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Holocausto católico (4): Ora et labora y muere por Cristo

Redacción




Enrique de Diego.

En la intensa monotonía de la contemplación amorosa de Dios, alejada del mundo y sus vanidades, verduras de las eras, en el olvido de sí y en la humilde entrega a los demás, pasa la vida del benedictino. De los 15 que componen la Comunidad del Valle de los Caídos.

La vida de un monje benedictino está centrada en la búsqueda de Dios a través de la oración y el trabajo”, se lee en la ordenada web de la Comunidad del Valle de la Paz. Su misión es “interceder ante Dios por las necesidades de la Iglesia y de todos los hombres y atraer las bendiciones divinas sobre ellos”. El día está reglado en oración, trabajo y lectio divina; las horas del Oficio Divino: maitines, laudes, tercia, sexta y nona. Trabajos manuales: panadería, zapatería, sastrería, portería, administración.

Los seguidores de la regla de San Benito de Nursia fueron los que con sus copistas y sus bibliotecas mantuvieron la llama titubeante de la cultura grecorromana en los tiempos medios.

Ora et labora y muere por Cristo. ¿A quién habrían hecho mal los benedictinos? Metidos en su clausura, apenas nadie habría tenido trato con ellos. ¿Quién podía odiarles hasta darles muerte? ¿Por qué? El 29 de octubre de 2016 cuatro benedictinos fueron elevados por la Iglesia Católica como mártires: P. José Antón Gómez, P. Antolín Pablos Villanueva, P. Rafael Alcocer Martínez, P. Luis Vidaurrázaga González.  Los cuatro monjes residían en el priorato de Santa María de Montserrat, sito en la calle San Bernardo 79, que el monasterio de Silos poseía en Madrid desde 1922.

La suya es una historia de la Iglesia perseguida, refugiada en las catacumbas. El P. José Antón Gómez nació en el pueblo burgalés de Hacinas en 1878 y residía en Madrid desde 1919 cuando fue nombrado prior. El 20 de julio de 1936, ante la persecución, disolvió la comunidad y buscó refugio en casa de algunos amigos y finalmente en una pensión. Allí fue detenido el 24 de septiembre, conducido a la checa de Fomento, controlada por el PSOE y el Ministerio de Gobernación, y fusilado inmediatamente.

El P. Antolín Pablos Villanueva era natural de Lerma (Burgos), donde nació en 1871. En Madrid, desde 1919, se dedicó a la investigación histórica. Fue fusilado el 8 de noviembre de 1936 en Soto de Aldovea, junto a cientos de detenidos de la cárcel Modelo.

El P. Rafael Alcocer Martínez (Madrid, 1889) era un gran orador y un excelente arabista. Detenido en una librería donde se refugiaba, fue asesinado el 4 de octubre de 1936 junto a otro sacerdote de Sigüenza.

El P. Luis Vidaurrázaga González nació en Bilbao en 1901. Estaba en Madrid desde 1928, donde se dedicaba a la dirección espiritual y a las clases de canto gregoriano. Refugiado en casa de un amigo, fue delatado, detenido y ajusticiado el 31 de diciembre de 1936.

El hermoso e imponente Monasterio de Pueyo, cerca de Barbastro, donde un pastor, Balandrán, tuvo una visión de la Virgen que le pidió que allí se erigiera una capilla. Pueyo es un remanso de paz y una fortaleza de fe. Hasta allí escaló la saña marxista, temerosa de que los frailes tuvieran armas, dada la condición inaccesible del picacho. Los benedictinos de Pueyo no tienen otras armas que la oración y los Sacramentos, con eso les basta. Fueron 18 mártires beatificados por el papa Francisco el 13 de octubre de 2013: P. Abel Angel Palazuelos Maruri3​ (Mauro), P. Antonio Suarez Riu (Honorato), P. Mariano Sierra Almanzor, P. Leandro Cuesta Andrés, P. Antoni LLadós Salud (Raimundo), P. Santiago Pardo López, P. Fernando Salinas Romeo, P. Jaume Caballé Bru (Domingo), P. Ramón Sanz de Galdeano Mañeru(Ramiro), P. Julio Fernández Muñiz (Ildefonso), P. Mariano Palau Sin (Anselmo), Hno. Lorenzo Santolaria Ester, Hno. Antonio Fuertes Boira (Angel), Hno. Vicente Burrel Enjuanes, Hno. Lorenzo Sobrevia Cañardo, Dom Leoncio Ibáñez Caballero(Lorenzo), Dom Angel Carmelo Boix Cosials(Aurelio), Dom Martín Donamaría Valencia(Rosendo).

