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Por qué soy republicano

Redacción




Enrique de Diego.

Como cada año, cada vez peor, espero, como tantos españoles, el mensaje de Nochebuena del monarca. Como tantos españoles, quedó sorprendido por la banalidad del discurso, la elipsis general, el eufemismo constante y la generalizacion abusiva. Las interpretaciones van desde Rubén Amón en El Confidencial que la califica de «una homilía vacía y estéril», en lo que estoy bastante de acuerdo, hasta las críticas aceradas de Esquerra Republicana de Cataluña, que tiene la sartén por el mango, que dice que el monarca «es un instrumento de represión que no respeta a Cataluña», hasta Gabriel Rufián que lo tilda de «mitin de Vox», hasta El Plural que ve en su crítica a los «extremismos» una crítica a Vox, después de todos los vivas al rey que se han dado en sus mítines. Total, que para no decir nada, no convence a nadie.

España se rompe por los cuatro costados, va hacia una crisis pavorosa, y el rey navega por los mares siderales. Es un monarca constitucional. No puede hacer otra cosa. Lo único que está en su mano, y en la de Letizia, es mejorar la dicción y la gestual. Y eso lo ha conseguido. Lo hace bien. Pero en el resto se debe al Gobierno quien da el placet a sus obviedades. Da la impresión de que la referencia a Cataluña como preocupación está metida con calzador, como un gol vergonzante. La referencia al monarca como jefe de las Fuerzas Armadas se nos antoja retórica, como un latiguillo insustancial. Que nadie espere a Felipe de Borbón liderando ninguna hueste.

Con esos límites, el rey siempre está sometido a su intrínseca falta de legitimidad de ejercicio y de origen: quién le ha votado. Nadie. En un sistema democrático, con todo el mundo sometido al veredicto de las urnas, el monarca clamorosamente no está legitimado por ninguna elección. No habla con ninguna autoridad, con ninguna representatividad. Invoca lo que hemos conseguido en cuarenta años de democracia, acogiéndose a la legitimidad de la transición, pero eso es un eco lejano, y de toda formas lo que estamos viviendo es la consecuencia de ese porceso histórico, la agonía del régimen del 78, de la onda expansiva puesta en marcha.

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La idea de que la monarquía es barata y de que no ha generado una aristocracia, la he combatido en mi libro «Casta parasitaria», y he desmontado el argumento, pues la monarquía ha generado la clase política, que ya ha pasado a heredarse y siempre a expandirse. Mi crítica no ha sido contestada por nadie, porque es obvia. Podemos que cogió el discurso ha derivado a casta, y de qué forma, y está a punto de hacerlo definitivamente.

En un auténtico despiste histórico las derechas son monárquicas, y las izquierdas del lejano pacto de San Sebastián o son declaradamente republicanas o se mantienen en el posibilismo. El republicanismo se identifica con la secesión. Las derechas están condenadas a unir su suerte a la monarquía, último reducto de la defensa de la unidad de España, y al tiempo, cesión tras cesión, la monarquía no hace más que ceder, ir hacia la ruptura como lacayos suicidas.

No creo que la situación le guste a Pedro Sánchez que hizo su campaña electoral manifiestamente en oposición al separatismo, pero previamente Albert Rivera le cerró la puerta, y ahora el PP se niega a prestarle trece míseros diputados. En el aspecto de oportunista consumado, dominante en Pedro Sánchez, ha sido echado en brazos de Esquerra Replicana de Cataluña, con las palabras mágicas autodeterminación y anmistía. Con estos toros hay que lidiar. Menudo papelón. Fracaso sistémico seguro. Se habla de un referéndum nacional que sirva para medir fuerzas en Cataluña. Lo que se haga tendrá que contar con la firma del rey. Quizás sea necesario para acabar con la ficción del monarquismo de las derechas, en donde destaca por sus contradicciones Santiago Abascal que une un acendrado monarquismo con un acrisolado patriotismo. Craso error.

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La solución para España sólo puede venir por la República, pero no bolchevique, no heredera de la Segunda República, no que avente los demonios familiares de los dos fracasos anteriores. Una República que vote al presidente en circunscripción única nacional, que extraiga su legitimidad de las urnas, y que debiéndole el cargo a todos no se lo deba a nadie; que pueda alzar la voz con autoridad y sin complejos. Que pueda hablar y actuar en nombre de España toda. Confío en que llegará el día en que la idea republicana, ni de derechas ni de izquierdas, se termine abriendo paso. Mientras tanto, no hay solución posible para el suicidio colectivo y a los republicanos o repúblicos de la República presidencialista nos queda comprar palomitas y asistir al triste espectáculo. Nos duele España, O España acaba con la monarquía o la monarquía acabará con España. He ahí el dilema, lo demás es comentario.