Miguel Sempere.
El gran triunfador de la noche electoral es, sin duda, Pedro Sánchez, incluso por encima del PSOE, que recientemente fue vapuleado en las elecciones andaluzas. En calidad de táctico, no ha cometido ningún error. Cogió al PSOE con 84 diputados y mediante una extraña pero exitosa moción de censura se hizo con el Gobierno y, según su manual de resistencia, ha aguantado casi un año con un ejecutivo de postureo sin poder aprobar los Presupuestos, pero ha convocado elecciones desde la presidencia del Gobierno.
Ha aprovechado, magníficamente, la división de la derecha, alimentando el fantasma de Vox y jugando exitosamente al «no pasarán», que corearon sus huestes en la calle Ferraz, al igual que lo hicieron las de Esquerra Republicana. Sánchez ha sido plebiscitado mediante la movilización de la izquierda. Los 124 diputados son un claro éxito que, además, le dan capacidad de maniobra para decidir ente un pacto con Podemos y separatistas, PNV y Esquerra Republicana, u otro con Ciudadanos. Aritméticamente ambos son posibles.
Estamos ante la peor derrota de la derecha española, achacable en gran medida a la división generada por Vox. De manera irracional, políticos que llevan toda la vida en el machito decidieron obviar las reglas del juego que son la existencia de la Ley d’Hondt que penaliza la fragmentación. La derecha, literalmente, ha decidido suicidarse. Desaparece de Vascongadas. Queda muy maltrecha en Cataluña, donde tanto el PP como Vox consiguen un único diputado. Pero es que lo que emerge en esos territorios es el separatismo rampante en niveles hegemónicos. Esquerra Republicana, 15 diputados en Cataluña. PNV, 6 en Vascongadas.
Lo del Partido Popular es un descalabro sin paliativos: 66 diputados que ni en las peores pesadillas, que situaban el suelo en 80 diputados, aparecían. Se trata de la quiebra política y económica, porque con estos resultados el PP tendrá que desmantelar su infraestructura, vender y desalquilar sedes, acometer un ERE brutal de sus funcionarios y tendrá problemas para hacer frente a los créditos pendientes. El liderazgo de Pablo Casado está amortizado y los de Génova deben acometer cuanto antes un Congreso extraordinario que lleve a una auténtica refundación, no a un lavado de cara. En el PP siguen los mismos perros con idénticos collares, pero diciendo, a la trágala, que se han renovado. La engañifa no ha surtido efecto. La mochila de la corrupción es muy pesada.
La irrupción de Vox no ha cumplido las expectativas. No había voto oculto. Los que iban a votar a Vox y abarrotaban los mitines del amado líder, del caudillo sin mili, lo iban proclamando por todas partes y lo chillaban en las redes sociales. Vox ha provocado daños inenarrables a España. Ha conseguido destrozar a la «derechita cobarde», que era la obsesión de Santiago Abascal, pero a cambio de ayudar a consolidar a Pedro Sánchez y movilizar a toda la izquierda y el separatismo, hasta generar un panorama desolador. Los 24 diputados saben a poco, y casi a nada. Vox ha apostado por un modelo de partido que es una escombrera, una exaltación del frikismo, no hay equipo. No hay estrategia de comunicación. Incluso le ha entregado la Generalitat valenciana a Ximo Puig.
Sólo salva los muebles en el ámbito de la derecha, Ciudadanos que sube en todas partes y que se sitúa en una posición en la que puede ir desbancando al Partido Popular, acuciado por su centro y por la derecha.