Comunidad mártir del monasterio de Pueyo.

Estamos en la diócesis de Barbastro que nos da idea del Holocausto y la voluntad de exterminio: el 88% de los sacerdotes fueron asesinados. El 22 de julio, fueron detenidos todos los Padres y Hermanos del Monasterio de El Pueyo. Se los bajó al Mesón donde estuvieron una noche. Al día siguiente los bajaron a la cárcel de Barbastro (el colegio de los Escolapios era la prisión de los religiosos y del Obispo). Se registró concienzudamente todo el Monasterio y no se halló ni una sola arma. Eran en total 18 los Benedictinos profesos perpetuos y algunos niños que no pudieron marchar a sus casas.

Todos los profesos fueron fusilados entre el 9 y el 28 de agosto de 1936. Su sangre se fundió con la de los Misioneros del Corazón de María, fusilados casi todos cerca de la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto) y con la de los 9 Escolapios de Barbastro. Al P. Mauro, superior de la comunidad le pegaron dos tiros en la cabeza a la entrada del cementerio.

Se quemó la imagen santa de la Patrona. Se quemaron en un incendio voraz, retablos, estatuas, cuadros, exvotos, documentos y objetos litúrgicos. “Fusilaron” y decapitaron la imagen del Sagrado Corazón de Jesús (como hicieron en Cerro de los Ángeles).

Este es el testimonio del P. Benigno Benabarre OSB, quien fuera compañero durante 6 años de 15 de los 18 mártires del Pueyo: “La comunidad era ejemplar en el cumplimiento del lema benedictino “Ora et labora”. La liturgia se hacía con solemnidad, se enseñaban las varias asignaturas de Humanidades en el postulantado que, en el año 1930 llegamos a estar 40 niños, y en el clericato, donde se cursaban todos los estudios conducentes al sacerdocio. Todos los hábiles para el trabajo, incluidos los sacerdotes jóvenes, se dedicaban con frecuencia al trabajo manual. El apostolado exterior se realizaba a través de la predicación y de los Ejercicios Espirituales. Da una idea de la intensidad del apostolado el que de 1925 a 1933, los monjes predicaron 2000 sermones, y dirigieron 50 tandas de Ejercicios. Al celo intelectual de los monjes se debió el que la biblioteca inexistente en 1890, contara en 1936 con unos 25.000 volúmenes”.

Monasterio de Pueyo.

El P. Mauro, prior, nació en Peñacastillo (Cantabria) el 26 de octubre de 1903. Muy joven todavía, ingresó en el Monasterio Benedictino de Valvanera (La Rioja), pasando posteriormente a la Abadía de Samos (Lugo), donde realizó su Noviciado. Finalizado este, emitió sus votos temporales el 8 de septiembre de 1920. Años después, el 31 de octubre de 1926, sería ordenado sacerdote, como monje de Valvanera. Y finalmente recibiría el nombramiento de Prior de El Pueyo el 6 de febrero de 1934. Hombre de intensa piedad, destacaba por su bondad y comprensión. “Jamás le vi triste ni preocupado por el martirio, más bien sentía gran alegría al dar la vida por la fe. No lo podía disimular. Qué felicidad, me decía, y que dicha tan grande la nuestra al poder dar la sangre por Cristo”. Testimonio de un sacerdote, que, siendo joven, compartió la prisión con los Benedictinos de El Pueyo.

