Enrique de Diego.
He trabajado en una Intereconomía –que ahora en un presunto alzamiento de bienes ha dado en llamarse a sí misma El Toro TV– altamente controlada por la secta mexicana El Yunque. Eso es tan notorio que Carlos Dávila tuvo que retirar su artículo de portada en La Gaceta titulado “El Yunque”, porque, según él, Julio Ariza le indicó que o lo retiraba o a la mañana siguiente iba a tener incendiada la redacción.
Me parece obvio que en una empresa tan personalizada como aquella Intereconomía no es que el Yunque se infiltrara, sino que Julio Ariza lo permitió o lo alentó, pues allí no se movía una hoja sin su consentimiento. En el momento, en que la secta El Yunque toma preponderancia en Intereconomía, yo estaba ya marginado en Radio Inter y en la sede de Modesto Lafuente, que ahora es la única y de la que curiosamente no se paga el alquiler, como se deduce de la declaración inventario del administrador concursal. Es decir, vivía al margen de la corriente central del Grupo. No sé cómo recaló en la dirección general de la TV Marcial Cuquerella, al que fuentes directas sitúan como presunto miembro del Yunque. Entre otras, Victoria Uroz quien lo vio en las convivencias de la secta. Es probable que no lo sea, o lo desmienta, como indica el protocolo, pero esos son los hechos.
No es una secta católica, me precisan personas de criterio, porque ningún católico está legitimado para enmendarle la plana a Dios y a Moisés y declarar abolido, a su conveniencia, el octavo mandamiento de “no mentirás”. De hecho, el Evangelio define a satanás como el “padre de la mentira”. Así que el Yunque, en esa línea, sería más bien una secta satánica de efectos perversos. La posible lógica fundacional del secretismo en aras a la clandestinidad no tiene fundamento en el momento presente, donde se mantiene en aras a la eficacia. Y no deja de ser un completo despropósito que, para mantener la mentira, se siga el criterio de llevar a los tribunales a quien identifique a algún miembro del Yunque. Es lo que hicieron Hazte Oír e Ignacio Arsuaga contra el filósofo católico Fernando López Luengos, quien redactó en abril de 2010, un informe conocido como “El transparente de la catedral de Toledo”, destinado a la Conferencia Episcopal, en el que situaba, entre otras organizaciones, a Hazte Oír como tapadera del Yunque. La sentencia de la titular, María Belén López Castrillo, del Juzgado de Primera Instancia número 48 de Madrid, señala que el informe “es esencialmente veraz y de trascendencia pública”, tal y como “se ha corroborado por los distintos testigos” que participaron en el juicio. La sentencia califica como un “hecho contrastado y acreditado a tenor de la prueba documental y testifical la relación entre algunos de los miembros de Hazte Oír con El Yunque”. Esa es la firme verdad judicial, lo que no quiere decir que en Hazte Oír no haya gente muy buena o que Ignacio Arsuaga tenga mucho mérito.
En aquella Intereconomía yunquera, antes del significativo incidente en torno al artículo de Carlos Dávila, tome conciencia de que algo raro pasaba un día en que me encontré a Gonzalo Altozano visiblemente molesto porque alguien había hecho sobre él uno de esos informes sectarios a los que están obligados los miembros del Yunque. Altozano, que ha escrito dos libros hagiográficos y serviles sobre los dirigentes de Vox, era director del semanario católico Alba que tenía su sede en Modesto Lafuente.
No le di demasiada importancia al incidente, porque me pareció una especie de chiquillada. Me equivoqué. Es ciertamente desagradable que haya gente, con fines sectarios, metiéndose en la vida de los demás. La convivencia con los yunqueros es desagradable y, como se verá, imposible.
Julio Ariza me mantenía en Intereconomía sólo a fin de robarme ideas, tanto periodísticas como intelectuales: Vox salió como una estricta copia de todo mi pensamiento, como se puede comprobar en mis libros, desde 1996 en El manifiesto de las clases medias, y del programa que se plasmó y puso en marcha en la Plataforma de las Clases Medias y en el partido Regeneración que muy meritoriamente se presentó al Ayuntamiento de Madrid, abriendo la primera brecha en el sistema de casta parasitaria.
