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José Calvo-Sotelo, crimen de Estado y derecho de resistencia

Redacción




Redacción.

El asesinato de José Calvo Sotelo fue un crimen de Estado, ejecutado por funcionarios de las Fuerzas de Seguridad, de militancia socialista, utilizando medios públicos y amparado por el Gobierno. El alzamiento militar estaba plenamente justificado por el derecho de resistencia.

El 16 y el 23 de febrero de 1936 se celebran las elecciones generales. Los resultados oficiales fueron de 4.451.300 votos para las izquierdas –los anarquistas llamaron a votar, contra su postura habitual- y 4.375.800 votos de derechas y centro. Ulteriores estudios han demostrado que hubo pucherazo. El programa del Frente Popular era nítidamente totalitario y genocida, proponía “el dominio total del poder, al cual hay que llegar utilizando todos los medios». Establecía: la independencia del Marruecos español; la liberación de las «naciones oprimidas»: Cataluña, Vascongadas y Galicia; la confiscación de todas las tierras de la Iglesia y de los terratenientes; armar a obreros y paisanos del Frente Popular; la confiscación o control de bienes y empresas y anular todas las deudas adquiridas por campesinos y pequeños comerciantes con la banca, que, en siguientes etapas, sería nacionalizada.

En consonancia con esos objetivos disolventes elude los formalismos democráticos: no espera a la segunda vuelta para formar gobierno y destituye ilegalmente a Nicolás Alcalá-Zamora como presidente de la República. Se dispone, además, desde el Congreso de los Diputados, a dejar sin acta a los diputados de la oposición.

José Calvo-Sotelo se ha presentado por tercera vez por Orense obteniendo con claridad el acta. A pesar de ello trata de ser desposeído. El desafuero es tan clamoroso que el Sr. Ansó -que después habría de ser, en 1937, Ministro de Justicia del Frente Popular-, en nombre de la Comisión de Actas, según consta en la página 42 del Extracto Oficial del Congreso de los Diputados, sesión celebrada el jueves 2 de abril de 1936, hizo uso de la palabra para hacer constar que la referida Comisión modificaba su criterio y proponía la proclamación del Sr. Calvo Sotelo como Diputado a Cortes, reconociendo «los sacrificios» que habían tenido que hacer para llegar a este cambio de opinión, y que lo habían realizado «para que uno de los enemigos más encarnizados del régimen, de los Gobiernos republicanos y del Parlamento, no pueda salir con justicia a la calle a decir que nos hemos entregado a una persecución sañuda e injusta», y más adelante añade: «Y voy a repetir palabras que antes pronuncié, para que no pueda decir el enemigo más caracterizado del régimen que le hemos tratado con una medida de rigor y de injusticia.».

El “enemigo más caracterizado del régimen”. José Calvo-Sotelo ya está claramente señalado, pero la saña contra él se va a explicitar mucho más claramente en las decisivas sesiones del 16 de junio y el 1 de julio de 1936.

En la sesión de Cortes del 16 de junio de 1936, José María Gil Robles, líder de la CEDA, expuso«Entre el 16 de febrero y el 15 de junio inclusive, fueron destruidas 160 iglesias, se sofocaron 251 incendios en templos, hubo 269 muertos, 1287 heridos, 113 huelgas generales, 228 huelgas parciales, 10 periódicos totalmente destruidos, amén de innumerables asaltos a tiendas».

En el clima encendido de la sesión, la diputada del PCE, Dolores Ibárruri, «Pasionaria«, impele a que «hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del gobierno, hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen a exigir responsabilidades”. Añade que el estallido de octubre, octubre glorioso, significó la defensa instintiva del pueblo frente al peligro fascista… miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento«.

Pasionaria cerró su discurso, refiriéndose a los componentes de la oposición, con la frase «nosotros no debiéramos tolerar que se sentasen ahí».

