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Andreu Nin echa por tierra la Ley de Memoria Histórica: La República como satélite de la Unión Soviética y coto de caza humana de Stalin

Redacción




Enrique de Diego.

El 11 de febrero de 2008, cuando se realizaban obras en el perímetro de seguridad de la Brigada Paracaidista, en Alcalá de Henares, fue descubierta una fosa común en el que había un amasijo de huesos humanos, que correspondían a entre 5 y 9 personas, según las informaciones. Un cráneo tenía un tiro de bala y había dos tibias rotas, sugiriendo torturas.

El hallazgo se mantuvo en secreto, a pesar de que en ese momento gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero y estaba en vigor su Ley de Memoria Histórica. La Ley 52/2007 estaba recién estrenada, desde el 26 de diciembre. El 31 de octubre, la entonces vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, en el debate parlamentario, había afirmado que “es una Ley que se pone del lado de todas las víctimas”. Una falsedad notoria.

Las víctimas de aquella fosa común no parecían interesar mucho. El 5 de marzo de 2008, Abc dio información del hallazgo indicando que allí podrían encontrarse los restos de Andreu Nin. Abc señalaba la ubicación como indicio, pues el lugar estaba cerca del chalet que habían ocupado el jefe de la aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros y su esposa, Constancia de la Mora Maura, dos aristócratas comunistas, ella jefa de la Oficina de Prensa Extranjera, una censora, y en el que probablemente había estado secuestrado y había sido torturado Andreu Nin. La Fundación Andreu Nin, en la que participa una de sus nietas, se interesó de inmediato en el caso y a disposición de facilitar muestras para unas hipotéticas pruebas de ADN. Del hallazgo, que agitó por unos días las aguas dormidas, poco más se ha dicho. Algunos de los muertos, allí enterrados, tenían correajes y restos de uniformes militares. Eso es todo cuanto se ha publicado ulteriormente.

Andreu Nin es el gran desaparecido. Desapareció el 16 de junio de 1937, detenido en Las Ramblas, y se le ha hecho desaparecer prácticamente de la historia. Descuadra por completo la Ley de Memoria Histórica; la desvencija; la echa por tierra. El asesinato terrible de Nin es la reducción al absurdo de la Ley de Memoria Histórica. Porque Andreu Nin, exconseller de Justicia de la Generalitat, marxista, no fue víctima del franquismo, sino del estalinismo y de su apéndice, el PCE, y el Gobierno de la República miró convenientemente para otro lado. Negrín asumió sin la más mínima crítica la delirante versión que le suministraron los comunistas de que había sido trasladado a Alemania por un comando de la Gestapo.

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El misterio de Andreu Nin, del que no se conoce con plena certeza ni las circunstancias de su asesinato, ni tan siquiera el día, siendo el momento más probable la noche del 22 de junio de 1938, conlleva la existencia de las checas, el “terror rojo” y la sumisión republicana a la Unión Soviética de Stalin. Demasiado para los cuentos de hadas de republicanos demócratas frente fascistas. Ese simplismo hecho Ley que resulta aberrante y contradictorio con la realidad, más propio del Ministerio de la Verdad de ese 1984 descrito por George Orwell, en el que el héroe Emmanuel Goldstein está inspirado en Andreu Nin.

El líder del POUM, que era un revolucionario, un ex trotskista, fue trasladado a Alcalá de Henares, porque Alcalá era un Estado dentro del Estado, una colonia soviética, con jefes de escuadrilla y pilotos, telegrafistas y mecánicos rusos. En lo que ahora es el campus de la Universidad de Alcalá se había montado el aeródromo “Barberá y Collar” base de los Polikarpov I-15, los famosos “chatos”.

En octubre de 1992, se emitió por TV3 el reportaje “Operación Nikolai”, realizado por Dolors Genovés, quien había estudiado los archivos de la NKVD y de la KGB. Básicamente, el reportaje confirmaba lo ya reseñado por Jesús Hernández, tras dejar el comunismo, en su libro “Yo fui ministro de Stalin”. Los documentos confirmaban que Alexander Orlov había llevado a cabo el montaje de la implicación del POUM en una traición fascista y la relación de su asesinato con la paranoia antitrotskista del estalinismo. También se confirmaba el secuestro de Nin y los documentos hacían referencia a cuatro declaraciones. Nin no estuvo dispuesto a servir a los fines de sus verdugos. Los interrogatorios empezaron con el sistema “seco”: las veinticuatro horas turnándose haciéndole las mismas preguntas, para pasar luego a la tortura física, llegando a despellejarle, forma extrema de la crueldad humana.

El enigma incluye el lugar de su muerte. Grupos de oficiales rusos y polacos de la Brigada Orloff, con acuartelamiento en El Pardo, se lo llevaron la noche del 21-22 de junio y lo fusilaron. Otra versión es que fue asesinado entre Alcalá de Henares y Perales de Tajuña. Y una tercera apunta a que lo fue en la carretera hacia Albacete. Tras el reportaje ‘Operación Nikolai’, Joaquín Leguina, presidente socialista de la Comunidad de Madrid, realizó algunas investigaciones superficiales y desganadas. Andreu Nin no interesa, como si nunca hubiera existido. Los reportajes y exposiciones sobre la presencia de George Orwell en España lo presentan como una especie de turista ocasional y el Homenaje a Cataluña como una guía de viajes, sin referencias a la tragedia del POUM, cuyas siglas casi parecen un disparo en un tebeo.

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¿Dónde tiene cabida Andreu Nin en esa execrable y mendaz Ley de Memoria Histórica? He aquí su artículo 1 para intentar buscar una respuesta: «La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales». Cada uno de los asesinados en las checas, en los paseos, echa abajo esta superchería, pero más que ninguno Nin, porque entraña una complejidad que rechaza entrar en el patrón simplista. Por eso Nin es el gran desaparecido; el desaparecido absoluto, sin tumba y borrado de la memoria histórica.

¿Dónde cabe la sentencia contra los dirigentes del POUM? ¿Qué sentido puede darse al aluvión de telegramas comunistas exigiendo su pena de muerte? ¿Cuál, como cuestión secundaria y al tiempo esencial, era el objetivo y la finalidad de la lucha del Ejército de Maniobra de la República en el frente del Ebro cuyos mandos se mostraban tan justicieros? ¿Qué baño de sangre se hubiera producido de haber ganado la guerra los Líster, Modesto y Tagüeña? He aquí el artículo 2 de la malhadada Ley. «Como expresión del derecho de todos los ciudadanos a la reparación moral y a la recuperación de su memoria personal y familiar, se reconoce y declara el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la Dictadura». Habrá, pues, que rehabilitar a los dirigentes del POUM…Indemnizarles, acaso. Y habrá que buscar los restos de Nin, el gran desaparecido. ¿O no interesa? ¿O interesa ocultar que hubo un tiempo, en España, en que la República fue poco más y poco menos que un satélite de la Unión Soviética y coto de caza humana de Josef Stalin?