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Holocausto católico (2): La Iglesia en las catacumbas

Redacción




Enrique de Diego.

Se trata de un exterminio, de un Holocausto. Las cifras son pavorosas: el total de sacerdotes y religiosos asesinados asciende a 7.937entre Obispos (de los cuales fueron asesinados 13), sacerdotes (5255) y religiosos (2.669), correspondiendo a Madrid 1.158 (de los cuales 111 son religiosas), y a Barcelona un total de 1.215 víctimas, también por el solo motivo de su carácter religioso o condición sacerdotal ; en Valencia, 705en Lérida, 366en Tarragona259 y en las demás provincias sometidas al terror marxista estos asesinatos se cometen también en cifras muy elevadas.

Hay un cúmulo de heroísmo católico silencioso y silenciado. Fieles que arriesgan su vida y la de sus familias para esconder a sus pastores. Antonio Tort Rexach refugia al obispo de Barcelona, Manuel Irurita y Almandoz. Serán asesinados los dos y también Francisco Tort Rexach. Muchas veces son las familias de sangre las que se arriesgan a esconder a sus hijos o primos o sobrinos profesos. La saña es genocida. Matar al cura es el mayor premio para los asesinos socialistas, anarquistas, comunistas, etc. El genocidio es, sobre todo, socialista, pues es el PSOE el que manda en los primeros compases de la guerra, que en la retaguardia tiene un claro paisaje revolucionario. En la checa de la Agrupación Socialista Madrileña uno de los más sádicos asesinos se ufana de llevar a gala el apodo de “matacuras”.

Sacerdotes, religiosos y monjas se despojan de sus ropas talares y hábitos y se disfrazan, mal que bien, de civiles. Se intensifica su caza despiadada. La prensa marxista lanza continuas proclamas de que se ha asesinado a un pequeño porcentaje y hay que extremar el celo y las redadas. El administrador apostólico de Orihuela, Juan de Dios Ponce consigue mantenerse oculto hasta octubre, cuando es cazado. Es llevado, junto con 9 sacerdotes, al cementerio de Elche, en cuyas tapias son fusilados. Se da la orden de no enterrarlos durante 10 días para escarmiento general.

Son tiempos de martirio y el odio es más cerval cuanto más santos son los sacerdotes. En el Madrid de amaneceres rojos de sangre y marxismo, dos santos amigos, el Padre San Pedro Poveda, creador de las Escuelas del Sagrado Corazón y fundador de la Institución Teresiana que se enfrenta al laicismo en la enseñanza, y San José María Escivá de Balaguer, fundador el 2 de octubre de 1928, festividad de los Santos Ángeles Custodios, del Opus Dei hablan, con serenidad de espíritu y fortaleza de ánimo, de su posible martirio. Poveda lo alcanzará muy pronto: será asesinado el 28 de julio de 1936 en las tapias del cementerio de la Almudena. Los marxistas creerán haber matado a Escrivá de Balaguer, pero asesinan a otro sacerdote, mártir. El fundador del Opus Dei tendrá que esconderse en diversos sitios, seis meses en la Legación de Honduras, también en un manicomio, hasta que con un puñado de miembros de la Obra marcha a Barcelona y culminan la epopeya de pasar por los Pirineos a Francia y a zona nacional.

Sacerdotes santos celebran Misas para pequeños grupos o llevan la Sagrada Forma oculta para dar la Comunión y escuchan confesiones. Muchas veces en las casas donde están ocultos. Hay espías por todas partes. Los porteros de la UGT son eficaces chivatos que avisan de inmediato, en Madrid, a la checa de Fomento, a la Escuadrilla del Amanecer, a los Linces de la República o la Brigada de García Atadell. Las noches son especialmente terribles. Los registros son expeditivos. A veces la caza se produce en plena calle y el público envenenado de odio vocifera. Dos mil espectadores jalean el fusilamiento de los presos del tren de la muerte en el Pozo del tío Raimundo, y el asesinato del obispo de Jaén y su hermana. Muchos de los que aplauden y dan vítores son niños envenenados de odio.