José Calvo-Sotelo toma la palabra. Se ha impuesto la censura y se han cerrado periódicos. José Antonio Primo de Rivera ha sido encarcelado. Calvo-Sotelo es de las pocas referencias. “España vive sobrecogida, por todas partes, desorden, pillaje, saqueo, destrucción». 

Santiago Casares Quiroga.

En polémica con Casares Quiroga, afirma que «se está desatando en España una furia antimilitarista que tiene su arranque y origen en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la eficacia del Ejército español».

Santiago Casares Quiroga, primer ministro en ese momento, amenaza a José Calvo Sotelo, quien le contesta: “Yo tengo, señor Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza; le he oído tres o cuatro discursos en mi vida; los tres o cuatro desde ese Banco Azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bienseñor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de su señoría. Me ha convertido su señoría en sujeto, no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, señor Casares Quiroga. Le repito: mis espaldas son anchas; acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se Puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi Patria y para gloria de España, los acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: «Señor, la vida podréis quitarme, Pero más no podréis», y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. Pero, a mi vez, invito al señor Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, pues que es hombre de honor, estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla; piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida su señoría sus responsabilidades; repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky porque no es inconsciente; tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. ¡Quiera Dios que su señoría no pueda equipararse jamás a Karoly!»—(Diario de Sesiones, número 45, del 16 de junio de 1936, páginas 1.380 y siguientes).

José Calvo Sotelo. /Foto: outono.net.

En esta sesión, Pasionaria afirma desde su escaño: “este hombre es la última vez que habla aquí”, que no está recogida ni el Diario de las Cortes ni en las reseñas periodísticas, pero que fue corroborada por Salvador de Madariaga y Josep Tarradellas.

Esta amenaza pública de Casares Quiroga se ve confirmada con las que en su intimidad profiere el Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra, citándose, entre otros testimonios, el del Comandante de Carabineros, al servicio del Frente Popular, José Muñoz Vizcaíno, quien declaró: «Que oyó varias veces al entonces Comandante, y más tarde Coronel, Luis Barceló, comunista, hombre de confianza y Ayudante del Ministro de la Guerra y Presidente del Consejo, Casares Quiroga, que éste había dicho, con referencia al Sr. Calvo-Sotelo, «que se lo cargaría -indicando que le daría muerte-», haciendo alusión a los debates parlamentarios en los que de manera tan eficaz y con una repercusión extraordinaria en la opinión pública intervenía el Jefe del Bloque Nacional.

Ángel Galarza Gago, socialista, ministro de la Gobernación en 1936.

En la sesión parlamentaria del 1 de julio de 1936, el diputado socialista Ángel Galarza Gago ratificó la amenaza de Pasionaria, legitimando el empleo de la violencia contra Calvo Sotelo por «erigirse en jefe del fascismo y querer terminar con el Parlamento y los partidos». Galarza continuó su discurso dirigiéndose a Calvo Sotelo:«Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida».Los diputados de centro y derecha protestaron con fuerza. En el tumulto originado se oyó a Pasionaria gritar «hay que arrastrarlos» (frase concretada por Gil Robles en su libro «No fue posible la paz»).

El 29 de junio de 1936, el agente de Policía de la plantilla de Madrid, Rodolfo Serrano de la Parte, es llamado a la Dirección General de Seguridad, que desempeña José Alonso Mallol, para que, en unión del también agente José Garriga Pato, se encargue de la escolta de Calvo Sotelo, sustituyendo a la anterior, compuesta por Antonio Álvarez Ramos y don Basilio Gamo -este último asesinado durante el dominio del Frente Popular por el solo motivo de haber sido escolta de Calvo Sotelo-. El nombramiento de Serrano de la Parte fue debido a considerársele, además de paisano, amigo del Sr. Casares Quiroga, y el de Garriga Pato, por ser masón y plenamente afecto al Frente Popular. Una vez que los dos agentes están en la Dirección General de Seguridad, son citados para el día siguiente, 30 de junio, compareciendo dicho día ante el jefe del personal, Lorenzo Aguirre Sánchez -solicitante de ingreso en la masonería-, el cual les hace saber que su misión cerca de Calvo Sotelo no sería de protección, sino de espionaje, debiendo dar cuenta diaria y detallada de las personas con quienes se relacionara.

