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“La promesa”: El genocidio armenio fue una yihad

Redacción




Enrique de Diego.

El sábado pasado, 16 de marzo, Antena 3, emitió la película “La promesa”, dirigida por Terry George, que gira en torno al genocidio de los armenios cristianos a manos del Estado turco y de los musulmanes, turcos y kurdos, perpetrado, o más bien culminado, en el trasfondo de la primera guerra mundial. No conocía la película, así que empecé a verla por casualidad. La primera consideración es la citada de que gira en torno al hipersilenciado genocidio armenio, así que ya por su decisivo valor testimonial vale la pena. Es una espléndida película que se lanzó a las pantallas en 2016. He leído, por curiosidad, las críticas, que le son casi todas adversas. Sospecho que esa animadversión no anda lejos del intento de silenciar esta osadía de reflejar el primer genocidio del siglo XX, de una extraordinaria crueldad, y porcentualmente de dimensiones similares o superiores a la Soha o Holocausto judío a manos de los nazis.

Sin pisar un terreno que cubre tan magníficamente y con tanto respaldo de nuestros lectores nuestro sabio crítico de cine, Fernando Alonso Barahona, a mí me pareció una película espléndida en su realización y sobrecogedora en su contenido, de muy buena factura y con actores de elevada calidad. El hilo conductual es un triángulo amoroso, una fórmula manida pero efectiva, en el que Ana –Charlotte Le Bon– se debate entre el amor de Oscar Isaac –interpreta a un estudiante de medicina armenio- y Christian Bale –asume el papel de un experimentado periodista de la agencia Associated Press-. Como trágico trasfondo coral, el pueblo armenio, minoría cristiana que los turcos musulmanes han decidido exterminar. Como se decía en los buenos tiempos, un peliculón.

El genocidio armenio tuvo su culminación entre 1915 y 1918 (llegó hasta 1923). Holocausto armenio, gran crimen, consistió en la deportación forzosa con finalidad genocida y de exterminio de todo el pueblo armenio bajo soberanía turca. Las cifras sobrecogen el alma. No se da una exacta de los armenios que vivían en ese momento en el imperio otomano, pero oscilan entre 1.900.000 y 3 millones; es probable, que fuera algo superior a los 2 millones. Sí hay cierto consenso en cuanto al número de los supervivientes, que se cifran en sólo 100.000 (la película narra un hecho real: el rescate de 4.000 armenios por barcos de la Armada francesa). Fue el primer genocidio del siglo XX y claramente el más exitoso y abrumador.

Fue una culminación. Los armenios cristianos, dependientes del Patriarca de Constantinopla, vivían en el imperio otomano con el estatuto de dhimmi, que algunos se empeñan en mostrar como una especie de tolerancia islámica, en el que su testimonio no tenía validez en los tribunales, tenían prohibido llevar armas o montar a caballo o en camello, no podían construir nuevos templos, ni tocar las campanas, ni sus casas podían superar la altura de las de los musulmanes. Masacres y matanzas son continuas. Entre 1894 y 1896, trescientos mil armenios son masacrados. El sultán Abdul Hamid II se marca como objetivo «aniquilar gradualmente a los elementos cristianos”. A la catedral de Urfa, donde se refugian 3.000 cristianos armenios, se le prende fuego y se dispara a quien sale del recinto. En 1908 se produce la masacre de Adana donde son asesinados 30.000 armenios. En 1912 se produce la primera guerra de los Balcanes, que pierden los turcos, y se producen nuevas matanzas de armenios, al tiempo que hay un desplazamiento de 850.000 musulmanes, que tendrán un cruel protagonismo en el genocidio, para expoliar a los cristianos y hacerse con sus propiedades.

