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Holocausto católico (5): Antonio Soria Gabaldón y el “cura de José Antonio”

Redacción




Enrique de Diego.

El PSOE fue, entre 1936 y 1939, una pandilla de asesinos de un sadismo que sólo ha sido igualado, no superado, por los hutus de Ruanda o el Estado islámico en Siria e Irak. Esa pandilla de asesinos competía con las otras del Frente Popular en el asesinato y el robo. El “Holocausto católico” se perpetró con irrestricto bestialismo.

No fue una reacción al Alzamiento militar, sino que se produjo como un despliegue revolucionario que estaba previsto, incubado y maduro para eclosionar. La canalla socialista tenía a gala su condición criminal y se ponía apodos como “matacuras”.

Nunca se demostró en la Historia tanta pulsión asesina contra los santos. Y, por el contrario, lo que sorprende es la fortaleza, el temple, la dignidad de los mártires. Como destacó el gran poeta francés en su hermosa poesía A los mártires españoles, lo llamativo es que no hubo ninguna apostasía. A veces se ofrecía sustituir la muerte por la blasfemia y la marcha al frente. Nunca sabremos si acalla escoria socialista, comunista y anarquista hubiera cumplido su palabra, porque todos, sin excepción, estuvieron dispuestos a subir a la Cruz de Cristo y de ahí a la Gloria de Dios.

Antonio Soria Gabaldón.

Antonio Soria Gabaldón era párroco de San Juan Bautista en Elche, en el icónico barrio de El Raval. Era un hombre sencillo y docto, un santo varón. Nació en Aspe, Alicante, el 9 de noviembre de 1874, en una familia de labradores humildes y cristianos. Estudió en el Seminario de Orihuela y fue ordenado sacerdote en 1899.

En Valencia obtuvo el grado de Teología. En 1911 fue nombrado profesor de Teología Dogmática en el Seminario de Orihuela. En 1913 le encargaron la Parroquia de Pinoso y en 1916 la de San Juan Bautista de Elche. Destacó por su piedad, su gran cultura y dedicación a la formación de los jóvenes y defensa de los obreros. No hizo más que el bien.

Fueron mártires, porque ya antes eran santos. Sólo así se entiende su entereza humana y su fortaleza en la fe de Cristo.

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El 20 de febrero de 1936, antes, pues, del Alzamiento, se desata ya la persecución religiosa. Las turbas marxistas incendian la Iglesia y la Casa parroquial. Antonio Soria Gabaldón intentó permanecer en Elche pero resultaba imposible con las pasiones sectarias desatadas y se refugió en el Seminario de Orihuela, su vieja casa de los tiempos de seminarista. Allí fue un modelo de conducta. El Gobierno de los viles asesinos se incautó del Seminario y Antonio Soria Gabaldón durante el verano se trasladó a Aspe al refugio de su familia. Pero una vecina le reconoció y lo delató. Días después, unos milicianos fueron a buscarle por el mero hecho de ser sacerdote. De entre ellos, uno era de Elche y él lo había casado. Hablaron pero sin compasión fue encarcelado en Aspe y a finales de agosto en Elche.

El 26 de septiembre de 1936, junto a otros dos, a quienes por el camino les exhortó a sufrir con cristiana fortaleza el martirio. Fue fusilado el último. Ante su cuerpo, uno hizo burla diciendo: “¿de qué te han servido tu talento y la confianza que tenías en tu Dios que no te han salvado de la muerte?” Hoy vive, por la Resurrección de Cristo, y es un ejemplo de santidad heroica. Está abierto su proceso de canonización.

José Planelles Marco.

Otro gran mártir es José Planelles Marco, conocido como “el cura de José Antonio”. Su historia la ha contado un gran periodista, Carmelo López-Arias en Religión en Libertad. José Planelles, nacido en San Juan de Alicante, estudió en el Seminario de Orihuela y fue ordenado sacerdote en 1910. Le destinaron a parroquias de Pinoso, Aguas de Busot y Agost, y posteriormente fue nombrado director de una academia de enseñanza media en Alicante. Era, por consiguiente, un sacerdote conocido y apreciado en la diócesis. Fue arrestado el 12 de septiembre y encarcelado en la cárcel de Benalúa, donde estaba José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange.

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Por alguna extraña concatenación de hechos, José Planelles, que en la cárcel siguió siendo un modelo sacerdotal de preocupación por los demás y por sus almas, fue puesto en libertad. Tenía ya los documentos en regla y su familia le esperaba para acogerlo, para ocultarlo. Pero él era un sacerdote de Cristo y sabía que José Antonio, antes de ser alevosamente fusilado, había pedido confesarse. José Planelles consideró su deber atender a esa alma. José Antonio había escrito tranquilizando a sus familiares: “Todos los días he hecho oración y he rezado el Rosario”. Durante 45 minutos, arrodillado, hizo confesión general de su vida y recibió la absolución de ese sacerdote cascado, de mala salud, que a sus 51 años parecía ya un viejecito.

 

Como represalia por el fusilamiento de José Antonio, la aviación nacional bombardeó Alicante. En la noche del 29 de noviembre, los familiares de mosén Planelles estaban de nuevo a las puertas de la cárcel. Por fin iba a poder salir. En ese momento, los milicianos sacaron a 51 personas para asesinarlas frente a las tapias del cementerio de Alicante. Las subieron a un camión confiscado al Hércules, C.F. Y de nuevo Don José vio ante sí la disyuntiva: la libertad o su sacerdocio. En realidad, no lo dudó: Consciente de su misión, quiso ir con ellos para darles la absolución. En su bolsillo llevaba la sentencia con su libertad.

Pidió permiso a los milicianos para acompañarles, y se lo concedieron. No había en ese momento intención de matarle. Pero al llegar al siniestro punto de destino, un miliciano le reconoció: «¡Es el cura que confesó a José Antonio!». Lo cual le convertía en pieza codiciada ante la orgía de sangre que iba a desatarse.

Como resume Carmelo López-Arias, “Le mataron junto a los demás, mártir de la confesión sacramental, y por esa razón está incoado su proceso de beatificación. Al menos 52 víctimas lo firmarían gustosas”.