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Valle de los Caídos: Una utopía penitenciaria (y 3): La reconciliación fallida

Redacción




Enrique de Diego.

El jueves 13 de septiembre de 2.018, el Congreso de los Diputados decidió acabar con la reconciliación y con su símbolo máximo, el Valle de los Caídos, aprobando la profanación del sepulcro de Francisco Franco, su fundador. Los votos a favor fueron 176, mientras que sólo hubo 2 votos en contra, de diputados del Partido Popular, si bien ese partido informó de que se trataba de dos errores personales.

En medio de un cortejo de abrumadoras y groseras mentiras, se ha presentado al Valle de los Caídos como la exaltación de los vencedores sobre unos entrañables y probos demócratas, cuando el Frente Popular fue la coalición de pandillas de sádicos asesinos compitiendo en el crimen y en el robo. A pesar de que la mayoría de los españoles se posiciona en contra de la exhumación de los restos de Franco, y muy notoriamente los votantes del Partido Popular y de Ciudadanos, esa mayoría de españoles no encontró ningún eco en las bancadas parlamentarias, poniendo en duda el carácter representativo de esta democracia.

Franco, en las obras del Valle de los Caídos.

La propia finca de Cuelgamuros donde se edificó la Basílica está marcada por la sangre del sadismo socialista. Dos de los propietarios, Manuela, marquesa de Padierna, y Gabriel, marqués de Muñiz, fueron asesinados en Paracuellos del Jarama en las sacas de 1936, el 10 de noviembre, bajo la responsabilidad del criminal Santiago Carrillo. La misma suerte corrió su sobrina, María Padierna de Villapadierna y Avecilla, que con heroico cariño no quiso dejar solos a los dos ancianos. Antes de matar al marqués Muñiz, los milicianos tuvieron la precaución de llevarle a El Escorial para que entregara la propiedad de Cuelgamuros junto con 250.000 pesetas destinadas a su explotación.

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Francisco Franco tuvo la magnanimidad de idear un monumento en el que serían enterrados combatientes de ambos bandos. No hay precedentes de algo similar en la historia del conflicto humano. Todas las naciones europeas en la segunda guerra mundial tuvieron sus conflictos civiles. A nadie se le ocurrió en Francia, por ejemplo, enterrar juntos a colaboracionistas (fueron fusilados en gran número) con los miembros de la escuálida resistencia.

La Piedad del Valle de los Caídos. /Foto: vozpopuli.com.

Por supuesto, mucha gente en la España de entonces no entendió ni compartió ese gesto de enterrar junto a los héroes del bando nacional a la chusma criminal del Frente Popular. En el Decreto-Ley de 23 de agosto de 1957 se proclama que “el sagrado deber de honrar a nuestros héroes y nuestros mártires ha de ir siempre acompañado del sentimiento de perdón que impone el mensaje evangélico”.

Franco consideró que entre los combatientes del otro bando había quienes creían cumplir un deber con la República y otros que habían sido movilizados forzosamente. Consideraba que “nosotros no luchamos con un régimen republicano, luchamos por frenar la anarquía que reinaba en España y que sin remedio conducía a una dictadura comunista”.

Se trataba de establecer la reconciliación bajo los brazos de la Cruz: “Este ha de ser –dice el decreto citado- el Monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la Cruz”.

A tal fin, se establecía una Comunidad monástica benedictina, que perpetuara la oración y el Santo Sacrificio de la Misa, como sufragios por la salvación de las almas de los más de 38 mil combatientes enterrados en el Valle de los Caídos, que fueron llevados allí con el consentimiento escrito de las familias.

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Grandiosa e impresionante Cruz del Valle de los Caídos. /Foto: twitter.com.

El jueves 13 de septiembre de 2018, el Gobierno de España y el Congreso de los Diputados decidieron que la reconciliación había sido fallida. Es evidente que de haber ganado las pandillas de criminales que confluyeron en el Frente Popular nunca hubieran enterrado juntos a los combatientes de ambos bandos; de hecho los socialistas y los comunistas no han enterrado nunca a nadie salvo en fosas comunes. Lo que hubiera sucedido es que las pandillas de criminales no solo habrían exterminado a sus adversarios, llevando el Holocausto católico a sus terribles últimas consecuencias, sino que habrían pasado a matarse entre ellos. De hecho, ya durante la guerra una de esas bandas de asesinos, el POUM, fue liquidada. Es obvio que los comunistas, dominantes desde la primavera de 1937, hubieran ajustado cuentas, al estilo estaliniano, con el resto de pandillas.

Toda esa magnanimidad está en proceso de demolición por la mentira histórica aventada por los herederos de aquellos criminales sádicos, que sólo han sido igualados en su crueldad por los hutus de Ruanda o por los integristas del Estado islámico en Siria e Iraq. Lo que es la más impresionante y hermosa obra de arte española del siglo XX está situada en el punto de mira de una nueva oleada de odio que ha acabado con la idea de reconciliación. A la larga, es la reconciliación fallida.