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Con el hierro 7, la bola, mis compañeros… La “suelta” está cerca

Redacción




Loreto Román. Periodista y escritora.

Hace unos días leía en un suplemento dominical, lectura sosegada y de placer,  cómo el inicio de cualquier actividad define la dirección que irás tomando en su desarrollo. En específico se trataba de la lectura, un periodista que mencionaba como aquellos libros de aventuras en sus primeros textos habían condicionado sus preferencias ya de adulto. Y utilizo este comentario del periodista  por el paralelismo tan claro que existe con el golf, a ver que os cuento. Como todos los artículos anteriores, poneros en situación. Haceros a la idea, en el campo de golf en el que aprendisteis y con los palos que disponíais. Incluso podríamos entrar en más detalle, con los compañeros de golf que compartíais esas intensas horas en la cancha de prácticas. Bien, vamos allá.

Las primeras horas de golf las comenzaba generalmente con el hierro 7, claro está, después de realizar el correspondiente calentamiento. Ahí estábamos, las bolas, el palo, el maestro y yo. Bueno, añado, con el grupo de colegas que también intentaban conseguir un swing más o menos bueno, también de escuela. El hierro 7 era mi palo más común antes de la “suelta” correspondiente, o lo que es lo mismo, la primera vez que sales al campo a jugar. Intento reflejar la similitud con el vuelo, la “suelta” es el momento en el que después de las correspondientes horas de práctica, el instructor considera que estás preparado para volar solo y te dice; “Aterriza, yo me bajo, vas  a volar sola”.  Momento importante en la vida de los futuros golfistas y aviadores, campo o aeronave solo, momento que todos recordaremos en las charlas, debates o simplemente conversaciones entre otros golfistas de más o menos handicap, y pilotos con más o menos horas de vuelo, y que suelen tener un denominador común, la cervecita posterior al juego o al vuelo.

Campo de golf de Meis. Panorámica. /Foto: ramblalibre.com.

Incluso en varias ocasiones, lo debo reconocer, me llevaba en específico ese hierro 7 a casa para entrenar delante de un espejo, y no bromeo. Bueno, a ver, quizás un poco sí bromeo, la circunstancia se presta. Imaginaros la situación, la búsqueda del espejo más grande, en esta ocasión sin bola, para delante de el simular el swing. Y una y otra vez, ya no recuerdo cuántas. A ver cómo se podía hacer ese movimiento llamado swing de una forma natural y fluida como lo intentábamos realizar delante del maestro. Recuerdo, cuando vivía en una casa en el campo, la temporada de esas primeras horas de instrucción, un terrenito que disponía delante del edificio, ahí estaba dándole a la bola con el hierro 7 una y otra vez. Aquí hay que tener en cuenta que mi vecina era un cielo de mujer. La bola rebotaba en un muro y entraba en su terreno. Y la buena de la mujer me recogía las bolas que yo desperdigaba sin intención por su terreno, y me las ponía en un montoncito cerca de las rejas que dividían las dos parcelas, para que yo las pudiese recoger. Aún recuerdo ahora cómo esa buena mujer colaboró en el desarrollo del golf de una misma que está contando la situación.

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Y ahí estábamos también en las horas sin maestro pero con golpes, los compañeros de clases, compartiendo cancha, bolas y desesperaciones. Siempre hay en todas las canchas el que se enfada con el hierro 7, y con el 9, seguro que con el driver también. Porque se enfada con su golpe. Y tira el palo, y dice alguna cosilla mal dicha, mientras que los demás compartimos silencio por aquello de la concentración y respeto. Os diré que ese mismo compañero sigue enfadado con todos los palos, aún a pesar de sus años de juego, horas de vuelo, bolas, palos y desesperaciones. Será cosa del animalito, digo yo, bromeo. Pero en general os diré y con mucha firmeza que la cancha de prácticas es un lugar con un ambiente estupendo, muchas horas compartiendo golpes, pasión, muchas ganas, en ocasiones palos y de vez en cuando gratas conversaciones.

Cancha de prácticas. Hoyo 1 y putting green. /Foto ramblalibre.com.

