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“Jesús de Vascaret” o la iglesia nacionalista vasca (VI): Teología de la liberación “a la vasca”

Redacción




José Manuel Lestón.

Obviamente los obispos vascos tendrán que demostrar con hechos el inconcreto arrepentimiento de la Iglesia local por ciertas complicidades, al igual que la banda terrorista Eta, junto al todavía exonerado nacionalismo “moderado”. Al no concretar ni identificar esa actitud cómplice el clero vasco consecuentemente abandona la idea de ‘predicar con el ejemplo’ (de fijar un modelo que no se repita en el futuro). Desearía saber qué es lo que entra o no tanto en su compromiso de atender a las víctimas como en lo que respecta a su “autocrítica”. ¿Acaso alguien piensa que la iglesia vasca va a dejar de ejercer su abertzalismo, basado en la diferencia, por un comunicado tan endeble como el que nos ocupa?. Por tanto, eso de que la iglesia vasca rompe definitivamente con su pasado “tibio” frente a Eta…vamos a dejarlo. ¿Acaso ahora va a adoptar el relato de las víctimas para dejar a un lado su consuetudinaria parcialidad?. ¿Acaso los seminarios vascos y las iglesias estarán libres de cualquier contaminación ideológica para poder recuperar ese gran número de vocaciones de antaño?. ¿Acaso van a celebrar una misa por todas las víctimas de Eta, en la que éstas sean reconocidas y nombradas una a una como víctimas de una excluyente ideología?. ¿Acaso van a pedir a cambio del acercamiento de presos, en aras de la reconciliación que demandan, la colaboración de éstos (y de los ya excarcelados/huidos) con la Justicia?. ¿Acaso va a haber, al igual que hubo entre los partidos un Pacto por las libertades y contra el terrorismo, un pacto unívoco entre las diversas jerarquías eclesiásticas para acordar una respuesta firme ante Eta?. ¿Acaso sin él puede haber depuración alguna en la díscola iglesia local?. ¿Acaso se trasladará a los díscolos o, cuando menos, recibirán éstos algún tipo de apercibimiento?. ¿Acaso la depuración a nivel obispal es suficiente cuando la base que conforma aquella iglesia queda aún sin depurar?. ¿Acaso esos obispos vascos que piden perdón por ciertas complicidades van a recuperar y reintegrar a los sacerdotes purgados por la turba religiosa nacionalista?, algunos de ellos exiliados forzosamente fuera del territorio vasco, como es el caso del jesuita Jaime Larrinaga. ¿Acaso esos purgados los pondrá la Iglesia algún día, no ya como mártires sino como modelos o ejemplos a seguir en sus manifiestos o pastorales?. A día de hoy no he visto arrepentimiento alguno en ninguno de los díscolos curas. Su actual “autocrítica” (la de los obispos) en términos reales ha resultado poco depurativa y convincente. Por lo tanto: “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Por todo lo anterior tengan presente una cosa: La “reinserción” de la Iglesia vasca (si se produce) va a ser, al igual que la de la Eta y la del propio nacionalismo vasco, aparente y, sobre todo, en clave nacionalista, independientemente de quién presida los obispados. Siempre permanecerá latente, como antaño, la habitual presión de un gran número de sacerdotes “vascos” (incluso de ciertas comunidades cristianas de base: Comunidades Cristianas Populares, Coordinadora de Sacerdotes de Euskalherria y Herria 2000 Eliza) frente a cualquier jerarquía eclesiástica no nacionalista (más universal), es decir, frente a cualquier injerencia de “fuera”. Siempre primará lo vasco, lo étnico, lo identitario, lo político antes que lo espiritual. Y esa presión será crítica (o intentará serlo) ante cualquier futurible traslado por díscola conducta. Si a eso le añadimos el fervor nacional-eclesiástico local, fanatizado por el nacionalcatolicismo vasco desde su origen sabiniano, ustedes comprenderán la dificultosa situación ante la que nos encontramos. Sin embargo, no por ello hay que dejar de poner coto a ciertas situaciones y a ciertos condicionamientos, que hoy día impiden la necesaria despolitización de la iglesia nacional vasca. Dudo conscientemente de que la Conferencia Episcopal Española y la Santa Sede, aún conociendo el problema, quieran afrontarlo, aplicando de forma finalista un cambio profundo en el fondo doctrinalmente político que subyace de ciertas pastorales. Simplemente ambas instituciones buscarán, como siempre, ciertos equilibrios a nivel interno para guardar la ropa de cara a la galería y a su variopinta feligresía, manteniendo así el “statu quo”, habida cuenta del problema que supone “recentralizar” la Iglesia, aunque sólo sea para que ésta se ocupe únicamente del plano espiritual. Piensen que recentralizar no necesariamente es españolizar. Simplemente es despolitizar la religión en aquel territorio. Para la otra mitad (para los cristianos vascos no nacionalistas excluídos) ya no bastará una simple condena del terrorismo en futuras pastorales si ésta no va acompañada de la consecuente despolitización doctrinal de aquéllas y de ciertas homilías. Cuando el pueblo vasco sea el pueblo de todos los vascos por fin Dios estará presente y su Mensaje también. Obviamente los 3 “estamentos” citados al inicio de este párrafo, aún pidiendo perdón en base a un fingido o aparente arrepentimiento, proseguirán con su tradicional posición, a la espera de que el autogobierno asiente una más que futurible independencia,  aislando con la doctrina de siempre a la otra mitad del pueblo vasco. En resumen, la iglesia vasca y la catalana están totalmente descentralizadas de la universalidad general que predica la iglesia católica romana. Se mire como se mire, su confesionalidad, esa misma que criticaban al régimen franquista, adjetivándola como antidemocrática, y que ahora usan como elemento “normalizador“ del territorio, es más que patente. El “Estado Vasco”, que ejerce de facto como tal aun sin serlo, por el cada vez mayor grado de autogobierno y también por el sistemático incumplimiento de la ley, está ligado a “su” Iglesia y viceversa. Esa ligadura y subordinación al “Estado Español” que antaño predicaban bajo cartas de denuncia es la que defienden desde hace décadas, pero para sí mismos. Por lo tanto, el pretendido giro desde esos obispados no ha llegado ni llegará a la Iglesia vasca por ser ésta militante (conceptualmente hablando) de un separatismo desde los inicios del propio nacionalismo vasco. Como conclusión final caben 3 afirmaciones en una única frase: ni Eta se disolverá del todo (pues cualquier nacionalismo o populismo requiere de un ala radical para hegemonizarse con o sin armas), ni una parte importante de la Iglesia Vasca  abandonará sus complicidades (por incomparecencia de la otra parte), ni el nacionalismo vasco (que engendró la concepción de las anteriores) dejará de ser excluyente.

