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Gabriel Cruz nunca debió morir, víctima del buenismo y la estupidez

Redacción




Miguel Sempere.

Estamos en los prolegómenos de lo que será el juicio de Ana Julia Quezada, a la que es preciso denominar presunta a pesar de que el cuerpo de Gabriel Cruz se encontró en su maletero, cuando deambulaba sin saber qué hacer para deshacerse de él. A medida que se conocen nuevos datos se hace más evidente el despropósito: Gabriel Cruz nunca debió morir, es una víctima del buenismo y la estupidez, que han hecho presa en España.

El Periódico ha ofrecido en exclusiva datos de un informe de la Guardia Civil que ve “inverosímil” que la niña de 4 años, Ridelca Josefina Gil Quezada, se precipitara desde un séptimo un séptimo piso en Burgos y da verosimilitud a la lógica: que fuera asesinada por su propia madre. Es tan asombroso como indignante que Ana Julia –“negra, mujer e inmigrante”, en la descripción del ignorante ilustrado Ignacio Escolar– saliera no sólo libre de ese caso clamoroso, sino que ¡ni tan siquiera se la interrogó!

Ana Julia Quezada, el dolor fingido. /Foto: rtve.es.

En este país de funcionarios sin responsabilidad alguna, nada les sucederá a los negligentes y estúpidos policías que investigaron el caso, ni al inútil e incapaz juez que dio carpetazo. Tampoco queda en muy buen lugar la Guardia Civil de Almería que durante doce días tuvo a la nación en vilo, movilizada bajo el hastag todos somos Gabriel y que fue incapaz de rastrear la finca familiar donde se produjo el crimen y donde estuvo el cadáver durante esos doce días de angustia y emotividad.

Ridelca Josefina nunca pudo caerse desde el séptimo piso, del 41 de Camino Casa la Vega, en el barrio de Gamonal, porque, con cuatro años, tenía que haberse encaramado en una mesa, haber abierto una ventana y luego, con fuerza y maña, abrir otra. Era obvio que fue lanzada, precipitada, asesinada, pues el cuerpo inerte de la niña estaba a varios metros de la pared. Sin embargo, conviene insistir con estupor, ni tan siquiera se tomó declaración a Ana Julia pues se consideró que estaba bajo un shock postraumático y se dio por buena una versión tan peregrina como el sonambulismo de la niña, del que no había la más mínima prueba.

¿Temieron los policías ser acusados de racistas de centrar las sospechas en la dominicana Ana Julia o eran simplemente imbéciles? ¿Y qué decir de un juez tan cegato? Ana Julia debió haber sido detenida el 4 de julio de 1996 y hoy el “pescadito” estaría vivo.

Es todo delirante y en cada paso entra en el terreno del absurdo. Cuando se produjo lo que hoy es evidentemente un asesinato, en la casa sólo estaban Ana Julia y las dos niñas –la muerta y la hija del camionero con el que se había casado- y tampoco por ello levantó sospechas, ni porque no hubiera la más mínima evidencia de que fuera sonámbula. Como ha declarado el camionero: «Mientras convivió conmigo, Ridelca no sufrió ningún episodio de sonambulismo ni estaba medicada por ello. Días después de que muriera, Ana Julia me comentó que la había sorprendido entre una de las ventanas. Yo le reproché que no me lo hubiera dicho porque podríamos haber puesto medios para evitar lo que pasó, pero ella me contestó que la había regañado y pensó que no lo volvería a hacer».

No es que Ana Julia, en cuanto psicópata y manipuladora, sea muy inteligente –a los tres días de desaparecer Gabriel Cruz ya utilizó el tiempo pasado respecto a él en una entrevista radiofónica- es que parece haberse movido en una sociedad en la que se han perdido la sensatez. Un pariente de la mujer, José Ángel Alonsocasado con una tía de Ana Julia, ha declarado a la Guardia Civil que ella contaba «cada día algo distinto» de cómo había ocurrido el accidente mortal de la niña. «En una versión decía que la ventana de la casa estaba abierta, en otra decía que estaba cerrada… Nos resultó raro, pero el juez dijo que había sido un accidente y así se quedó«. Según este hombre, Ana Julia contaba la muerte de su hija mayor de una forma «fría, sin sentimientos, como a quien se le había roto un plato viejo». ¿Qué investigación hizo la Policía Nacional de Burgos? ¿Cómo ni tan siquiera se la interrogó?

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La estupidez ya aflora desde el principio: Ana Julia vino a España en 1992 a ejercer la prostitución. ¿Es esto inmigración o es un cachondeo lírico? ¿Importamos prostitutas? ¿Se las da permiso de residencia? Desde su llegada va encadenando relaciones patéticas todas ellas marcadas por el más estricto interés pecuniaria.

