Luis Bru.
¿Quién le ha visto y quién le ve? Pedro J Ramírez ha quedado para la desmerecida función de palmero de Albert Rivera. Cuando el programa «Todo es mentira» de Risto Mejide se cebó en Ramírez como si fuera el abuelo porreta o el tonto del pueblo, Ramírez acababa de asistir a la presentación del decálogo del «feminismo liberal» de Ciudadanos, un acto al que asistieron un centenar de personas, la mayoría cargos electos del partido. Asistir a actos de una formación política no lo había hecho en su vida Pedro J Ramírez, como tampoco había mostrado preocupación alguna por el feminismo.
Como expresan fuentes solventes que han seguido la trayectoria del riojano, «ahora mismo está más colgado que un jamón». En su vida pasada, Ramírez no era nada dado a la vida social. Antes, con Ágatha Ruiz de la Prada, les invitaban a todo y no iba a casi nada. Ahora asiste a todo lo poco que le invitan, incluso a actos de partido como un hooligan. El Partido Popular no quiere saber nada de él, y él no quiere saber nada de Vox. Los socialistas no se fían, aunque en todo el trecho recorrido durante la moción de censura, Ramírez -cuya sangría de suscriptores en su digital es imparable y adquiere dimensiones de hemorragia- fue el consejero aúlico de Albert Rivera y con la torpeza de ambos fortalecieron a Pedro Sánchez. Para no pocos, más que mirarle un tuerto, su mal fario proviene de la polémica Cruz Sánchez de Lara.
Resulta patética la degradación de este Ramírez decadente, que parece una parodia de lo que fue o de lo que se creyó. Antes abominaba de los periodistas que andaban pidiendo dinero a los empresarios y personificaba esa costumbre que consideraba degradante en Totoyo y Jesús Cacho, ahora llamada mendicante y en estado de máxima ansiedad al propietario de Porcelanosa para que ponga publicidad en su deficitario digital.