Precisamente en la celebración del Día de la Patria Vasca (Aberri Eguna) se conmemora el descubrimiento por parte de Sabino Arana de su “no españolidad”, tras conversar con su hermano Luis. Y para tal “iluminación” la fecha elegida no es otra que el Domingo de Resurrección, para que cada año resucite renovadamente en el pueblo tan sagrada “conversión”. Queda claro que en más de un siglo de historia no han practicado un nacionalismo integrador, ni desde el ámbito político (anualmente en ciertas “campas” como Salburua o Foronda, cual sermón de la montaña) ni tampoco desde púlpitos o sacristías, gracias a su afán excluyente hacia todo lo catalogado como “no propio”. Recordarán los polémicos discursos de aquel “ex-jesuita”, convertido a presidente del PNV, llamado Xabier Arzalluz, en aquellos septiembres de los años 90 y siguientes, con motivo del Alderdi Eguna (Día del Partido). Así se catapultó cuando menos como Salvador de su propio partido, sin llegar a proclamar el “automito sabiniano” en primera persona.

En cualquier caso, es en ese afán excluyente hacia lo considerado como “no propio” donde realmente está su pecado original y también su complicidad: el nacionalismo vasco desde su “sacrosanta” conformación nunca buscó el aglutinante integrador que cualquier proyecto necesita para forjar una auténtica paz social, hoy inexistente en aquel territorio. En eso consiste la intocable doctrina nacionalista vasca: para sus afines es toda una religión política (incluso étnica); para sus detractores se trata de un excluyente proyecto político sacralizado hasta la saciedad desde su origen. Es a ese Jesús étnico, al de “Vascaret”, al que siguen, y no al de Nazaret (al Jesús universal). Por eso han perdido fieles y se ha reducido considerablemente el número de seminaristas, tanto en el P. Vasco como en Navarra (también en Cataluña), comunidades antaño punteras en cuanto a vocaciones se refiere. Piensen que el nacionalismo vasco no deja de ser una especie de “teología de la liberación” pero a la vasca, políticamente hablando, teniendo un origen decimonónico en su concepción y  un pleno desarrollo tras el Concilio Vaticano II en su reformulación. Y entre esas dos fechas (de origen y desarrollo) nacería casual y oficialmente Eta, concretamente el día de San Ignacio (un 31 de Julio), festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (de los Jesuitas). También se fundó en esa fecha el PNV, que celebra su aniversario. Toda una ‘triple coincidencia’, como si se tratara de la Santísima Trinidad pero “a lo euskaldun”, independientemente del demostrado papel ‘colaborativo’ desempeñado por los activos jesuitas vascos en el asunto que nos ocupa. Si bien es verdad que la ‘Compañía’ de Jesús, en origen de clara inspiración y marcado carácter militar (San Ignacio orgánicamente fue su primer General), recibe ese nombre por ser concebida como “una compañía de combate al servicio de Dios y de la propagación de la fe católica”, no es menos cierto que en territorio vasco tal fin estuviera en un segundo plano, al dar cobijo a lo paramilitar antes que a su obligada y original doctrina espiritual. Parece que se tomaron más en serio lo de “compañía de combate”.

Cabe una penúltima reflexión: el púlpito político y el eclesiástico van en comunión (o común unión) desde los tiempos de Sabino Arana. ¡Vaya Cruz!. Y todo por no ponerse de rodillas ante el Dios Universal, anteponiendo el lema jeltzale del PNV “Dios y Leyes Viejas” a todo lo demás. El poder necesita de ambos púlpitos, tanto para asentar la lehendakaritza y el autogobierno como para mantener el protectorado religioso eminentemente vasquista. Ambos están comprometidos con la “causa”, como también lo está una Eta política eminentemente ‘activista’y ‘amenazante’ aún sin armas. La presión continúa y enfrente no tienen a nadie. Obviamente en democracia la estrategia de movilización de la iglesia vasca en relación al separatismo será y es más sigilosa y suave que en tiempos pasados, menos ‘movida’ si cabe que en la dictadura, aunque nunca dejará de ser militante, eso sí de forma ‘cuasi’ sumergida, buscando siempre la consolidación de una Diócesis Vasca (políticamente hablando). De ahí que su ausencia para con las víctimas de Eta sea manifiesta, como diáfana su tradicional postura en pro de la liberación de los presos.

 

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Espero que estas líneas sirvan de reflexión a ciertas esferas. Nadie duda de la gran labor humanitaria que realiza la iglesia católica en todo el mundo. Sin embargo, en ciertas latitudes no se puede servir a Dios y al diablo a la vez. Piensen que para muchos ya no sirve el mensaje de “mi paz os dejo, mi paz os doy”…pero con la “X” estoy, sobre todo en ciertos territorios. Menos mal que muchos nos reservamos el derecho de poner otra X en la obligada y anual Declaración de la Renta. Creyentes o no, la universalidad de los derechos humanos, incluso de la doctrina social de la Iglesia, no pasa por ese Jesús étnico al que sigue la iglesia local vasca, y que no anula Roma, aquí denominado Jesús de “Vascaret”. Ya no nos sirve el cambio de cromos efectuado en los referidos obispados. Hay que trabajar desde la base. Si no hay una solidaridad universal no nos pueden exigir una solidaridad a nivel particular. Desgraciadamente parece que siempre hay que elegir entre “la bolsa o la vida”. Una pena. Amén.

Fdo.: José Manuel Lestón Díaz

(Entre otras fuentes…las citadas).