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“No saben si Vox es con B o con V”

Redacción




Miguel Sempere.

Había sacado los billetes de tren y reservado hotel para asistir el 23 de febrero de 2019 a la Asamblea General de Vox, pero se acercaba la fecha sin que se conociera el lugar donde se celebraría. No iba a ser en el Teatro La Latina por razones de aforo, se dijo. Como el rayo descarga en medio de la tormenta, Madrid, que en Vox lo es todo, que es a la postre Santiago Abascal y cuatro más, dictó la sentencia: sólo podrían asistir los Comités Ejecutivos Provinciales.

Había ido a Vista Alegre, había trabajado y vibrado con el partido, se había emocionado con los resultados de Andalucía. “Nos hemos fanatizado”, sentencia ahora mientras va saliendo “de la mayor decepción desde hace muchos años”. Y, sin embargo, ahora se le prohibía la asistencia a un acto en el que literalmente se le iba a despojar de la voz y el voto.

El autogolpe de Santiago Abascal

El 23 de febrero de 2019, Santiago Abascal dio un autogolpe en Vox ahormándolo a su imagen y semejanza. Esa es la fecha fundacional del nuevo Vox marcado por el caudillismo de un militarista que se escaqueó de la mili, de un regenerador de pacotilla que fue siendo colocado por Esperanza Aguirre en Agencias sin contenido. Un  curriculum devastador.

Ese nuevo partido, establecido como una dictadura, en el que ha sido erradicado el principio de representación para imponer el de delegación, en una pirámide en cuyo punto más alto está el duce (como Mussolini, siempre tiene razón), ha devenido en una formación de frikis y, sobre todo, de mandados. Y en una oficina de colocación más, casta parasitaria estricta. Nadie puede tomar una sola iniciativa. Todo ha de consultarse a Madrid y Madrid no responde. No hay cauces ordenados de consulta. Madrid a veces se despierta y se manifestaba en ataques de furia jupiterina expulsando militantes disidentes, que habían osado pensar por sí mismos o contradecir al cacique, porque en el afán por evitar las baronías lo que se ha instaurado son los cacicatos.

Vox es un partido desorganizado y caótico, que funciona por la inercia de las ideas establecido en un programa, que ya ha sido traicionado en aspectos nucleares: un partido que se presenta a las elecciones autonómicas no puede ni quiere acabar con las autonomías y una formación que, mediante la coartada de que los demás pillan las subvenciones, las coge porque no van a ser tontos y tienen unos principios pero están dispuestos a cambiarlos, es una formación instalada en el sistema. Vox ya no necesita a los militantes, no precisa de sus cuotas, los crowfunding ya son estricta estafa moral. Vox puede vivir de las subvenciones. Y un partido subvencionado es sistema, está llamado a no hacer nada.

Los que han soltado amarras afirman sentirse «liberados»

La mayoría de los militantes han callado para “no hace daño al partido”. Eso del partido se ha convertido en una ensoñación, en un ideal que se ha ajado demasiado pronto. Los que han roto amarras afirman sentirse “liberados”. Y están por muchas provincias, con una plataforma en la que se sueña con recuperar los sueños y el espíritu fundacional perdidos.

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Para ser un partido que lleva los vientos alisios de popa, que avizora un botín electoral considerable, que es de lo que a estas alturas se trata, no deja de haber conflicto. En Cantabria, cacicato del excéntrico Ricardo Garrudo, abandonan el CEP tres sólidos patriotas: Miguel Vallejo, Igor Aguilera y José Rabade. En Las Palmas abandona el presidente Ricardo Baña y con él se van 300 afiliados, el 23% de la militancia. Nombran una gestora a la que vuelve Nicasio Galván. Desde el 23 de febrero de 2019, Vox ha desaparecido de provincias, los coordinadores no coordinan, es mejor estarse quietos para entrar en las listas y cobrar un sueldo público, que “Madrid” no quiere más conflictos de los que ya tiene y todo ha de consultarse a “Madrid” y Madrid está colapsado. Es el problema cuando el duce de parvulario concentra todo el poder, se produce el colapso.

Vox va a ser un partido rico, ultrasubvencionado, como Ricardo Garrudo con su fracaso rampante en Wolder tras haber sido el chico mimado del PP cántabro. Si hay un patriotismo de pulsera y de chequera lo representa a la perfección Ricardo Garrudo, ese patriota de bolsillo que producía en China y que tiene su empresa en liquidación y su nave en tejemanejes oscuros y que está llenado las listas de sus abogados –así no tiene que pagarles- y de sus antiguos mecenas peperos. Vox empieza a exudar aromas demasiado conocidos.