Los crímenes adquieren con frecuencia niveles de extraordinario salvajismo. Sor Gertrudis Lamazares, Religiosa de la Comunidad Terciarias Franciscanas de la Divina Pastora, del convento de la calle de Santa Engracia, número 132, de Madrid, fue apresada en la portería de la casa número 7 de la calle de Diego de León, donde estaba escondida, siendo conducida por los milicianos, en unión de una señora y de un sacerdote, ambos desconocidos, en un automóvil hasta un pinar de la carretera de Hortaleza, en cuyo lugar, después de ser bárbaramente maltratados, fueron atados los tres al vehículo, que, emprendiendo la marcha, los arrastró hasta el pueblo de Hortaleza, al que llegaron ya muertos y completamente destrozados, siendo pisoteados y profanados los cadáveres por el vecindario.

El Coadjutor de la parroquia de San Juan Bautista, de Canillas (Ciudad Lineal), Julio Calle Cuadrado, fue introducido en un saco y, una vez atado éste, le pincharon con horcas y cuchillos hasta producir la muerte al referido sacerdote, siendo los criminales elementos pertenecientes a las «checas» del barrio de Ventas.

La Religiosa Sor Carmen Valera Halcón del Convento de Nuestra Señora del Amparo, de la calle de las Huertas, número 16, de Madrid, fue asesinada al no acceder a las sacrílegas proposiciones de vida marital hechas por uno de los milicianos que habían asaltado el convento.

Sacerdotes, religiosas y monjas viven en continuo peligro, deambulan buscando refugio, un lugar seguro. Los milicianos extreman su celo para descubrir a personas con aspecto eclesiástico para detenerlas y asesinarlas. Así, las Religiosas Adoratrices Sor Felisa González y Sor Petronila Hornedo, que se vieron obligadas a abandonar su convento de Guadalajara y marchar disfrazadas a Madrid, a su llegada a la estación Atocha, el 13 de agosto de 1936, fueron detenidas en la «checa» de dicha Estación, en unión de José Luis Hornedo Huidobro, hermano de Sor Petronila, y asesinados seguidamente, habiendo aparecido los cadáveres en un descampado de la calle de Méndez Álvaro, próximo a la Estación, el día 31 de agosto.

En la misma Estación de Atocha, y también en el mes de Agosto del mencionado año, las milicias de aquella «checa» derribaron a tiros, en uno de los andenes, a dos hombres señalados como religiosos, que trataban de subir a un tren; como una de las víctimas diese señales de vida, el médico de la Estación, Pedro de Retes, hizo conducir al herido al Servicio Sanitario, donde le prestó asistencia facultativa, teniendo que sobreponerse dicho médico, en unión de su compañero, el Dr. Eduardo Varela de Seijas, a la furia de los asesinos, que trataban de rematar al herido, el cual fue conducido por unos camilleros al Hospital General.

La barbarie no se recata en ejecutar sus crímenes en plena calle. En la de María de Molina un Hermano de la Compañía de Jesús, llamado José Montero, es tiroteado y sobre su cadáver se colocó un letrero que decía: “Soy Jesuita”, lo que motivó que grupos extremistas corrieran a verle y le escarnecieran, permaneciendo en la calle el cadáver durante varias horas.

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Estos crímenes se repiten sin cesar en las distintas provincias sometidas al dominio marxista, y así, en Lérida –donde fueron condenados y ejecutados numerosos religiosos-, el Hermano Domingo María, llamado en el siglo Jesús Merino Albeniz, que llevaba cinco años enfermo del mal de Pott, que le retenía en la cama, cubierto de llagas, fue sacado del Hospital de la Cruz Roja de Balaguer, al que había sido trasladado, y conducido por los marxistas desde dicho Hospital, en el mismo colchón donde estaba acostado, al cementerio del pueblo, en cuyo lugar fue rociada la colchoneta con gasolina, a la que prendieron fuego, muriendo la víctima abrasada.

Ser la madre de un sacerdote o un religioso es motivo suficiente para ser asesinada. En la provincia de Ciudad Real, la madre de dos jesuitas fue asesinada clavándola un crucifijo en la garganta. El cura párroco de Torrijos, Toledo, fue azotado, coronado de espinas, obligado a beber vinagre y a llevar una viga de madera sujeta a la espalda; después no lo crucificaron sino que lo fusilaron. Algunos sacerdotes fueron quemados, otros enterrados vivos. No hubo crueldad que los socialistas y los frentepopulistas no llevaran a cabo.