Ana Julia Quezada, foto de su facebook.

Su primera víctima fue Miguel Ángel Redondo, un camionero que la conoció en septiembre de 1992 cuando la mujer, recién llegada de República Dominicana, trabajaba como prostituta en el local El Carro, en el pueblo de Rubena (Burgos). El transportista ha explicado a la Guardia Civil que ella dejó el club y ambos se casaron en mayo de 1993, cuando ya esperaban el nacimiento de su hija Judit. El hombre aceptó traer a España a otra hija de Ana Julia, llamada Ridelca.

Mientras fueron pareja, Redondo compartió con ella el premio de la Bonoloto que ganó: 93.000 euros. Eso, según el hombre, les sirvió para «viajar a República Dominicana, hacer un crucero y vivir durante cuatro años«.

Cuando el dinero de la bonoloto se acabó, en el año 2009, Ana Julia «me dijo que se le acabó el amor y que quería separarse», declaró el hombre. La mujer se quedó con la casa y con la niña. Él debía pasarle 700 euros mensuales de pensión. Otro detalle de modernidad estúpida: la misma Ana Julia a la que no se interroga, denuncia al camionero por violencia de género y el hombre fue condenado a 21 días de trabajos comunitarios. Estuvo luego «cuatro años sin ver a mi hija», a la que recuperó cuando ella cumplió 18 años y decidió irse a vivir con él.

Ya separada, en el año 2011, Ana Julia conoció en un bar llamado El Moreno a un hostelero de éxito, Francisco Javier Sánchez, dieciséis años mayor que ella, viudo y con graves problemas de alcoholismo. «Pasó a vivir de mi padre», contó su hijo a la Guardia Civil.

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Desde que iniciaron la relación hasta que el hombre falleció, en diciembre de 2012, y siempre según los dos hijos del viudo, Ana Julia consiguió que su nueva pareja le comprara una casa en su país, en la localidad de Concepción de la Vega, por la que pagó «unos 45.000 euros». También, que pusiera a su nombre el alquiler del bar La Deportiva Militar, su principal negocio.

Ana Julia Quezada. /Foto: lavanguardia.com.

Con el hombre ya gravemente enfermo, la hizo beneficiaria única de un seguro de vida de 30.000 euros más, que Ana Julia cobró tras su muerte. Dos días antes de que muriera, la mujer, que no tenía ningún sentimiento de misericordia, se operó para “ponerse más pecho”; un detalle más de modernidad estúpida. Aquello costó 6.000 euros que tuvo que pagar la familia de su pareja. Tras el fallecimiento de su padre, se enteraron de que Ana Julia le había convencido en el hospital para que firmara la petición de un crédito por esa cantidad.

Yésica, la hija de aquel hombre, recordó ante la Guardia Civil que Ana Julia sacó todo el dinero de la cartilla de su padre y se quedó las joyas que llevaba cuando ingresó por última vez en el hospital: una cadena de oro, un solitario, una esclava y un sello valorados en unos 3.000 euros. Tremendo. Espeluznante.

En el entierro del que fue su segunda pareja en España, Ana Julia «dio el espectáculo, llorando y dando gritos», según los dos hijos del hombre. Tras el velatorio, la mujer «se fue al cine y a cenar con un señor operado de una traqueotomía».

Ese hombre era Juan Manuel Ortega, que sufría de cáncer de garganta y a quien Ana Julia había conocido en un bar. Su hermana María Isabel ha contado a la Guardia Civil que, antes de morir, en 2015, «mi hermano me dijo que ella se llevó bastante más de 17.000 euros». Como a su anterior pareja, la última parte, unos «1.300 euros más, fueron para una operación estética». Tras quedarse viuda por segunda vez, Ana Julia conoció a un trabajador del Diario de Burgos y ambos se fueron a vivir a la provincia de Almería. Allí fue donde conoció al padre de Gabriel Cruz, quien no debió investigar nada en su pasado, y la metió de manera irreflexiva en su ámbito familiar.

Los padres de Gabriel Cruz en un acto. Arriba, Ana, la presunta asesina. /Foto: elmundo.es.

Tampoco la Guardia Civil de Almería investigó en su pasado y no la situó como sospechosa hasta que en un alarde de psicopatía ella misma afirmó haber encontrado la camiseta interior de Gabriel Cruz.

Gabriel es el único que no tiene responsabilidad en esta inefable cadena de torpezas y estupideces. Pero es él el que las ha pagado de la manera más cruel. Y todavía ese engendro ha querido situarle como un pequeño racista blanco.