Yrene de Callais.
He visto en Rambla Libre la postal navideña con la que felicita el matrimonio de Pedro J Ramírez y Cruz Sánchez, a no se sabe quién. Con esta misiva, la pareja ha dado un paso decidido de lo sublime a lo ridículo, que se convierte en espanto tras visionar los calcetines con los pantalones estrechos del yayo Pedro J y el traje trasnochado de Mamá Noël, que envuelve a una Cruz carente de cualquier glamour, pese a sus pretensiones.
Y es que Pedro J –Pedro para la churri– ha bajado de categoría desde que no está con Ágatha Ruiz de la Prada, porque ésta simboliza el glamour natural, el savoir faire, el fair play, sin necesidad de hacer extravagancias como la otra. Ágatha en su sencillez es una mujer profundamente clásica con un gusto exquisito, forjado a golpe de noblesse obligue, son muchas las generaciones de buenas casas, muebles elegantes, modistos con gusto; en fin, una tradición renovada que no se improvisa.
Así que un consejo que le daría a esta esperpéntica pareja, que parecen sacados de Valle Inclán pero sin su sutileza (Pedro J no es, desde luego, el Marqués de Bradomín, feo, católico y sentimental) es que dejen de hacer el ridículo. Son ya muy mayorcitos para tales menesteres.