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Valle de los Caídos: Una utopía penitenciaria (2): Sádicos criminales tratados como dignos trabajadores

Redacción




Enrique de Diego.

¿Quiénes eran los penados que trabajaron en las obras del Valle de los Caídos y vivieron en los cuatro poblados edificados para ellos? No responden al concepto de presos políticos tal y como se entiende comúnmente. No habían sido condenados por sus ideas sino por sus hechos, y algunos eran absolutamente terribles.

En la monografía “Los presos del Valle de los Caídos”, del profesor Alberto Bárcena Pérez, publicado por Editorial San Román, se reseñan algunos casos significativos. Estos son algunos de los más destacados:

Leoncio García Agüero: Prestó servicios como miliciano en una checa. Fue a detener al hijo de María Caballer, disparando sobre él y su madre, resultando heridos ambos a causa de los disparos; el hijo falleció poco después.

Casas de un poblado de trabajadores ‘reclusos’ en el Valle de los Caídos.

Crescencio Sánchez Carrasco: Informó a los milicianos del escondite del diputado de la CEDA, Dimas Madariaga. Les acompañó por un pinar, cercano a la casa del diputado y secretario de las Cortes, donde Dimas trato de esconderse sabiéndose delatado. Alcanzado por sus perseguidores, fue asesinado allí mismo. Murió como un mártir de la fe proclamado que “Soy de los que nunca niegan al Divino Maestro”. Crescencio fue condenado a 18 años.

Baldomero Otero Puente: Soldado forzoso del ejército marxista. Prestaba servicios como enlace del Batallón 154. En marzo de 1938 se le ordenó que condujera, junto a otro soldado, a un prisionero al que dio un tiro en la nuca, siguiendo instrucciones del comisario político y del comandante del batallón.

Cipriano Salas Romero: Participó activamente en la masacre del llamado “tren de la muerte”. Eran presos de la cárcel de Jaén que supuestamente eran trasladados a la de Alcalá de Henares. Llevados al Pozo del tío Raimundo fueron asesinados en masa, incluido el obispo de Jaén y su hermana. Cipriano Salashizo uso de un fusil ametrallador  sobre las víctimas en el andén del Pozo del Tío Raimundo”.

Trabajadores del Valle de los Caídos.

Gonzalo de Córdoba, maestro: Fue comandante de Infantería del Ejército marxista. Jefe del 103 Batallón y más tarde de la 28 Brigada. Diversos testimonios lo situaron como un exaltado de la causa marxista. Ocupó la casa de Julia Alonso Acero diciéndola que si no se iba la daba “el paseo”. Estableció una checa en su unidad militar en el frente que decretaba con su consentimiento los fusilamientos correspondientes.

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Justo Roldán Sainero: Fue el personaje más popular de las obras del Valle de los Caídos. Era conocido por el apodo de “Matacuras”. Llegó a ser conserje de la Hospedería y clavero del Monasterio. Se mantuvo más de una década después de haber cumplido condena. Cuando se fue, como a todos, se le entregó un piso en Madrid en la zona del Paseo de la Castellana. Vivía en Pinto y se destacó en los asesinatos en esa localidad durante el terror rojo. Fue hallado culpable de la muerte de Juan Creus Vega, presidente de la Federación Agrícola Madrileña y vocal, en 1920, del Consejo Superior de Fomento. Fue asesinado junto a sus hermanos, Jesús, Félix y José, el 22 de agosto de 1936, en el kilómetro 14 de la carretera de Andalucía. Antes de asesinarlos, se les infligieron heridas y torturas. Participó en el asesinato de cinco mujeres: Valentina Pascual, María García Busquet (ambas, maestras en la Fábrica de Chocolates); las hermanas Pilar y María Gallego Granados (pensionistas); e Isabel Solo de Zaldívar (presidenta de la Catequesis). Las cinco fueron violadas por varios milicianos. También participó en el asesinato del sacerdote Manuel Calleja Montero, asesinado en el término de Parla. También se llevaron a su padre, José María Calleja, al que concedieron un último deseo: ser fusilado antes que su hijo. Hasta 24 personas fueron asesinadas en el verano de 1936 en Pinto. Otro vecino del pueblo, Ladislao Martín, mecánico pero “de derechas”, fue arrastrado y enterrado vivo por cuatro milicianos.

Trabajadores del Valle de los Caídos.

Justo Roldán Sainero se acogió, junto a la redención de penas por el trabajo, al indulto de 1945, por lo que fue puesto en libertad en 1946. Como ya se ha dicho se mantuvo largo tiempo en el Valle de los Caídos, ocupando puestos de la máxima confianza de los frailes.

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Auténticos asesinos, cuyas penas de muerte, a veces ocho o diez, fueron conmutadas por 30 años de cárcel (hubo más de 16.300 conmutaciones), estuvieron solo entre 5 y 7 años de cárcel, buena parte del tiempo viviendo en poblados al aire libre, con un trabajo remunerado y comida y vivienda gratis, donde podían llevarse a sus familias a vivir, y a otros familiares y conocidos a pasar el veraneo. Y cuando terminaban recibían el finiquito y una casa en Madrid y alrededores.

Nunca en la historia de los sistemas penitenciarios mundiales se ha puesto en práctica una utopía tan benigna y bienintencionada como la de la redención de penas mediante el trabajo. Junto al estupor, no he podido reprimir en ocasiones la indignación: sádicos criminales gozaron de una situación de privilegio, en una condiciones mucho más ventajosas que el común de los españoles. Por ejemplo, en lo que me han transmitido oralmente mis familiares sobre la época de postguerra. A mí me parece una injusticia.

¿Valió la pena? La izquierda ha denigrado todo este proceso velándolo con frases hechas de “trabajadores esclavos” en “obras faraónicas” y muriendo en masa para ser enterrados en el monumento de sus desdichas. La mentira, por ahora, domina España.