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Urge salir de la estupidez occidental frente a la xenofobia musulmana

Redacción




Editorial.

Zouhair el Bouhdidi, 23 años, vecino de Sevilla desde los 8 años, alumno de la Universidad hispalense en donde estudiaba Filología Árabe, iba a provocar una masacre de dimensiones que superan a la imaginación haciéndose detonar el Miércoles Santo en medio de la multitud congregada para seguir la Semana Santa. Además, de los muertos por el impacto de la bomba –con el mortífero y potente explosivo TATP, triperóxido de triacetona- se hubieran producido avalanchas y estampidas que hubieran elevado exponencialmente la mortandad. Hay que pensar en los costaleros indefensos llevando los pasos, en los nazarenos y en la multitud congregada.

Procesiones de Semana Santa. Sevilla. Miércoles Santo. Salida de la Hermandad del Baratillo

Hay que felicitar a las Fuerzas de Seguridad, al Cuerpo Nacional de Policía y al CNI por haber abortado esta horrenda masacre. Pero no se puede seguir mirando para otra parte. Es preciso tomar medidas preventivas. Con toda la confianza en las Fuerzas de Seguridad, pueden fallar en algún momento. Los xenófobos musulmanes que alienten tesis de racismo genocida deben ser expulsados de España a la mayor brevedad posible. O los políticos empiezan a tomar medidas, abandonando el desarme moral y la estupidez de la corrección política, o las sociedades expulsarán a los políticos de los partidos tradicionales.

Según han informado fuentes policiales oficiosas, el Bouhdidi no sólo habría confesado ante la expedita policía marroquí su intención de atentar de manera tan salvaje, sino que habría explicado que se había ‘radicalizado’ siguiendo a través de Internet a Daesh. Esa coordinación parece deducirse con facilidad del hecho de que ese grupo sanguinario había emitido un vídeo llamando a atentar contra la Semana Santa, vídeo que concluía afirmando “pronto cumpliremos”.

Vamos a poner en duda y a dejarnos de monsergas respecto a esa estupidez de la radicalización, tan falta de contenido como otras anteriores, ya en desuso, como el caso aislado, el trastorno mental, la estigmatización de los musulmanes o la estupidez máxima del islam como religión de paz, cuando El Corán es básicamente una llamada constante a la guerra santa –nadie ha llegado a tamaño despropósito de considerar santa la guerra-, al asesinato y al genocidio. No se puede desarmar a la sociedad y atenazar a las Fuerzas de Seguridad con criterios tan desenfocados y sin conexión con la realidad.

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Zouhair el Bouhdidi llegó a España a los 8 años. Vivía con sus padres. Su padre es imán de la mezquita del barrio sevillano del Cerro del Águila. La familia vino a España, según sus vecinos, buscando cuidados médicos para uno de los cuatro hijos de una dolencia grave. El personaje que quería exterminar a todos los sevillanos no musulmanes que lo acogieron ha venido beneficiándose de los servicios de esta sociedad. Él no ha aportado nada. Tampoco, en términos económicos, su familia. No ha mostrado ni agradecimiento, ni el más mínimo respeto. Casos así no se han dado en la historia de la Humanidad. Los budistas, por ejemplo, no tienen tamañas intenciones asesinas. Son los musulmanes los que las tienen. Eso de la radicalización es originaria, está en El Corán y en la religión. Es el islamismo el que predica muy explícitamente asesinar a los no musulmanes. Lo que quería hacer el Bouhdidi es lo que han hecho correligionarios suyos en Siria e Irak exterminando a los cristianos y a los yazidies.

O se toman medidas claras, de carácter preventivo, que expulse de España a los xenófobos musulmanes o, desde luego, es necesario suspender la Semana Santa y cualquier otro acontecimiento en la calle, porque se ha convertido en una acción de alto riesgo.

La madre integrista y radical.

Sería legítimo pensar que la radicalización de el Bouhdidi es original, que ha recibido una educación radical y que la acción criminal prevista es la consecuencia de esa educación. Vivía con sus padres, quienes al parecer no percibieron sus intenciones, aunque su reciente viaje a Marruecos era para despedirse de sus familiares; utilizaba El Corán para hacer sus traducciones. Su madre, vestida con un hijab cercano al niqab, ha declarado “no somos terroristas, somos gente normal”. Esa idea de normalidad nos parece altamente delirante y, desde luego, engaña cada vez a menos gente. Ha dicho a los periodistas: “Contad la verdad, no somos terroristas. La verdad sólo la sabe Alá”. La frase tiene un doble sentido, porque para los musulmanes integristas el asesinato no es terrorismo, sino un acto de virtud religiosa. “Mi niño es bueno. Sólo estudia y juega al fútbol”. Parece que hacía cosas mucho peores. De fondo de esas declaraciones, la hermana pequeña vestida como una integrista. Estamos ante una madre radical que radicaliza.

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Todo indica que la radicalización el Bouhdidi la ha recibido en casa, que pertenece a una familia radicalizada, con un alto componente xenófobo.

Tras la caída del Muro de Berlín, André Glucksman vaticinó, en su libro “La estupidez”, que lo que se nos venía encima era el dominio de la estupidez irrestricta. Un diagnóstico visionario. No podemos seguir por esa senda porque sería un suicidio colectivo, que no se va a producir. Los xenófobos musulmanes deben ser expulsados. Los centros religiosos musulmanes donde se difunda la xenofobia deben ser cerrados. La familia de Zouhair el Bouhdidi debe volver de inmediato a Marruecos. Representan una completa falla en la imprescindible integración que pasa porque nadie de la familia quiera asesinar a los que les acogen. Es de sentido común y de compromiso con la libertad. Es casi cuestión de instinto de supervivencia.