En la prisión, el Obispo, Florentino Asensio, se confesaba con el P. Mauro. Este le llevaba la Eucaristía a su celda, pues los monjes la conservaban oculta. E igualmente se la administraba a los dos acompañantes del Prelado. Eran momentos diarios de verdadera unción.

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Durante el tiempo de su reclusión, que se prolongó un mes largo, fue animoso y fuerte. Ya los momentos de la detención, el 22 de junio, tuvo que defender la inocencia de la comunidad ante los anarquistas que, a él como Prior, le pedían información sobre unas “supuestas armas” que ellos creían ocultas en El Pueyo. Ante esta demanda, afirmó que los monjes eran hombres de paz, prometiendo incluso entregar su cabeza si hallaban algún instrumento bélico en el Monasterio. Supo estar en su puesto con extraordinaria dignidad y valentía.

El relato del martirio ha llegado hasta nosotros gracias al testimonio jurado que una señora hizo: Un joven anarquista de unos 27 años, natural de Zaragoza, se hospedaba con otros milicianos en casa de dicha señora. Un día a finales de agosto, el pobre muchacho, hallándose en una situación anímica preocupante se desahogó con ella, hablándole de su sufrimiento interior. La conciencia le acusaba de muchas cosas, pero sobre todo de haber ejecutado bárbaramente al Prior de El Pueyo. En camino hacia la muerte, el P. Mauro solicitó la gracia de despedirse de su madre, y el piquete que lo conducía, accedió a tal petición pensando que tendría a su progenitora internada en el cercano hospital. Entonces, y para sorpresa de sus verdugos, dirigiendo su mirada hacia El Pueyo, comenzó a cantar la “Salve” y el joven miliciano, no pudiendo soportar semejante osadía, lo mató de varios tiros junto al muro externo del cementerio. Él mismo confesaría, que desde aquel día, jamás volvió a salir por la noche con ningún piquete, pues la última mirada del P. Prior le atormentaba constantemente, llegando incluso a no poder conciliar el sueño.

La buena señora que lo hospedaba, le habló de la infinita misericordia de Dios e incluso le aconsejó ir a un médico, pues se encontraba psíquicamente muy torturado. “Mi crimen no tiene perdón”, repetía constantemente.

El P. Honorato Suárez, subprior, pasó por el domicilio del médico de Alvelda: “Vengo a despedirme de ustedes porque nos matarán a todos los religiosos”. Ante estas palabras, le ofreció la casa como refugio, pero el joven monje respondió: “Yo permaneceré en el Monasterio”. Su madre, preocupada por su vida le dijo: “Marcha, hijo mío, al extranjero, y así quizás no te matarán”, a lo que respondió imbuido ya del ideal del martirio: “No, mamá”, y señalando el cielo con la mano, añadió: “¿Le parece poco hermoso morir por Dios y subir al cielo?”. La idea martirial une a los presos; unos se dan fuerzas a los otros con la mejor fraternidad cristiana

Este ideal martirial se mantuvo constante en él, y no dejaba de influir en los demás. En la prisión hacía un calor sofocante; por eso, cuando en lo más fuerte del día descansaban los monjes, había que entretener a los colegiales. Todo estaba previsto por el P. Prefecto, pues además, siempre aparecía algún monje dispuesto a perder su tiempo de descanso para dedicarlo a los chicos, siendo el P. Honorato de los más asiduos. Les hablaba del martirio y de la alegría que producía pensar en ir tan pronto al encuentro del Señor. A veces lo hizo coincidiendo con la ejecución de algún grupo de Claretianos, que se hallaban en la misma prisión. Tenía, igualmente, especial predilección por la Virgen.

En la prisión mantuvo espiritual amistad con D. Marcelino de Abajo, sacerdote vallisoletano de gran espíritu, quien antes de su muerte, el 13 de agosto, se había despedido de los monjes, abrazándolos con emoción.

El P. Honorato murió el 28 de agosto con el resto de la Comunidad, fusilado en el camino de Berbegal, al lado de un cerrillo, y enterrado en el cementerio. Hay algún testigo que certifica haber oído en el camión la voz entusiasta del P. Honorato.