Dos días más tarde, Aguirre, después de tratar inútilmente de hacer pasar a los agentes a presencia del Director General de Seguridad, Alonso Mallol, les previene, en nombre de este último, que, caso de ocurrir un atentado contra Calvo Sotelo, debían, si sucedía en sitio céntrico, simular una protección; pero, en realidad, abstenerse de ayudar en nada, y si era descampado, ayudar a darle muerte.

Rodolfo Serrano de la Parte, hombre que había recibido una educación cristiana, incapaz de cumplir la orden dada en nombre del Director General de Seguridad por su superior jerárquico, se lo comunica inmediatamente al Diputado a Cortes Joaquín Bau Nolla, íntimo amigo de Calvo Sotelo. Esta entrevista se inicia en los pasillos de la Cámara de los Diputados, en la que tiene entrada Serrano de la Parte desde el momento en que se encarga de la escolta de Calvo Sotelo, y se continúa al día siguiente en una cervecería de la calle de Alcalá.

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Bau da cuenta a Calvo Sotelo de lo que ocurre y, de acuerdo con este último, visita al Ministro de la Gobernación, Moles, en el despacho de Ministros del Congreso de los Diputados, ante quien relata el intento de asesinar a Calvo Sotelo con la complicidad de uno de los agentes de la autoridad. sin decir el conducto por quien ha recibido la noticia, negando dicho Ministro su intervención en dicho asunto. Al día siguiente, es el mismo Calvo Sotelo quien visita al Ministro de la Gobernación, en compañía de Bau, para reiterarle con mayor firmeza la denuncia; Moles insinúa que podían ser criterios personales de algún agente, a lo que Calvo Sotelo, con vehemencia, pregunta, refiriéndose al Ministro, «si ellos eran una «pandilla o un Gobierno» y que hacía recaer sobre este último las consecuencias que pudieran derivarse de las órdenes dadas por el Sr. Aguirre, el que no sólo continuó con la confianza del Gobierno, sino que más tarde es premiado por el mismo Gobierno con el cargo de Jefe Superior de Policía de Madrid.

El día 23 de junio de 1936, el periódico madrileño El Socialista, en su número 8.169, publica en la primera página, en la quinta columna, un artículo titulado «Intimidades del adversario».—«Calvo Sotelo, cabeza rectora del Fascismo», habiendo sido inspirado este violento artículo por Indalecio Prieto. Serrano de la Parte es trasladado inmediatamente a Galicia.

En las primeras horas de la noche del 12 de julio de 1936, el Teniente de Asalto, afecto al Frente Popular, Castillo, es asesinado por unos desconocidos al cruzarse con él en la calle, no habiendo el Gobierno del Frente Popular logrado averiguar ni decir quiénes fueron los asesinos.

A partir de este suceso, los jefes y oficiales del Cuerpo de Asalto del cuartel de Pontejos, inmediato al Ministerio de la Gobernación, celebran conferencias con este Ministro, con el Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, Casares Quiroga, y con el Director General de Seguridad, Alonso Mallol.

Las principales figuras que conferencian con las altas autoridades del Gobierno de la República son el Comandante Ricardo Burillo Stolle, el Teniente Máximo Moreno y el Capitán Fernando Condés, de la Guardia Civil este último, todos ellos de la entera confianza del Frente Popular.

