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Vox: anticonstitucional, antidemocrático y hostil a los militantes

Redacción




Editorial.

La Asamblea General de Vox ha decidido, con el voto del 93% de los afiliados, eliminar el principio de representación y, por tanto, cercenar todos los derechos de los militantes. Resulta complicado imaginar un escenario y un resultado más obscenos y ridículos. No se puede democráticamente eliminar todo vestigio de democracia interna. Esto es un contrasentido, una contradicción en los términos y una soberana estupidez. Es una decisión manifiestamente inválida, como lo sería una asamblea de hombres libres que decidieran reducirse al estado de esclavitud.

La decisión es, por de pronto, anticonstitucional y cuando se actúa como acusación popular contra unos golpistas acusándoles de salirse del marco legal y de la Constitución, no se puede perpetrar tamaño desatino. El artículo 6 de la Constitución establece que los partidos son “instrumento fundamental de la participación política”, lo que implica que dentro de ellos la participación ha de darse en grado máximo, pero es que ese artículo establece que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. La Asamblea General de Vox ha decidido que la estructura interna y el funcionamiento del partido no serán democráticos; serán directamente antidemocráticos.

Vox se dota de una estructura jerárquica y piramidal, en la que todo el poder está acumulado en el presidente, Santiago Abascal, y en el que ninguno de los cargos son elegidos por los militantes sino que actúan por delegación. Ciudadanos actúa de manera similar o muy parecida, sin democracia interna, pero mantiene ciertas formas. Quizás habría que alabar la sinceridad de Vox frente a la hipocresía de Ciudadanos, pero en ambos casos nuestra censura no puede ser más clara.

Vox renuncia, por de pronto, a las primarias, que era uno de sus compromisos fundacionales establecido en el frontispicio de sus Estatutos. Ha faltado a su palabra. ¿Cuántas veces más lo hará? Pero, insistimos, no sólo ha acabado con las primarias, ha renunciado al principio democrático de representación. Que eso se haga mediante una votación es un sarcasmo, cuando no una estricta bufonada. La estructura de Vox se establece de forma en todo semejante al centralismo democrático de los partidos comunistas leninistas y estalinistas y mediante el mando delegado en los territorios de forma clónica al SNAP de Adolfo Hitler con los gauletier. Se sitúa en la condición de partido revolucionario, aunque eso lo hace, de manera sorprendente, después de pactar a la baja en Andalucía, cuando los revolucionarios tienden a pactar poco. “Pactaremos poco”, decía el punto 27 de los principios de Falange.

Esta decisión inválida, y a todas luces ilegal, tiene dos peligros evidentes e inmediatos: el caudillismo y la burocratización. La ejecutiva nacional se constituye como una casta privilegiada, dependiente del caudillo, que no admite disidencia ni discrepancia, ni debate, ni pensamiento propio. Esa casta, más sus peones provinciales, reducidos a la función de mandados, de gente sin personalidad, se blinda y se proyecta como la única detentadora del poder, de manera piramidal. Santiago Abascal nombra a la Comisión Ejecutiva y a los coordinadores provinciales. Es, además, y ya de partida un caudillismo que no está constreñido por la palabra dada, por el compromiso, ni por los Estatutos, ni tampoco por la Constitución.

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Vox ha pasado a ser un chiringuito

Vox ha incumplido, además, otro principio fundacional y otra propuesta: como reconoció el tesorero Andrés Porta, Vox ha decidido empezar a gozar de las subvenciones que se conceden a los partidos políticos por sus resultados electorales. De las elecciones andaluzas recibirá 600.000 euros. Es decir, y lo decimos con todas las letras, Vox ha pasado a ser un “chiringuito”, con escasa capacidad moral para criticar y denunciar las redes clientelares subvencionadas, incluidas las referidas a la ideología de género, salvo desde la incoherencia y la impostura.

