Luis Bru.
El filósofo austriaco Karl R, Popper aseveró, en su último artículo, que «la televisión acabará con la civilización». Planteaba un examen de ética para poder trabajar en lo que llamó la caja tonta. No lo aprobaría ni uno. Pero habría que hacérselo a los empresarios, que los que mandan y los que imponen la televisión única a través del duopolio. El caso es que se hace una televisión para imbéciles, cada vez para más imbéciles, y son los programas con más audiencia, así que el problema está en ese gente que los consume como imbéciles.
Llenan cada día más la pantalla, en la estela de Gran hermano, luego vienen Firs dates, Supervivientes, La isla de las tentaciones…En donde el amor se encuentra como un flechazo, con las cámaras delante, o haciendo un crucero o en una isla, y se confiesa ante los focos. El amor es otra cosa, precisa intimidad, se resiste a ser objeto de la curiosidad y más allá: exige sacrificio, entrega.
Eso es amor de baratillo, pasto de figurantes, con el objetivo de ser famoso, al menos durante media hora de prime time, y la civilización se deteriora por momentos, en este espectáculo chabacano, a veces dantesco. Un estudio sociológico nos ofrecería el resultado de cuántos juguetes rotos, en estas vidas vendidas, vacías; cuántos desengaños por falta de anclaje; cuántas existencias evanescentes por ausencia de peso. Se da a la máquina y se recoge la pasta y la audiencia tiene su dosis de superficialidad. Toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales y sin imaginación.