Enrique de Diego.
Con un moderador mediocre, el primer debate no alcanzó la altura esperable y necesaria cuando está en juego la presidencia del Gobierno y el devenir de España en una situación límite. Pedro Sánchez ha sido el perdedor del debate; no el gran perdedor; nada ha habido de concluyente y definitivo en este primer round, que no pasó de entretenido. Albert Rivera se ha mostrado con más recursos dialécticos y con más inteligencia en los mensajes, insistiendo, por ejemplo, en los autónomos o introduciendo emocionalidad constitucionalista respecto al golpismo catalán.
Pablo Casado pasó el examen con buena nota, utilizando datos y reivindicando las políticas del Partido Popular en la creación de empleo, pero quizás ante el reto en el que se encuentra tenía que haber puesto más carne en el asador y no situarse en una posición tan silente cuando era interrumpido por Pedro Sánchez.
Pablo Iglesias hizo también su papel con suficiente soltura, brillando en algunos momentos, como cuando se refirió a la amnistía fiscal, de la que no se han hecho públicos los nombres de sus beneficiarios, o frente a los privilegios de la banca y las eléctricas, y en el último tramo respecto a las cloacas del Estado, de las que ha sido víctima. Insistió, sin conseguir respuesta, que Pedro Sánchez aclarara si está abierto a un pacto con Ciudadanos.
Pedro Sánchez -fue el único que trajo a colación a Abascal- trató de mantenerse en una posición elevada de presidente del Gobierno, pero al tiempo intentó ser cáustico, hablando del «detector de verdades» porque «la derecha sólo dice mentiras«, o poniendo énfasis en la adjetivación de «hiperbólica» respecto a cada intervención de Pablo Casado. No llegó a situarse como candidato y erró.