Después de estas conferencias, en las primeras horas de la madrugada del 13 de julio de 1936 sale del cuartel de Pontejos el autocar número 17, al servicio del Cuerpo de Asalto. Es conducido por el guardia Orencio Bayo Cambronero, y ocupan asientos al interior: Victoriano Cuenca, pistolero y persona de absoluta confianza de Indalecio Prieto; José del Rey Hernández, guardia del Cuerpo indicado, adscrito a la escolta personal del Diputado socialista Margarita Nelken, y los también guardias de Asalto Amalio Martínez Cano, Enrique Robles Rechina, Sergio García, Bienvenido Pérez Rojo, Ismael Bueso Vela, Ricardo Cruz Cousillos y Aniceto Castro Piñeira. El estudiante del último curso de Medicina, Federico Coello García, afiliado al partido socialista -persona de la intimidad de Indalecio Prieto-; Santiago Garcés y Francisco Ordóñez, de las juventudes socialistas, hombres de acción y de la confianza de Prieto. Al mando de todos, en el mismo vehículo, va, vestido de paisano, el Capitán de la Guardia Civil Fernando Condés.

Pocos minutos después parte detrás del autocar un coche de turismo, ocupado por los oficiales del Cuerpo de Asalto, Capitanes Antonio Moreno Navarro e Isidro Avalos Cañada, y los Tenientes Andrés León Lupión, Alfonso Barbeta y Máximo Moreno.

Se dirigen directamente a la calle de Velázquez, llegando hasta la de Diego de León, para dar la vuelta y entrar por su mano derecha, parando el autocar frente a la casa número 89 de la calle de Velázquez, domicilio de Calvo Sotelo.

Capitán Condés.

Descienden del autocar el Capitán Condés, José del Rey, Victoriano Cuenca y algunos otros números de Asalto; franqueado el portal por el sereno, suben al piso; llaman al timbre de la puerta y acude una criada que, sin abrir, pregunta quién es, contestándosele que abriese a la Autoridad, que iba a hacer un registro. La criada se retira sin abrir y da cuenta de lo que ocurre a Calvo Sotelo, que se encontraba descansando; se levanta, sale al recibimiento y abre la puerta de entrada, preguntando qué deseaban. Replica el Capitán Condés -que, como se ha dicho, iba vestido de paisano-exhibiendo su carné militar, «que tiene que hacer un registro». Se distribuyen por las habitaciones, fingiendo la práctica del mismo, inutilizan el teléfono y manifiesta el Capitán a Calvo Sotelo que la Dirección General de Seguridad ha ordenado su detención. Hace patente Calvo Sotelo su calidad de Diputado a Cortes, que prohíbe esa detención, salvo en casos de flagrante delito, que no existe; pretende hablar con la Dirección de Seguridad, notando entonces está inutilizado el teléfono; impiden a los familiares de Calvo Sotelo salir del domicilio en demanda de auxilio, siendo ineficaces las protestas del Jefe del Bloque Nacional, que no tolera, como Diputado, su detención, y cede ante la palabra de caballero que da el Capitán Condés de que dentro de cinco minutos se encontrará en la Dirección General de Seguridad, en la que podría alegar cuanto estimase oportuno. Penetra Calvo Sotelo en el dormitorio para terminar de vestirse, y allí le siguen Condés y Del Rey. Mientras, la esposa consigue preparar un maletín con los útiles más precisos de aseo, unas cuartillas y una pluma, y ruega angustiosamente a su marido que no se marche.

Entra Calvo Sotelo en el cuarto de sus hijos; da un beso a cada uno de ellos, que duermen. La mayor, Conchita, despierta y pregunta a su padre adónde va; la tranquiliza, así como a su esposa, de la que se despide en el recibimiento prometiéndola que en cuanto llegue a la Dirección General de Seguridad hará por comunicar con ella, y mirando a los que le rodeaban, agregó: «si es que estos señores no me llevan a pegarme cuatro tiros». 

Baja rápido la escalera, y ya en el portal, encarga al portero que avise a sus hermanos, pero que nada digan a sus padres. Cuando sube al autocar número 17, se vuelve, buscando al Capitán Condés con la vista, preguntándole si subía, y al contestarle que sí, dijo: «Vamos a ver qué nos quieren», despidiéndose de los familiares, que estaban en los balcones, diciéndoles adiós con la mano.