En Toledo, además de los numerosos sacerdotes y religiosos asesinados, fueron muertos también todos los canónigos de la Santa Iglesia Catedral que la milicias rojas pudieran hallar. Estos miembros  del Cabildo de la Iglesia Catedral de Toledo, que en número de doce fueron víctimas de la persecución frentepopulista, son los siguientes: Inocente Arnaz Moreno, Valentín Covisa Calleja, Vidal Díaz Cordobés, Arturo Fernández Varquero, Juan González Mateo, Ramiro Herrera Córdoba, Arturo Fernández Varquero, Juan González Mateo, Ramiro Herrera Córdoba, Joaquín de Lamadrid Arespacochaga, Rafael Martínez Vega, Idelfonso Montero Días, Calixto Paniagua Huecas, José Polo Benito y José Rodríguez García Moreno.

En el pueblo de Daimiel (Ciudad Real), el Sacerdote Bernardino Atochero López fue obligado a cavar la fosa donde se le había de enterrar y, herido por un disparo, fue arrojado con vida al fondo de la sepultura, volviendo los milicianos a disparar sobre él sin producirle tampoco la muerte, arrojándole entonces una esportilla de cal; enterrado con la cabeza fuera de tierra, fue rematado a puntapiés.

En el convento de religiosos de La Merced, de Jaén, el 20 de Julio de 1936, fecha del asalto al mismo por las turbas marxistas, es asesinada la mayor parte de la Comunidad dentro del recinto del convento, siendo arrojados los cadáveres de los Padres Santos Rodríguez, Laureano de Frutos, Jenaro Millán y del Hermano Eduardo Gómez, a un carro de basura que los paseó por las calles de Jaén.

No se limitó la persecución a los consagrados, sino que con idéntico encono alcanzó a los seglares que por sus sentimientos católicos formaban parte de las Congregaciones o Agrupaciones piadosas de fieles, cuyos ficheros fueron a parar a las milicias y «checas», que los utilizaron para orientar la campaña de aniquilamiento emprendidas. Acción Católica de España, la Adoración Nocturna y otras entidades análogas, vieron asaltados y saqueados sus Centros y sus miembros fueron despiadadamente perseguidos. En Madrid, entre otros muchos casos, se encuentra el de la Asociación de la Virgen Milagrosa; cuyas listas de congregantes cayeron en poder del Círculo Socialista del Norte, que asesinó por ese solo motivo a cuantos de ellos pudo hallar, siendo las víctimas el tesorero de la Junta Agustín Fernández Vázquez, de profesión cartero; Felipe Basauri Altube, Martín Izquierdo Mayordomo, Eduardo Campos Vasallo, José Garví Calvente y otros.

Sacrilegios y profanaciones

El odio a la religión se extendió a todas sus manifestaciones artísticas, en una orgía de barbarie e incultura que produjo daños irreparables en el patrimonio histórico-artístico de España. A partir del asalto de las turbas de los conventos e iglesias, fue corriente en las calles de Madrid y en las demás poblaciones sometidas al poder marxista, el espectáculo de facinerosos armados revestidos con ornamentos sagrados, haciendo remedo de los actos litúrgicos. Se cometen los más atroces sacrilegios. En el Convento de Religiosas del Culto Eucarístico, de la calle Blanca de Navarra, fueron pisoteadas las Formas por los asaltantes, y cuando ante el Comité de Sangre de El Pardo (Madrid) comparecía Cipriano Martínez Gil, Párroco de aquel pueblo, uno de los milicianos empleaba un vaso sagrado para afeitarse, en el mismo local en que los dirigentes marxistas, en estado de embriaguez, juzgaban al sacerdote, que fue condenado a muerte y ejecutado.

En la iglesia del Carmen se celebraban parodias del Santo Sacrificio de la Misa y de funerales, desenterrando las momias del cementerio religioso que en dicha iglesia existía. De la misma manera, en Barcelona, son expuestas al público las momias profanadas por los marxistas, que desenterraron las que existían en el Convento de las Salesas del Paseo de San Juan.

En Alcázar de San Juan (Ciudad Real), las turbas rojas se apoderaron de las Sagradas Formas, que se comieron, haciendo simulacro de la Sagrada Comunión, entre burlas y blasfemias. Con la patrona de la capital, la Santísima Virgen del Prado, se cometió el sacrilegio de fingir casarla con un hombre, y terminada que fue la profanación, la arrojaron desde el lugar donde estaba situada a gran altura del altar al suelo del templo, donde terminaron de destrozarla.