Recuerdo en especial, coincidieron en invierno esos primeros golpes, como determinados días me quedaba yo sola en toda la cancha. Bueno, miento, con mi hierro 7. Y aparecía mi maestro y me decía: “Pero Loreto, con este día de lluvia, ¿qué estás haciendo?. No está ni para entrenar siquiera”. Ahí estábamos, intentando aprovechar lo máximo posible con esos golpes llenos de pasión, cariño y mucho perdón. A ver si os hacéis a la idea, la lluvia, muy gallega ella, entraba en la  cancha de prácticas por todas las esquinas posibles, y era prácticamente imposible evitar quedarse empapada. Pero era lo mismo, habíamos cumplido, las bolas, mis palos y yo.

También habría que mencionar aquí como en determinadas situaciones, buscabas ponerte detrás de aquel jugador que admirabas. Bueno, a ver, admirar no sé si sería el concepto. Pero sí que querrías darle a la bola con el hierro 7 como él lo estaba realizando, recta y con distancia. Todo marcado con sus banderas correspondientes según el color. Y en ocasiones, no sé si fruto de la coincidencia, casualidad o simplemente suerte, junto con un poco de experiencia, la bola sí se alejaba recta y con distancia.

Desde la misma cancha de prácticas, deseosa de salir al campo y poder jugar, veía esos largos y maravillosos hoyos del campo de Meis. ¿La “suelta” estaría cerca? No importaba, tarde o temprano sería, lo que pretendía era manejar más o menos bien los palos que tenía en la bolsa y en especial ese hierro 7. Y la suelta llegó, y me di cuenta lo largo y maravilloso campo que es Meis, sí sí, como os cuento. Ese hoyo 2 largo, hacia arriba y hacia un lado, que el hierro 7 no me llegaría para mucho. El 8 con el lago delante que en el momento en el que te colocabas en el tee de salida pensabas “el día que lo consiga”. Y todo llega, a base de bolas, juego y mucha paciencia. No olvidemos, junto con algún perdón.

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Campo de golf Meis. Hoyo 8. /Foto: ramblalibre.com.

Comentaré aquí también referente a eso que relataba al principio, los inicios de cualquier actividad condicionan su desarrollo, en esos primeros juegos en Meis siempre, y repito, siempre debería llevar un par de bolas de la misma marca dentro de la bolsa de palos, junto con el resto de las bolas, bien localizadas. Con esas bolas me aseguraría un buen golpe, o al menos eso creía. Y en el momento en el que perdía una de ellas, la que quedaba tenía un valor incalculable, ni la utilizaba en el largo hoyo con descendencia y pendiente, hoyo 2, ni para atravesar el lago del hoyo 8 y ni siquiera  el 15. ¿Y qué voy a contar del hoyo 18 con la plataforma y el lago ahí delante del green?. Imposible. Ahí estaba, retirada del vulgar resto de bolas. !Qué recuerdos aquellas bolas!. Tenían un tacto tan especial, o eso creía yo.

Antes de jugar en otro campo que no fuese Meis, la de veces que hicimos Meis para arriba Meis para abajo, pensaba que todos los campos tenían el mismo nivel de dificultad. Y es que Meis, dicho sea de paso, es un campo con cierta dificultad, en montaña, hoyos largos, técnico, en el que te pide jugar todos los palos, además del hierro 7. Y claro, al salir de mi campo de nacimiento todo me parecía mucho mas sencillo. !Qué descubrimiento!, bromeo. Eso tiene de bueno aprender en un campo con ciertas exigencias.

En esta ocasión, lo que he intentado con este artículo ha sido bromear un poco con todos vosotros, de todo lo que en un principio nos parecía imprescindible, inigualable, extremadamente difícil, lo mejor de lo mejor, cualquier extremo era aplicable. Incluso ese hierro 7 al parecer ha sido común en muchos, con aquellas bolas, los compañeros de cancha y el maestro. Espero haber conseguido haceros sonreír y recordar. Aquellos primeros golpes como aquellos primeros vuelos siempre serán inolvidables.