Posiciones en la camioneta. /Foto: blog la verdadofende

Calvo Sotelo se sienta en el tercer departamento del autocar, contando como primero el correspondiente al conductor, y ocupa el cuarto asiento del autocar en dicho departamento; a su derecha y a su izquierda se colocan un guardia de Asalto y un guardia del escuadrón de Caballería, también de Asalto, respectivamente.

Inmediatamente detrás de Calvo Sotelo se sienta Victoriano Cuenca; el Capitán Condés y José del Rey ocupan los asientos contiguos al del conductor, y distribuidas en los demás lugares, las personas que antes se mencionaron, cuidando Condés de que no ocuparan los asientos inmediatamente anteriores a Calvo Sotelo. El vehículo se pone en marcha, recorre unos cuantos metros, y al llegar a la altura del cruce de la calle de Ayala con la de Velázquez, Victoriano Cuenca empuña una pistola, que dirige hacia la nuca de Calvo Sotelo, y sin que éste pueda darse cuenta de la agresión -está dando su espalda al agresor-, hace dos disparos consecutivos, tan inmediatos, que dan la impresión a los que van en el automóvil de que ha sido un solo disparo. Cae de bruces la víctima entre los asientos.

El autocar, que no ha detenido su marcha, sigue por la calle de Velázquez hasta el cruce con la de Alcalá, en donde está parado un camión con guardias de Asalto, que, al comprobar que es el autocar número 17, le deja pasar, continuando calle de Alcalá arriba, en dirección al Cementerio del Este, ante cuyas puertas se detiene, descendiendo del mismo el Capitán Condés y José del Rey, dándose a conocer como agentes de la Autoridad a los empleados de guardia en el Cementerio, obligándoles a que abran las puertas, penetrando en el recinto sagrado con el vehículo, del que sacan el cadáver de Calvo Sotelo, que dejan abandonado sobre el suelo, próximo al depósito, en el que es colocado después por los empleados del Cementerio. Parte el autocar con todos sus ocupantes, y a los pocos metros de marcha, exclama el conductor: «Supongo que no nos delatarán»; a lo que responde Condés: «No te preocupes, que nada pasará»; agregando José del Rey: «El que diga algo de esto se suicida, pues le mataremos como a ese perro».

Cadáver de José Calvo Sotelo.

Llegan al cuartel de Pontejos, descienden los ocupantes del autocar, y Victoriano Cuenca echa el brazo por encima de los hombros al Comandante Burillo, subiendo así los dos las escaleras, hablando en voz baja, hasta la Comandancia, en la que penetran igualmente el Capitán Condés, José del Rey, el Capitán Moreno Navarro y los Tenientes Máximo Moreno, Lupión y Merino. A los pocos momentos llega también el Teniente Coronel Sánchez Plaza.

El guardia Tomás Pérez limpia inmediatamente el autocar y hace desaparecer las manchas de sangre.

La señora de Calvo Sotelo, en cuanto éste montó en el autocar, procuró ponerse en relación con los familiares y amigos a fin de rescatar a su marido; unos y otros se encargan de hacer llegar a la Dirección General de Seguridad y al Ministerio de la Gobernación las noticias y detalles del secuestro. Ni por el Gobierno ni por sus subordinados, a quienes específicamente compete actuar, se toma medida alguna para averiguar en dónde se encuentra Calvo Sotelo.  «A la Dirección General de Seguridad no ha llegado», se limitan a contestar, y en ninguna Comisaría tampoco se encuentra.