Destrucciones y saqueos

Todas las iglesias de la Diócesis de Madrid y su provincia fueron interiormente desmanteladas por el Frente Popular, habiendo desaparecido de ellas altares, retablos e imágenes, que fueron sustituidas por retratos de Stalin y cabecillas españoles.

El Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, del Cerro de los Angeles, centro geográfico de España, lugar de peregrinaciones, después de ser asaltados los edificios religiosos que le circundaban, fue volado con dinamita el 7 de agosto de 1936, al cabo de varios días de trabajo en la confección de barrenos, con máquinas perforadoras, labor interrumpida a veces para que los piquetes de milicianos simularan el fusilamiento de la imagen. La tradicional denominación española del Cerro de los Angeles fue sustituida por la de Cerro Rojo.

En Castellón de la Plana, en los primeros días de agosto de 1936, las turbas asaltaron la iglesia arciprestal de Santa María, Monumento nacional, quemando en una hoguera todas las imágenes y objetos sagrados, así como los documentos de los archivos de la iglesia y de la abadía, quedando destruidas también una colección de pinturas de los siglos XVII y XVIII. Después de alguna discusión entre organismos, el Ayuntamiento acuerda, en sesión plenaria, la demolición del templo, y el Comité Local de la CNT, en un escrito de tonos soeces, de 25 de mayo de 1937, se solidariza con el Ayuntamiento en su propósito de destrucción de la iglesia, que se lleva a efecto.

Simultáneamente a la labor destructora tiene lugar la de saqueo, y así, en la Catedral de San Isidro, de Madrid, se apoderan las milicias marxistas de cuatro lienzos de Arellano, cuadro central de «La Inmaculada», de Alonso Cano ; «El Paso de la Caída», de Alfaro ; «Retablos de San Francisco de Borja», de Francisco Ricci ; «Retablos», de Herrero el Mozo y Pedro de Mena, desapareciendo, como consecuencia del incendio provocado por las turbas rojas, los famosos frescos pintados por Goya, Claudio Coello, Jiménez Donoso, Sebastián Herrera, etc., quedando el interior de la Catedral totalmente destruido. El Palacio del Obispo de Madrid fue también asaltado por las turbas, que se apropiaron de cuantos objetos de valor existían en el mismo. Las milicias no solamente sustrajeron las imágenes y objetos de culto existentes en los templos, sino también en domicilios particulares, como el Palacio del Marqués de Cortina, donde hallaron valiosísimas imágenes.

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Del Real Monasterio de El Escorial fueron robadas las siguientes obras pictóricas, entre otras muchas: El cuadro «El Descendimiento», de Van der Veyden; siete óleos del Greco, un Velázquez y varias obras de Tiziano, Tintoretto y Ribera; dos mil quinientos manuscritos preciadísimos de su Biblioteca, entre ellos el famoso “Códice Aureo» y el «Ovetense», del siglo XVII; los autógrafos de Santa Teresa; la Custodia llamada de «Las Espigas»», y la de la Sagrada Forma, que regaló Isabel II, y gran cantidad de tapices de enorme valor; algunas de estas obras fueron recuperadas en Figueras (Gerona), donde habían sido trasladadas por el Gobierno marxista en su huída.

En Valencia, ciento cuarenta y ocho pueblos de su provincia sufrieron las consecuencias de destrucciones y saqueos de sus iglesias, donde se robaron cuadros de gran mérito artístico y de notable antigüedad.

En Jaén, la magnífica iglesia tipo basilical quedó totalmente destrozada y destruidas sus imágenes y demás objetos de culto, ocurriendo lo mismo con la Catedral de Sigüenza. En Toledo, los marxistas se apoderaron de la mayor parte del tesoro artístico de la Catedral, realizándose este saqueo el 4 de septiembre de 1936 por orden del entonces Presidente del Consejo de Ministros José Giral.

De la Catedral de Toledo desaparecieron dos coronas de la Virgen del Sagrariola bandeja de plata repujada del «Rapto de las Sabinas» (siglo XVII)superhumeral de la Virgen,un manto de la Virgen del Sagrario, del siglo xvii, con perlasdos caídas del manto de la Virgen; los tres tomos de la Biblia de San Luis, correspondientes al arte gótico, de un valor incalculable. La devastación alcanzó a los demás conventos de la ciudad y pueblos de la provincia, pudiendo señalarse por vía de ejemplo el caso del pueblo de Esquivias, de donde las milicias se llevaron autógrafos de Santa Teresa y Sor María de Agreda y libros de partidas de los años 1578 a 1607, que contenían el matrimonio de don Miguel de Cervantes con doña Catalina de Palacios.