En un programa de El gato al agua hice, como otras veces, un comentario respecto a que las autonomías se habían convertido en una oficina de colocación de los partidos y que en España había demasiados funcionarios sin relación con ningún criterio de mérito. El programa ponía mensajes de los espectadores. Con frecuencia falsos, como se verá. Entonces se produjo una auténtica avalancha de mensajes contra mí. Muchos de ellos, muy desagradables, ad hominem y en una grosera manipulación. No pocos eran de supuestas víctimas del terrorismo, falsos guardias civiles que afirmaban que habían tenido en sus brazos compañeros muertos y que yo los había ofendido. Se llegó a unos niveles de bajeza increíbles. Cada vez que intentaba puntualizar o responder, me cortaba el lacayo de Antonio Jiménez, quien azuzaba, además, a la audiencia y me ofrecía como víctima propiciatoria al extraño linchamiento. Mi pobre madre se llevó un disgusto morrocotudo. Por de pronto, mi padre, que en gloria esté, era capitán de la Guardia Civil y siempre he tenido un gran respeto por los funcionarios esenciales del Estado.
Terminó el programa y la tormenta. Fue una torrontera de insultos y descalificaciones. Con machacona constancia e insistencia. A la mañana siguiente, me encontré en los pasillos de Modesto Lafuente con uno de los trabajadores que había estado en la realización del programa del día anterior y le dije ingenuamente: ‘vaya la que se lío anoche’. Y me respondió: “no se lío ninguna, Enrique. Ninguno de los mensajes llegó desde fuera. Ha sido Marcial Cuquerella quien se ha puesto al ordenador y ha escrito todos y cada uno de los mensajes”.
Es una anécdota, pero en cuanto categoría, muestra hasta qué nivel de inmoralidad pueden llegar los presuntos yunqueros para conseguir sus fines. No es que mientan sólo en cuanto a su pertenencia a la secta, sino que, como es lógico, se autoconceden mentir en todo, rindiendo homenaje a satanás que es el padre de la mentira. Tanto las virtudes como los vicios son hábitos y los yunqueros tienen el hábito de mentir y tienen establecido que, para ellos, es moralmente aceptable e incluso bueno.
No tenía prácticamente relación alguna con Marcial Cuquerella, que hizo una gestión profesional nefasta. Sólo pretendía demoler mi prestigio. Los yunqueros (si Cuquerella lo es, que seguro que dice que no)siempre están luchando por el poder. No colaboran con nadie. Contra Carlos Dávila seguían la estrategia de sustituirle por Luis Losada, que es uno de los más conspicuos miembros, según testigos tan directos como Victoria Uroz o Santiago Mata o el obispo Munilla, lo cual no ha evitado que haya emitido rotundos desmentidos.
El diablo, padre de la mentira, termina destruyendo a quien le rinde homenaje con la mentira y los yunqueros lo hacen. Hay un hecho histórico que lo ejemplifica. Vayamos a México, la cuna del Yunque: en un monte de Puebla está esculpido en piedra el anagrama de la secta, una especie de La Meca de estos sectarios. El momento cumbre de los yunqueros fue la presidencia de Vicente Fox, con el Partido de Acción Nacional, que va desde el 1 de diciembre de 2000 al 30 de noviembre de 2006. La llegada al paraíso yunquero no parece haber traído buenas consecuencias ni para México ni para el catolicismo. Los mexicanos no han querido mantenerse en el paraíso. La sociedad mexicana no cambió para bien. Ahora gobierna la ultraizquierda de Andrés López Obrador. El catolicismo ha perdido presencia social con continuas deserciones hacia los movimientos evangélicos e incluso la santería. Estos procesos no son achacables en exclusiva al Yunque, pero es evidente que el Yunque se ha mostrado un instrumento ineficaz e incluso perverso. Su influencia sobre Vox no hace presagiar nada bueno.
Los yunqueros son sectarios de la peor especie: a) utilizan la mentira por sistema; b) no son capaces de colaborar con nadie, no permiten la convivencia; c) están siempre dedicados a luchar por el poder; d) se dedican, para ello, a demoler prestigios ajenos y en ello se aprestan con especial ahínco contra los católicos (en Intereconomía los más católicos eran el objetivo especial de su saña).
En suma, son unos relativistas de la peor especie, pues funcionan mediante el esquema de que el fin justifica los medios. Y eso es altamente inmoral.
Me parece una exigencia de imperativo democrático que el Estado de Derecho haga una investigación a fondo sobre las actividades del Yunque en España.