Juan Jara, el primero a la derecha. /Foto: redaccionmedica.com.

“Si hubiera conocido a las personas que están al frente del partido nunca me hubiera afiliado”, dice una de esas personas liberadas del yugo de Abascal, ahora endiosado, al que en Valencia casi sacan en hombros en un delirante culto a la personalidad de un político profesional que ahora parece alguien que no es. Juan Jara, exvicepresidente Vox, y que lo conoce bien, está denunciando en los medios la opacidad financiera y el cerrojazo democrático del 23 de febrero de 2019. Sigue sin haber una explicación lógica respecto a de dónde llegaron a las arcas de Vox y en qué se utilizaron cantidades importantes de donaciones del nivel de los 462.000 euros de 2015. Jara habla de tarjetas green opacas utilizadas por los jerifaltes y específicamente por Santiago Abascal, que cobra del partido una nómina mensual de 6.137,70 euros, 73.652,40 anuales; menos de lo que le daba Esperanza Aguirre por no hacer nada. Tampoco sabe nadie en qué gastó hora y media de su tiempo Abascal, en la habitación del hotel, en la noche electoral andaluza mientras Javier Ortega se mordía las uñas, ese mismo Javier Ortega al que ahora perciben los vejados militantes de Vox como un repetidor de frases hechas que se ha aprendido los nombres de tres batallas; un abogado mediocre, al fin y al cabo.

Fernando Paz, un hombre de Julio Ariza.

La delirante fulminación de Fernando Paz

El último episodio delirante ha sido la fulminación jupiterina de Fernando Paz, que no es un personaje menor, alguien que pasaba por allí. Primero se le presenta a bombo y platillo como cabeza de lista por Albacete, circunscripción con la que tiene tanto que ver como las Brigadas Internacionales antes de recalar por aquellos lares. Se desarrolla una auténtica cacería mediática, un linchamiento lleno de sobreentendidos y manipulaciones groseras. Se le presenta como lo que no es, como un negacionista del Holocausto, como un enemigo cerval del lobby gay. Al ataque se suma Libertad Digital, esa empresilla que pasa por sus peores momentos, y a cuyo frente está un insomne chequista mental, y el partido que se enorgullecía de no doblegarse a la presión de los medios, en el que Manuel Mariscal, secretario de comunicación, vende que no los necesita, para eso están las redes sociales con sus estrategias infantiles de manipulación, lo fulmina.

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Bien, Fernando Paz, que es historiador y bueno, era y es de la factoría Ariza, de la directa confianza del presidente de los escombros de Intereconomía, Julio Ariza, y en magnífica relación con los vástagos del clan, Yulen y, sobre todo, Gabriel. Paz opositaba y ejercía de ideólogo de Vox y ha sido fulminado, tirado en la cuneta, de la manera más infame. Santiago Abascal parece no tener sentido de la lealtad. Esta defenestración entraña una lección mediática: Federico Jiménez Losantos, de cuya empresa las ratas huyen, la última el válido Vicente Azpitarte, jefe de deportes de Libertad Digital, al Senado por el PP en Granada, manda más en Vox que Julio Ariza. Vanidad de vanidades y todo vanidad.

Los miembros de los Comités Ejecutivos Provinciales que el 23 de febrero de 2019 abarrotaban, como el camarote de los hermanos Marx, el Teatro de Bellas Artes tenían sobradas razones para aplaudir con frenesí estaliniano a Santiago Abascal. Les estaba asegurando el puesto, el sueldo y el cacicato. Ellos no tendrían que competir ni esforzarse, podrían abandonar la funesta manía de pensar, para dedicarse al fácil deporte de adular. Hoy lo que vale en Vox es tener el teléfono de Santiago Abascal o el de Javier Ortega, como es el caso de Ricardo Garrudo, o conocer al primo del hermano de alguien de Madrid, ese Madrid que a fuer de querer controlarlo todo está colapsando. Los miembros de los CEP ya pueden colocar a amigos y familiares. Si Vox no es más de lo mismo, empieza a parecerlo. Y ¿qué será de los candidatos militares? Tendrán que poner orden y mostrar dignidad, porque Abascal tiene pulsión a marqués de Galapagar II.

Mientras tanto, ser militante de Vox es un acto de indignidad, asumir que no se tiene ni voz ni voto. No tiene incentivos. Estrictos mandados. ¡Y tuvieron la desfachatez de informar de que el 93% de los militantes habían tenido la indecencia de hacerse el hara kiri telemático, sin ni tan siquiera informar del número de votos! Lo dicho, los miembros de los CEP pueden colocar a sus amigos, algunos de ellos “no saben si Vox se escribe con B o con V”, como sentencia un probado militante, ahora desencantado.