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Recordando a una gran estrella: Elizabeth Taylor

Redacción




Fernando Alonso Barahona. Crítico de cine.

Fue la gata sobre el tejado de cinz caliente, la turbadora historia de Tennesee Williams llevada al cine por Richard Brooks con Paul Newman. El mismo Tennesee le sirvió para otro de sus trabajos más brillantes: De repente el último verano, dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1959 con un reparto en el que se encontraban nada menos que Montgomery Clift y Katharine Hepburn.

Liz Taylor, gata sobre el tejado de zinc.

Y por supuesto Elizabeth Taylor ( Londres, 27 febrero 1932 – Los Angeles – 23 marzo 2011 ) fue la tormentosa Cleopatra de Mankiewicz en 1963. La película tardó años en rodarse, fue iniciada por Rouben Mamoulian y Richard Burton no se incorporó hasta que Mankiewicz entró en la producción. Aunque la mejor película sobre Cleopatra continúe siendo la de Cecil B. deMille de 1934 (protagonizada por Claudette Colbert ) y el mejor Marco Antonio, Charlton Heston (en la óptica shakesperiana), la suntuosa superproducción permitió a Liz un brillo y una majestuosidad realmente insuperables.

Liz Taylor, grande en Cleopatra

Pero Elizabeth Taylor fue mucho más en la historia del cine, comenzó como estrella infantil y juvenil – recordemos Fuego de juventud, de Clarence Brown, con el incombustible Mickey Rooney  y formó parte del reparto de la encantadora Mujercitas (1949 ) de Mervin Le Roy y de las entrañables El padre de la novia (1950 ) y El padre es abuelo ( 1951 ) ambas de Vincent Minnelli, con Spencer Tracy en el personaje del padre. Y brilló con luz propia en un clásico del cine de aventuras, la gran Ivanhoe (1952 ) de Richard Thorpe. Aún hoy los cinéfilos se preguntan como el héroe (Robert Taylor)  elige al final a Joan Fontaine en lugar de a la hermosa y dulce Rebeca (Liz) que por aquel entonces aún no había cumplido los veinte años.

De la mano de George Stevens –uno de los cineastas clásicos que aún espera un concienzudo análisis de su obra- cambió de registro en la que tal vez sean sus dos mejores películas: Un lugar en el sol ( A place in the sun)1951 y Gigante (Giant) 1955.  En la primera le acompañaba su gran amigo Montgomery Clift ( 1920-1966 ) y en la segunda James Dean y otro de sus íntimos más apreciados, nada menos que Rock Hudson ( 1925-1985 ). Un lugar en el sol se adentra en el lado oscuro del amor que se enfrenta al dilema de elegir entre la muchacha humilde (y embarazada) y la rica joven de buena familia que promete un futuro de oro. Stevens no se limita a centrar la historia en el drama romántico sino que introduce el dilema moral y el arrepentimiento en una bella e impresionante secuencia final.

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Liz Taylor con James Dean en Gigante.

Gigante es la sublimación del melodrama unido al gran espectáculo: el petróleo, la civilización, el amor, el derroche que conduce al vacío vital. Imitada luego mil veces permanece como una singular obra maestra.

La década de los cincuenta resultó esplendorosa: Beau Brummell ( 1954 ), con Stewart Granger, La última vez que vi Paris (1956 ) de Richard Brooks.

Richard Burton con Liz Taylor, saltan chispas.

Elizabeth Taylor se casó ocho veces (con siete hombres pues el amor de su vida, Richard Burton contrajo dos veces matrimonio con ella), entre ellos Michael Wilding, Eddie Fisher y el productor Mike Todd (que la dejó viuda tras morir en un accidente de aviación). Pero si Monty Clift y Rock Hudson – también en menor medida Laurence Harvey – fueron sus amigos personales a los que siempre ayudó hasta la extenuación, Richard Burton (1925-1984), actor de prestigio en las tablas y en el cine, se convirtió en el amor más apasionado, vitalista y a veces destructivo que muchos recuerdan. Los medios de comunicación les persiguieron, además, provocando el escándalo, los titulares y la desmesura.

Con Monty rodó otras películas como El árbol de la vida, de Edward Dmytrik, fallido intento de recapturar el ambiente de Lo que el viento se llevó, y obra maldita porque durante su rodaje Clift sufrió el grave accidente de coche que casi acaba con su vida y le deja huellas visibles en el rostro y en el alma. En 1966 ella le impone en el reparto de Reflejos en un ojo dorado, que va a dirigir John Huston, una adaptación de una polémica novela de Carson McCullers sobre un militar  con inclinaciones homosexuales  y casado con una harpía que le engaña. Pero Clift, enfermo y deprimido muere antes de iniciar el rodaje. Marlon Brando sería el protagonista de esta espléndida película, una de las mejores de su director.

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Liz Taylor con Richard Burton, en Quién teme a Virginia Woolf.

Con Richard Burton, Liz rueda varios títulos, entre ellos el emblemático – que le proporciona un Óscar – Quién teme a Virginia Woolf,  (1968 ) de Mike Nichols, y la divertida La fierecilla domada, dirigida por Franco Zeffirelli, otro de sus rendidos admiradores y amigos.

Y también con Burton en 1964 llega Castillos en la arena (The sandpiper), magistral obra de Vincent Minnelli en la que interpreta a una mujer de espíritu libre e indomable que vive una tempestuosa historia de amor con un pastor protestante casado y de rígida moral.

Liz Taylor, belleza mágica.

Elizabeth Taylor encarna en el cine la belleza mágica y sinuosa que se hace presente y carnal cuando se contempla. Sus mujeres son poderosas, atormentadas pero luchadoras: La mujer marcada de Daniel Mann, al lado de Laurence Harvey, que en 1960 le hace ganar el primero de sus dos Óscar, La mujer maldita, 1968 de Joseph Losey ….

Con el paso de los años, los matrimonios y las enfermedades, Liz se entregó con pasión –como hizo todo en su vida– a las causas benéficas y humanitarias, sobre todo la lucha contra el SIDA, en muchas de ellas colaboró estrechamente con su muy querido Michael Jackson. Y el cine se fue espaciando: El pájaro azul (1976 ) de George Cukor, El espejo roto (1980 ), adaptación de Agatha Christie plagada de estrellas (Rock Hudson, Kim Novak, Tony Curtis), El joven Toscanini, de Franco Zeffirelli o su aparición especial en Los picapiedra ( 1994 ) producida por Steven Spielberg.

Liz Taylor.

La magia del cine reside en el poder de su mirada , por eso los ojos felinos y bellos de Elizabeth Taylor no morirán jamás . Ella es – y será siempre- historia viva del Hollywood dorado y pertenece a la estirpe de las más grandes diosas del cine: Garbo, Marlene, Jeanette MacDonald, Bárbara Stanwyck, Norma Shearer, Ava Gardner, Rita Hayworth, Katharine Hepburn, Vivien Leigh, María Felix, Jennifer Jones, Judy Garland, María Montez, Gene Tierney, Audrey Hepburn, Kim Novak