El P. Mariano Sierra era el monje más anciano de la comunidad: 67 años. Nació en Alquézar (diócesis y provincia de Huesca) el 25 de febrero de 1869. Con motivo de la fiesta del Carmen, fue enviado el 15 de julio al pueblo de Salas Altas, para presidir la celebración en el convento de las Monjas Carmelitas. Aprovechando la ocasión, entró en casa de unos amigos en Barbastro, donde se habló de la situación tan congestionada que políticamente se respiraba. El P. Mariano se despidió con estas palabras: “Si no nos vemos más, hasta el cielo”.

El día 21, yendo por la carretera vestido de hábito, fue alcanzado por un camión de milicianos, que se dirigía en dirección a Huesca. Parado el vehículo, lo hicieron subir en él, conduciéndolo seguidamente a la cárcel municipal de Barbastro. La detención fue presenciada por casi toda la Comunidad, desde el mismo Monasterio. Fue el primer golpe que los Benedictinos sufrieron en su propia carne.

Consta que el 26 de julio, sobre las 3.50 de la madrugada, lo subieron a El Pueyo para que informara sobre unas “supuestas armas”, que se creían ocultas en el Monasterio. Lógicamente, y haciendo honor a la verdad, negó la existencia de tales artefactos. Sin mediar palabra, le dispararon varios tiros de fusil, simulando que lo iban a matar. Y fue tal la impresión recibida, que cayó desplomado, al suelo, víctima de un desmayo.

Días más tarde, el P. Mariano fue sacado de la cárcel municipal y conducido a la prisión habilitada en el Colegio de los PP. Escolapios, donde se hallaban ya sus hermanos de Comunidad. Pudo ser por deseo suyo, o bien por algún plan del comité. Lo cierto es que nuestro monje experimentó una gran alegría al verse de nuevo entre los suyos: se le veía radiante. Además, dado lo mucho que había sufrido y el cansancio que arrastraba, se le procuraron los alivios posibles, aunque para entonces ya se hubieran llevado los colchones. Pero aquella dicha iba a durar poco, muy poco…

Un día de primeros de agosto, hacia la media noche, se abrió de golpe la puerta del lugar donde se encontraban, perturbando la paz y el silencio que acompañaba su descanso, mientras un fuerte grito, que despertó a más de uno, se dejaba oír con fuerza: “¿Dónde está Mariano Sierra?”. Y así, se lo llevaron, sin que el resto de los monjes volvieran a verlo más.

Consta que el P. Mariano fue ejecutado el 9 de agosto, al amanecer, juntamente con el Obispo, Florentino Asensio. Fue enterrado en el cementerio, pero su cadáver no llegó a identificarse.

El recuerdo que de él se tiene es el de una persona sencilla, profundamente humilde y amable, el de un monje ejemplar.

Monjes mártires del Monasterio de Pueyo.

Hemos visto tres historias ejemplares, pero la de todos ellos lo fueron. No hubieran llegado con paz de espíritu y alegría al martirio sin una vida de fidelidad y de piedad anteriores. Todos ellos eran buenos monjes, cumplidores de la Regla, devotos de la Virgen, teniendo a la Eucaristía como el centro de su día y de su vida. Era solícitos y abnegados en la oración y la mortificación.

Eran santos antes del martirio, eso explica su fortaleza. Del P. Ríos, maestro de novicios, se afirmaba que “con la práctica cotidiana de la Regla, el P. Santiago había adquirido ya en el momento de su martirio el grado de santidad heroica”.

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Devotos del Santo Rosario, delicados en la Liturgia. Unos eran muy doctos, otros eran albañiles o agriculores en el mundo, todos lo ponían en común, con una fraternidad hermosa que destacará en los días de suplicio, como el P. Lorenzo, que libre y fuera del Monasterio, busca a su Comunidad para seguir su misma suerte.

