertos artículos básicos del carro de la compra. Sin olvidar que, como en Caracas, Maracaibo o Barquisimeto, los supermercados e hipermercados españoles ya registran colas interminables. En la nación caribeña sucedió lo mismo: primero faltaron algunos productos y después todos los demás. En esas estamos.

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4. Mientras tanto, el vicepandemias Pablo Iglesias, escondido en su dacha de Galapagar con su señora infectada de coronavirus y de la que solo sale para incumplir su cuarentena, se dedica a intentar convertir a la economía española en una de tintes bolivarianos. Como ya es de conocimiento público, este sujeto intentó nacionalizar sectores y empresas, robando a sus legítimos propietarios, es decir, a sus accionistas, sus bienes. A Pablo Iglesias solo ha faltado salir a la calle acompañado de su séquito de lameculos e indigentes mentales, con Pablo Echenique a la cabeza abriendo la marcha desde la silla, gritando «exprópiese», a lo Chávez. Y si no lo ha hecho es porque esta pandilla de Ahora Podemos son bastante más cobardes que el tarado venezolano.

5. Además, el vicepandemias y su pandilla basura, en la que también se incluyen de manera destacada sus votantes, se han dedicado a intentar instaurar la república desde los balcones. Es cierto que Juan Carlos de Borbón es un sujeto deleznable y que nada bueno puede decirse de él pero no es el momento. Tiempo habrá -o debería- de sentarlo ante un tribunal y enviarlo a Alcalá Meco. Un referéndum sobre la monarquía es necesario en España pero con la sanidad colapsada y la gente -esa gente de la que Pablo Iglesias y su banda habla sin cesar y de la que se consideran sus únicos portavoces- muriendo en los pasillos, en las salas de espera de los hospitales y en sus casas sin ser atendidos no es prioritario. Pero al vicepandemias eso le da igual. Como demuestran día a día sus émulos venezolanos, lo importante no es el pueblo sino el poder. Es decir, lo que siempre ha sucedido en todos los regímenes comunistas: el politburo en sus casas de campo ostentando el poder y el resto de los mortales, callados, escarbando la tierra seca en busca de alimento.

6. Respecto a Felipe VI, poco se puede decir del personaje. Se ha mostrado -o, al menos, lo parece- ser un ser abducido por el gobierno, sin opinión propia, sin capacidad de decisión y sin autoridad. Su discurso fue impostado, una sucesión de vaguedades y tópicos, que no llevó tranquilidad ni ánimo al pueblo español. En otras palabras, España ya no es una monarquía sino una república de facto en el que el rey ejerce la jefatura del Estado de un modo más que simbólico y en retirada. No obstante, insisto en que, ahora mismo, la cuestión republicana es secundaria.

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7. A pesar de su ingente cantidad de medios, los números a nivel parlamentario son insuficientes para que estos dos partidos, PSOE y Ahora Pandemias, perdón, Podemos, consumen definitivamente su golpe de Estado, aunque llevan buen ritmo. Obviamente, ahí están los carroñeros separatistas para quienes cualquier ocasión es buena para debilitar a España, a pesar de que en sus comunidades el coronavirus esté causando estragos. En el caso vasco, la obsesión de los recogenueces de Urkullu es que la UME no aparezca por el País Vasco no sea que alguien les aplauda desde su balcón y, en el catalán, los de Torra -ese demócrata del siglo XXI que se deleitaba con el bache genético que, según él, tenemos los españoles- siguen a lo suyo con su proceso secesionista a pesar de que Igualada es una especie de Prípiat catalán en estos momentos. Es obvio que Sánchez e Iglesias contarán con los votos de los hijos de Arana y de Companys para destruir España. De hecho, a pesar de que el okupa de La Moncloa sale con sus (falsos) ojos llorosos en televisión cada dos por tres para hablarnos del coronavirus, el gobierno sigue a su rollo y ayer aprobó la tramitación rápida de indultos. Indultos que, por supuesto, no serán para el drogadicto que ha robado un estanco para pagarse su chute o para el condenado por una falsa denuncia de violencia de género, sino para sacar de la cárcel definitivamente a los amigotes, a los cuates, a los socios de Sánchez e Iglesias, es decir, a los separatistas golpistas catalanes, primos hermanos de los Ortuzar, Esteban y demás ralea.

8. Al igual que Venezuela, Sánchez y su tropa han usado la centralización del sistema sanitario para perjudicar a las comunidades gobernadas por la derecha en general y Madrid en particular. Ahí están las constantes denuncias de Isabel Díaz Ayuso sobre cómo el gobierno ralentiza o directamente impide la compra y llegada de suministros sanitarios adquiridos por la Comunidad de Madrid. Debe recordarse que primero Chávez y después Maduro usaron su poder central para destruir cualquier tipo de oposición desde los estados que conforman Venezuela: asfixia económica, retirada de inversiones públicas, publicidad masiva negativa, etc. En España, el objetivo es claro: Madrid -o, en su defecto, una comunidad gobernada por la derecha- debe ser la que quede primera en el número de muertos y así poder volver a ofrecer su particular y requeteusado elixir de Fierabrás a la izquierda y sus votantes: los recortes del PP como espantajo habitual.

En fin, esto es lo que hay aunque no todos los ojos quieran o estén capacitados para verlo. España ya es una república bolivariana. Sánchez e Iglesias pueden darse por satisfechos: lo han conseguido.