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Al poder en Turquía han ascendido los militares con el gobierno de los Jóvenes Turcos, que entran en la primera guerra mundial al lado de las potencias centrales. El genocidio armenio fue planificado, organizado desde el poder y con el concurso de las masas musulmanas que se apropiaron de las propiedades de los armenios, violaron a las mujeres y buscaron el exterminio completo. Winston Churchill lo denominó “holocausto administrativo” y lo describió como “crimen planeado y ejecutado por razones políticas”. El 25 de febrero de 1915, el Estado Mayor otomano emitió la directiva 8682 sobre “mayor seguridad y precauciones” con las normas para el genocidio. Primero se desarmó a los soldados armenios que estaban en el ejército turco y se les envió a batallones de trabajo. Luego se les fusiló. Los armenios sitúan el inicio del holocausto en la fecha de 24 de abril de 1915 cuando se detiene a 235 dirigentes de la comunidad armenia en Estambul. Después se dicta una orden general de deportación, en la que se envía a recorrer cientos de kilómetros a toda la población, a través de desiertos, sin provisiones; mueren de hambre, sed y privaciones. Se trata de una población desarmada y en esas marchas se recurre a la matanza directa y a torturas. Con las mujeres se puede hacer lo que se quiera: las violaciones son masivas.

El exterminio tuvo un marcado carácter de integrismo islámico, por el que la mayoría musulmana decidió exterminar a las minorías cristianas, pues también se asesinó a cristianos asirios y griegos. En noviembre de 1914, Shaykhul ul Islam declaró la yihad o guerra santa contra los cristianos, que estaban por completo desarmados. Se unieron dos componentes altamente explosivos como el panislamismo y el nacionalismo de los Jóvenes Turcos. El genocidio armenio fue el precedente del Holocausto judío, pero eso es sólo parte de la verdad, en muchos aspectos lo superó. También el brebaje genocida tuvo un fuerte sabor étnico. Los cristianos armenios, que bajo la coacción, y para salvar la vida, se convirtieron al islam, terminaron siendo masacrados. Junto a la acción programada del Ejército, se produjo la acción de la población turca y kurda, mediante el bandidaje criminal.

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Se recurrió mucho a la cremación, quemando a los cristianos en establos y pajares. Otra forma de asesinato en masa fue lanzarlos al mar por la borda de los barcos. Hubo también una pulsión de experimentación médica en el crimen. La CUP (Comité de Unión y Progreso), el organismo encargado de la ejecución del genocidio, contaba con médicos como Behaleddin Shakir y Nazim Bey. Se utilizaron para el envenenamiento masivo sobredosis de morfina, gas tóxico, inoculación de la fiebre tifoidea. El 13 de septiembre de 1915 se aprobó la Ley temporal de expropiación y confiscación por la que se confiscaron todas las propiedades de los cristianos armenios; entre ellas, 2000 iglesias y 200 monasterios.

The New York Times, que cubrió informativamente el genocidio, lo califica en sus crónicas de “sistemático”, “autorizado y organizado por el gobierno”. George Harton, cónsul general en Esmirna, reseña “el exterminio sistemático de las poblaciones cristianas por los mahometanos”. Henry Morgenthau, embajador de Estados Unidos en Turquía, lo sitúa como “campaña de exterminio de razas”.

Se trata de un genocidio silenciado. En casi ningún libro sobre la primera guerra mundial aparece, ni se le menciona. Turquía considera delito referirse a él. “La promesa” tiene el osado acierto de certificarlo. Sólo por eso ya es una gran película. Establece un principio que se viene cumpliendo de manera terrorífica: cuando los cristianos son una minoría en una sociedad mayoritariamente musulmana son asesinados hasta el genocidio. Y éste, por cierto, es silenciado. Al genocidio armenio, han seguido el de Sudán del Sur, el de Irak, Siria y el Norte de Nigeria. La situación de los coptos en Egipto y de los cristianos de todas las confesiones en Pakistán se encuentran en esos umbrales sombríos en los que el racismo y la intolerancia se tornan criminales y propenden a las limpiezas étnica y religiosa. “La promesa”, con su mensaje, es una de las más importantes que se han llevado a la gran pantalla y está muy bien realizada.