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Donald Trump no es Richard Nixon

Redacción




Virginia Montes.

Semejanzas y paralelismos entre Donald Trump y Richard Nixon en su relación con los medios de comunicación son evidentes. En ambos casos, los medios los consideran presidentes ilegítimos a los que es preciso batir y sacar de la Casa Blanca. A pesar de las apariencias en relación con Trump, no se trata de una animadversión personal, sino de una lucha ideológica. Las grandes empresas de comunicación de la costa Este y del resto del país tratan de imponer una tiranía mediante una ideología que pasa por el relativismo moral, la sociedad permisiva y el globalismo de la eliminación de fronteras. Con Richard Nixon pudieron –dimitió para impedir el impeachment y el bloqueo de la presidencia- pero Donald Trump se les resiste. Nixon estuvo a la defensiva, Trump siempre está a la ofensiva contra los “fake news”.

En 1968, el californiano Richard Nixon –que había perdido con anterioridad frente a John F. Kennedy por muy estrecho margen y posible pucherazo- accedió a la presidencia de los Estados Unidos frente a Hubert Humphrey. Nixon ganó en el campo y no obtuvo victoria en ninguna de las ciudades. ¿Les suena esa división? Desde el primer momento, los medios se obsesionaron con derrocarlo. Nixon tuvo la osadía de dirigirse a los “norteamericanos medios”. El 3 de noviembre de 1969 pronunció un famoso discurso en el que se dirigió a “ustedes, la gran mayoría silenciosa de mis conciudadanos norteamericanos”. Las moquetas de los consejos de administración de los grandes medios rugieron con excitación de élite.

Soldados norteamericanos en Vietnam. /Foto: rionegro.com.ar.

En 1972, Nixon se sintió muy complacido cuando los demócratas eligieron como su candidato a George McGovern, que compartía las opiniones de las líneas editoriales de los medios de la Costa Este. Nixon explicó a sus colaboradores que “la tendencia ideológica real del New York Times, el Washington Post, el Time y Newsweek, así como de las tres redes de televisión se orienta hacia la amnistía, el aborto, la confiscación de la riqueza (a menos que sea la que les pertenece), los incrementos masivos del bienestar social, el desarme unilateral, la reducción de nuestras defensas y la rendición en Vietnam”. Nixon, en su reelección, literalmente barrió: en el colegio electoral se impuso por 521 a 17 y obtuvo el 60,7% del voto popular. Un poderoso editor comentó: “Tiene que haber sangre. Tenemos que lograr que nadie piense siquiera en hacer nuevamente nada, ni aun algo parecido”.

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Un anecdótico caso de espionaje político, Watergate, fue convertido en una cuestión moral básica en la que se recurrió al terrorismo judicial. Un juez federal hambriento de protagonismo, John Sirica dictó sentencias provisionales de cadena perpetua si no incriminaban a miembros del Gobierno. El único que se negó a colaborar, Gordon Liddy, fue condenado a 20 años de cárcel, más una multa de 40.000 dólares, por un primer delito de entrada ilegal con violencia, un episodio en el que no se robó nada y no se ofreció resistencia a la Policía.

Se desató una auténtica caza de brujas en un clima asfixiante de histeria moral, precedido por la filtración de secretos sensibles de Estado con la publicación de los llamados “papeles del Pentágono”. Uno de los mejores presidentes de Estados Unidos fue vilipendiado. Había sacado a Estados Unidos del atolladero de Vietnam y en una brillante operación diplomática había abierto las relaciones con China, además de su exitosa política económica con la que había puesto orden en el caos dejado por Kennedy y Lyndon B. Johnson. Las peores victimas de aquella exageración interesada que fue Watergatte fueron los millones de camboyanos, laosianos y vietnamitas que fueron asesinados por los comunistas ante el colapso del sistema norteamericano.

Donald Trump. 45 presidente, en la toma de posesión. /Foto: Alexa Wong.

Con Donald Trump se ha seguido la misma estrategia, con una estrambótica investigación que pretende establecer que Trump ganó mediante la manipulación de Rusia, e incluso se ha llegado más lejos: la CNN reportajeó el hipotético asesinato de Trump en su toma de posesión. Un gesto de muy mal gusto por parte de los biempensantes. El magnate se ha atrevido a hacer lo que se había establecido como anatema: oponerse, con la mayoría silenciosa, a las élites mediáticas, su agenda ideológica y su tiranía.

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La diferencia estratégica es que Nixon tuvo que mantenerse de continuo a la defensiva; no tuvo nunca armas para defenderse ante la cacería de la jauría. Donald Trump pertenece ya al mundo de las redes sociales y su twitter es un medio de comunicación en sí, de efectos demoledores. Tras conseguir consolidar y ampliar la mayoría en el Senado, Trump ha dejado claro que no va a cesar en la ofensiva. Su rueda de prensa sobre los resultados ha estado marcada por su rifirrafe con Jim Acosta, periodista de la CNN, al que se refirió: “eres una persona grosera y terrible”. Le retiró la palabra, y luego la acreditación permanente tras el episodio de la becaria que iba a retirarle el micrófono y sobre el que se mantienen dos versiones.

Jeff Sessions. /Foto: lopezdoriga.com.

Trump, frente a la presión mediática que lleva dos años soñando agitada con el impeachment, ha destituido al fiscal general, Jeff Sessions, al que considera un traidor, sustituyéndolo, provisionalmente, por un hombre leal, Mattew Whitaker, dispuesto a cortar las alas al fiscal Mueller, algo que ha puesto de los nervios a la liviana ola azul. Trump no está dispuesto a entregar su cabeza, no va a rendirse, ni a perder la iniciativa. Tiene al Senado a su favor. El impeachment precisa los 2/3 de los senadores.

Beto O`Rourke.

El problema para los demócratas –y para la jauría de la tiranía mediática- es que los demócratas han mostrado mucha diversidad pero muy poco liderazgo. Beto O’Rourke, el joven político en el que los demócratas habían puesto tantas esperanzas e invertido tantísimo dinero, ha caído en Texas ante Ted Cruz. Trump puede ganar en 2020. Por ahora no tiene contrincante.