A este cúmulo de despropósitos se ha llegado a través de un proceso con manifiestas pulsiones paranoicas, exhibidas con claridad por el propio Santiago Abascal afirmando ufano que  «hoy Vox se protege de los infiltrados, de los que quieren llegar a nosotros animados por otros que no vienen a servir a España sino a servirse«. Quizás consciente de la falta de legitimidad de la Asamblea para salirse del marco constitucional, del mínimo democrático y de que los militantes voten renunciar a cualquier derecho, Abascal ha intentado refugiarse en los tiempos heroicos y remitirse a un informal clima plebiscitario, aduciendo que se lo han pedido “en la calle”. Tampoco la calle tiene legitimidad para esta cretinez antijurídica, y parece mentira que Vox ejerza la acusación popular y acuda con frecuencia a los Juzgados, a los que podría seguramente ser llevado ese partido por cualesquiera de sus militantes. Teníamos entendido que el secretario general es un jurista. Ahora nos parece de dudoso prestigio.

La cúpula ha establecido un prejuicio negativo respecto a las intenciones de cualquiera que se haya afiliado después de las elecciones andaluzas o que pretendiera afiliarse de aquí en adelante, y bajo ese prejuicio se ha abismado en este desfonde moral. En esa línea paranoica que comentábamos anteriormente, Abascal, un hombre de coraje pero a lo que se ve de luces limitadas, se ha escudado en una tosca dialéctica amigo-enemigo para decir que la polémica había sido promovida por “medios no afines”. Sean afines o no afines, estamos analizando cuestiones objetivas: los Estatutos de Vox consideraban esencial las primarias y ahora el mismo partido ha pasado a considerarlas un peligro disolvente. Rambla Libre no es un medio afín a Vox, como no lo es a ningún partido, porque nuestro principal valor y nuestra virtud cívica consustancial es la independencia. Nuestra línea editorial es muy similar al programa de Vox, por la sencilla razón de que nosotros venimos propugnando esas ideas desde hace mucho más tiempo, mientras Santiago Abascal sesteaba en el sistema, le servía de coartada y era colocado de chiringuito en chiringuito para literalmente mantenerle como un funcionario de la política.

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Los “arribistas” han sido básicamente un invento de Santiago Abascal para blindarse él, blindar a su cúpula de amigos, donde no se viven escrupulosamente criterios de ética económica, y para reducir a todos y cada uno de los militantes a mera manada de mandados. Cualquiera que hoy en día tenga contacto con cualquier cargo de Vox en provincias puede comprobar que carecen de la más mínima iniciativa y de cualquier versatilidad,remitiéndose siempre a Madrid. Esto puede traer graves y descomunales problemas ante responsabilidades de gestión. Nos consta que personas de gran valía y altos valores morales han estado pensando en apostar por Vox y se han sentido insultados por ese prejuicio abusivo. También nos consta que militantes con trienios de Vox han visto como dentro de la formación se ha extendido un clima asfixiante de prevenciones y miedos que intentan evitar el contacto de unos militantes con otros, reduciendo reuniones virtuales y físicas. Ni tan siquiera han podido asistir a una Asamblea donde se iba a decidir sobre sus derechos. La cuestión no menor es qué sentido tiene militar en Vox, cuando no va a haber ninguna participación. Vox se ha situado en una posición de hostilidad hacia los militantes. No digamos ante los nuevos a los que de inmediato, y sin pruebas, se acusa de arribistas y de querer destruir el proyecto llegando “hasta la sala de máquinas”.

También es abusiva la cuarentena establecida para los nuevos militantes durante nueve meses, que si bien puede ser prudencia respecto a prácticas caciquiles de inflar los censos, también entraña una visión muy negativa de la presunción de inocencia y de la capacidad de la organización de corregir errores.

Reiteramos que es inválido que una Asamblea vote reducir los derechos de sus miembros, que Vox está obligado a que haya democracia interna, de modo que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”, como es el marco establecido por la Constitución, y que es patético que los militantes de Vox hayan aprobado –si es así, porque nos fíamos muy poco de los sistemas telemáticos- ser reducidos a siervos o a meras ovejas de un rebaño. Impresentable.