O D. Rosendo, que pide que se transmita: “Di a mi padre y a mis hermanos que no pasen pena por mí, que muero contento”. Su padre con emocionado orgullo, afirmaría después: “Sabía que iba a morir y tuvo el valor de consolarnos. ¡Qué hijo!”

Sólo nos ha llegado un escrito de aquellos días de preparación para el encuentro con Cristo, es la carta que uno de ellos, joven y muy sabio, remite a sus padres y a su hermano:

Carta a sus padres y a su hermano Joaquín

“Pax.

A mis queridos padres y hermano desde el convento de Padres Escolapios de Barbastro, a 9 de agosto de 1936.

Padre, madre y hermano de mi corazón: Si esta mi carta llega a sus manos, el portador de la misma les enterará de todo el proceso: yo me limito a unas líneas. Hace 18 días que estamos casi todos los del Pueyo detenidos en esta prisión. A pesar de las garantías que se nos dan, como medida de prevención, quiero dedicar unas palabras a los seres que me son más caros.

En noches anteriores se han fusilado unas 60 personas: entre ellas, muchos curas, algunos religiosos, tres canónigos, y esta noche pasada, al Sr. Obispo.

Conservo hasta el presente toda la serenidad de mi carácter: más aún, miro con simpatía el trance que se me acerca: considero una gracia especialísima, dar mi vida en holocausto por una causa tan sagrada, por el único delito de ser religioso. Si Dios tiene a bien considerarme digno de tan gran merced, alégrense también Vdes., mis amadísimos padres y hermano, que a Vdes., les cabe la gloria de tener un hijo y hermano mártir de su fe.

La única pena que tengo, humanamente hablando, es de no poder darles mi último beso. No les olvido y me atormenta el pensar las inquietudes que Vdes. sufren por mí. Ánimo, mis amadísimos padres y hermano, al lado de su aflicción surgirá siempre la gloria de las causas que motivaron mi muerte. Rueguen por mí, voy a mejor vida.

Padre mío muy amado: la entereza de su carácter me da la completa seguridad que su espíritu de fe le hará comprender la gracia que el Señor le otorga. Esto me anima muchísimo: le doy el beso más fuerte que le he dado en mi vida. Adiós, padre, hasta el cielo. Amén.

Madre idolatrada: Yo me alegro sólo al pensar la dignidad a que Dios quiere elevarla, haciéndola madre de un mártir. Esta es la mejor garantía de que los dos hemos de ser eternamente felices. Al recuerdo de mi muerte acompañará siempre esta gran idea: “Un hijo muerto, pero mártir de la religión”. Que Dios no pueda imputarme más crimen que el que los hombres me imputan: ser discípulo de Cristo. ¡Madre mía muy querida, adiós, adiós… hasta la eternidad. Qué feliz soy!

Hermano mío muy caro: En poco tiempo ¡Qué dos gracias tan señaladas me concede mi buen Dios! ¡La profesión holocausto absoluto… el martirio, unión decisiva a mi Amor! ¿No soy un ser privilegiado? Esto es lo más íntimo que tengo que comunicarte. Las cartas adjuntas, al extranjero, envíalas con una relación extensa de mi prisión, etc… ya le pongo bien clara la dirección: certifícalas.

El último beso, mi hermano, el más efusivo.

Mi despedida postrera la familia, son unas palabras de felicitación tanto para mí como para Vdes.

Que Dios proteja siempre a la familia que ahora agracia con un favor tan señalado.

Su hijo que les ama con amor eterno. Aurelio Ángel.

Monjes mártires de Monserrat ante San Benito. Pintura de la Sala Capitular.

