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Largo Caballero, el hombre que deseaba la guerra civil

Redacción




Francisco Largo Caballero, golpista. /Foto: pongamosquehablodemadrid.com.
Francisco Largo Caballero, golpista. /Foto: pongamosquehablodemadrid.com.

Enrique de Diego

En el Paseo de la Castellana, a la altura de los Nuevos Ministerios, dos esculturas de dudoso gusto homenajean la memoria de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. Si Franco es de inmediato execrado con el epíteto de golpista, ese adjetivo le cuadra mucho mejor y más directamente a Largo Caballero, el hombre que deseó la guerra civil.

Estatua de Largo Caballero en Nuevos Ministerios. /Foto: diarioya.es.
Estatua de Largo Caballero en Nuevos Ministerios. /Foto: diarioya.es.

Por de pronto, es llamativo esta cercanía escultural entre los dos líderes socialistas que nunca se pudieron ver en vida. Indalecio Prieto se negaba a permanecer en la misma habitación con Largo: “¡Que Caballero se vaya al infierno!”, solía decir. Cuando Prieto avisó que la violencia socialista provocaría a los militares, Largo Caballero lo descalificó acusándole de padecer “ataques menopáusicos”.

Amenazado en su liderazgo del ala izquierda por el entrismo comunista en la UGT y en las Juventudes Socialistas, que Santiago Carrillo unificó con las comunistas, Largo Caballero sucumbió a la tentación de la vanidad cuando empezaron a llamarle “el Lenin español” y a considerar, ante el auge de los fascismos, que cualquier atisbo de moderación debía ser abandonada: era preciso ir a por el poder total y la dictadura del proletariado.

El antifranquista Salvador de Madariaga sentenció que “lo que originó la inevitabilidad de la Guerra Civil española fue la guerra civil en el seno del Partido Socialista”.

En octubre de 1934, Largo Caballero y el PSOE dieron un golpe de Estado que ha pasado a la historia como “la revolución de Asturias”. El acceso al poder de tres ministros de la CEDA, lo cual estaba legitimidad por las urnas de 1933, y que de hecho se había retrasado por la coacción socialista, lanzó al socialismo al putsch, que se concentró en la minería asturiana y tuvo un episodio efímero de república catalana sofocado en horas.

Largo Caballero, el Lenin español, ya el 8 de noviembre de 1933, en un mitin en Don Benito manifestó sin medias tintas su ambición totalitaria: “Queremos todo el poder; vamos por todo el poder político. Tenemos que luchar como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no una bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la revolución socialista”.

Se manifestaba con frecuencia sobre la guerra civil como algo deseable: “Estamos en plena guerra civil aunque esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que por fortuna o desgracia tendrá inexorablemente que tomar”

O: “El jefe de Acción Popular decía…que los socialistas admiten la democracia cuando les conviene; pero cuando no les conviene toman el camino más corto. Pues bien, yo tengo que decir con franqueza que es verdad. Si la legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, olvidaremos por completo las formas de la democracia burguesa e iremos decididamente a la problemática conquista revolucionaria del poder”.

O más allá aún: “En las elecciones de abril los socialistas renunciaron a vengarse de sus enemigos y respetaron sus vidas y haciendas, que no esperen esta generosidad en nuestro próximo triunfo. La generosidad no es arma buena. La consolidación de un régimen exige hechos que repugnan, pero que luego justifica la Historia…La República burguesa es una mentira”.

Y ¿merece Largo Caballero una estatua?