También en Ciudad Real, como en las demás provincias por donde pasó el terror marxista, todo el patrimonio artístico-religioso fue destrozado por las turbas, y el de más extrardinario valor económico fue hecho desaparecer por los dirigentes marxistas. Aparte de joyas artístico-religiosas de incalculable valor, destrozadas unas y expoliadas otras, puede señalarse como caso relevante la expoliación del tesoro de la Virgen del Prado, de Ciudad Real, en el que figuraba un portapaz del artífice Becerril.

En Cataluña, las depredaciones del tesoro artístico-religioso, debidas a la barbarie de las turbas o a la rapiña de los dirigentes frentepopulistas, que las sustrajeron en su provecho, revisten los mismos caracteres que en el resto de España; así en la Diócesis de Vich, la Iglesia Catedral fue incendiada y saqueada a partir del día 21 de julio de 1936; toda la Catedral, menos la bóveda, estaba decorada con pinturas del renombrado artista José María SertEntre otras muchas joyas, se apoderaron los asaltantes de una Custodia del siglo XV y de un Copón del siglo XIV, habiendo sido la Custodia fundida y convertida en chatarra. Fue parcialmente destruido el Palacio Episcopal; las turbas le invadieron el día 21 de julio de 1936, y lo incendiaron, comenzando por el archivo de la «Mensa Episcopal» y «Curia Eclesiástica», de incalculable valor, que poseía pergaminos y documentos que se remontaban al siglo IX, y que se han perdido en su totalidad.

En la Diócesis de Cuenca, en que fue igualmente saqueada la Catedral y destruido el cuerpo del Patrono de la ciudad, Obispo San Julián, así como la caja que guardaba sus restos, fue saqueada también la magnífica biblioteca existente en el Seminario, siendo destruido por el fuego prendido en la plazuela del mismo edificio unos 10.000 volúmenes de los 32.000 de que constaba, habiéndose perdido el célebre «Catecismo de Indias».

Incautaciones

Todos los partidos políticos del Frente Popular se incautaron de los edificios pertenecientes a iglesias y conventos, que fueron destinados a muy diferentes fines, como «checas», cárceles, casas de vicio, cuadras, bodegas, garajes, almacenes, cinematógrafos; la iglesia de los Santos Justo y Pastor, en Madrid, fue destinada por los milicianos a almacén de vinos y taberna, figurando en el lugar que ocupaba el altar mayor un gran retrato de Manuel Azaña; no faltando casos de celebración de mítines en iglesias, como el organizado en uno de los templos de la Orden de Religiosos Capuchinos, también en Madrid, en el que dirigió la palabra a las masas rojas desde el púlpito la agitadora marxista Margarita Nelken.

La iglesia de las Salesas Reales, situada en la calle de Doña Bárbara de Braganza, en Madrid, por Decreto rojo, publicado en la Gaceta de 17 de octubre de 1936, quedó adscrita al Palacio de Justicia, con cuyo edificio fauna un solo cuerpo, dejándola desafectada del servicio del culto católico. Dicha iglesia, desde los primeros momentos de la revolución marxista ya había quedado totalmente separada de su verdadero destino, pues las milicias la habían saqueado y cometido sacrilegios.

Como expresivo detalle de la actitud de la masa marxista en materia religiosa, alentada por el complaciente criterio oficial, aparece documentalmente probado el siguiente caso: Un individuo llamado Gervasio Fernández de Dios, dirige desde Valencia, en 30 de noviembre de 1936, un irreverente escrito al «Camarada Ministro de Justicia», en el que solicita se cambie su segundo apellido—«Dios»—por el de «Bakunin» ya que, según expresa el solicitante en el referido escrito, «no quiere nada con Dios». El Ministro de Justicia del Frente Popular, y por su delegación el Subsecretario Mariano Sánchez Roca, acuerda acceder, por Orden de 9 de diciembre de 1936, a lo reclamado, «teniendo en cuenta que las actuales circunstancias aconsejan prescindir de la complicada y larga tramitación del expediente de modificación de apellido en aquellos casos en que, como en el del solicitante, la necesidad del cambio aparece justificada por notoriedad».