La ofrenda de vidas a Cristo de la Orden de San Benito se completa con 23 monjes del Monasterio de Monserrat. Serían asesinados cuando estaban teóricamente bajo la protección de la Generalitat de Cataluña que presidía el siniestro Companys. Estos son sus nombres:

  1. P. FULGENCIO (José) ALBAREDA RAMONEDA
  2. P. LEON (Luis) ALESANCO MAESTRO
  3. P. VERAMUNDO MARÍA (Raimundo) BOQUÉ NOLLA
  4. P. AMBROSIO JOSE (Agustín) BUSQUETS CREIXELL.
  5. P. ODILIO MARÍA(Juan) COSTA CANAL.
  6. P. SEBASTIAN FELIU ESCUDER.
  7. P. PLACIDO MARÍA (Cándido) FELIU SOLER.
  8. P. JOSE MARÍA FONTSERE MASDEU.
  9. P. DOMINGO (Cipriano) GONZALEZ MILLAN.
  10. P. ROBERTO (Juan) GRAU BULLICH, Prior.
  11. P. RAIMUNDO (Antonio) LLADÓS SALUD.
  12. P. LUIS PALACIOS LOZANO, Prof. Lenguas Orientales.
  13. P. JUAN ROCA BOSCH.
  14. P. ANGEL MARÍA RODAMILANS CANALS.
  15. P. PEDRO VALLMITJANA ABARCA.
  16. HNO. ILDEFONSO (Alejo) CIVIL CASTELLVI.
  17. HNO. EUGENIO Mª (José) ERAUSQUIN ARAMBURU.
  18. HNO. EMILIANO (Ignacio) GUILÁ XIMENES.
  19. HNO. JOSE MARÍA JORDÁ JORDÁ
  20. HNO. BERNARDO (Jaime) VENDRELL OLIVELLA
  21. D. HILDEBRANDO MARÍA (Luis) CASANOVAS VILA
  22. D. FRANCISCO DE P. SÁNCHEZ SOLER
  23. D. NARCISO MARÍA (Pedro) VILAR ESPONA.

La Basílica fue profanada por las Brigadas Internacionales que cantaron dentro el himno comunista, puño en alto, mientras un miliciano hacía sonar los acordes de la canción en uno de los órganos. Manuel Azaña, presidente de la República Española, escogió Montserrat, sin monjes ni fieles, para pasar unos días de descanso. Luego Montserrat fue utilizado como hospital de guerra, con 500 camas. El 23 de enero de 1939, ante el avance de las tropas nacionales, los mandos, tras evacuar, enviaron la orden de “volar todas las instalaciones”… la Providencia y la vergüenza de los que debían hacerlo, evitaron que el Monasterio fuera dinamitado.

Monasterio de Monserrat.

Sólo en Cataluña, fueron asesinados 172 Hermanos Maristas. En Calafell, 18 hospitalarios de San Juan de Dios.

También los religiosos Carmelitas sufrieron la más enconada persecución por parte del Frente Popular, habiendo sido asesinados solamente en Madrid los siguientes Carmelitas calzados: Fray Andrés Vecilla Bartolomé, Fray Aurelio García Antón, Fray Antón García, Fray Francisco Pérez Pérez, Fray Angelo Regilón Lobato, Fray Ángel Sánchez Rodríguez, Fray Adalberto Vicente Vicente, Fray Silvano Villanueva González y el Padre Alberto Marco Alemany. También en la capital fueron asesinados los siguientes carmelitas descalzos: P. Saturnino Díaz Díaz, P. Epifanio Echevarría Barrena, P. Victoriano Hernández Vicente, P. Juan García García, P. José Perote Yébenes, P. Juan Vázquez Mejorado, P. Pío Zataraín Iruretagoyena, Fray Juan Cascajares Pérez, Fray Gabriel Cuesta García, Fray Juan San Juan Escudero, Fray Valentín Sánchez, Fray José Villanueva Sarasa, y el P. Mariano Martín García, que fue muerto en El Escorial, resultando destrozados los conventos e iglesias Carmelitas.

Cae la tarde, mientras la magnífica Cruz del Valle de la Paz se recorta sobre el paisaje serrano. Como homenaje al Creador, se elevan las oraciones de los hijos de San Benito. Ello es posible por el hombre cuyos restos reposan en la Basílica: Francisco Franco. El Holocausto católico no se culminó por su entereza. El prior Santiago Cantera de seguro es consciente de esta deuda y actuará en consecuencia, sin temer más a los hombres que a Dios.