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La mayoría de los funcionarios y jefes de servicio de la Dirección General de Seguridad que estuvieron en la noche del 12 al 13 de julio de 1936 en dicho Centro, y el jefe del Negociado del Gabinete reservado de Orden Público del Ministerio de la Gobernación, de guardia aquella misma noche, declararon, coincidiendo y confirmando todos que ni por parte del Gobierno ni del Director de Seguridad se tomó medida alguna en averiguación del paradero de Calvo Sotelo, dándose el caso de que cuando algunos familiares de éste se encontraban en el Ministerio de la Gobernación, contiguo al cuartel de Pontejos, hablando con el Subsecretario, Ossorio y Tafall, en el salón grande de la Subsecretaría, penetró el Teniente Coronel de Asalto, Sánchez Plaza, comunicando que el autocar número 17 había llegado al cuartel de Pontejos con manchas de sangre y que, según los guardias ocupantes, se trataba de la hemorragia nasal de uno de ellos, y que todos habían sido de nuevo distribuidos para prestar diversos servicios. Al oír estas palabras los familiares de Calvo Sotelo, se hace vivísimo el diálogo entre ellos y el Subsecretario, por lo que Ossorio y Tafall se retira del salón donde se encontraba, no sin antes requerir al Teniente Coronel Sánchez Plaza para que le acompañase, volviendo a salir a los pocos segundos, reiterando a los familiares las manifestaciones que antes les hiciera de que existía una Compañía de guardias de Asalto en franca insubordinación.

Aproximadamente sobre la hora en que se registran estas escenas en el Ministerio de la Gobernación, en el despacho del Director General de Seguridad, Alonso Mallol -según declaración de un testigo presencial, entonces Comisario General de Investigación Social-, un Comandante del Cuerpo de Asalto, con visibles muestras de nerviosismo, dijo: «Que no había que hacer conjeturas sobre el paradero de Calvo Sotelo, pues, de haberle ocurrido algo, a aquellas horas ya había pasado», dando a entender -sigue diciendo dicho testigo presencial- claramente, por el sentido de sus frases y por su actitud, que conocía perfectamente lo ocurrido, y que era una forma de dar cuenta del asesinato al Director General, pues salió inmediatamente del despacho sin pronunciar más palabras. El aludido Comisario hizo entonces reflexiones a Alonso Mallol de que ya se podía comprender lo que había sido de Calvo Sotelo y que, por lo tanto, debía obligársele al Comandante que se acababa de marchar a que aclarase lo ocurrido.

Confirma este Comisario, coincidiendo con lo manifestado por los demás jefes de servicio, en que no se toma por el Director General de Seguridad medida alguna, ni se da orden de que se practiquen diligencias en averiguación del paradero, a pesar de que otro Comisario de Policía regresa a la Dirección, después de personado en el domicilio del Jefe del Bloque Nacional, y le entera de lo ocurrido allí. Coinciden todos también en que la única medida que se adopta a las ocho de la mañana del día 13 de julio de 1936, es la detención del chófer conductor del autocar número 17 y la de un oficial de Asalto, con la impresión de que no se pensaba profundizar en la investigación del hecho, sino procurar únicamente cubrir las apariencias.

Sobre el mediodía del 13 de julio de 1936 comunica la Dirección del Cementerio del Este con la Alcaldía de Madrid, para decir: Que el cadáver de Calvo Sotelo se encontraba en el Depósito del cementerio, adonde había sido llevado por un autocar del Cuerpo de Asalto, hacia las tres de la madrugada, y que los ocupantes del autocar habían dejado allí el cadáver sin manifestar a los empleados del Cementerio de quién se trataba; pero que él -quien comunicaba con la Alcaldía- conocía personalmente a Calvo Sotelo, y en aquel momento le había reconocido.»

El Ministro de la Gobernación de aquella fecha, Juan Moles Ormella, en la comunicación que el día 13 de julio dirigió al Presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrios, que se publicó en toda la Prensa, y en la que se decía: «Que cerca del medio día recibió en el Ayuntamiento aviso de la Dirección del Cementerio de que habían dejado un cadáver sobre las cinco de la mañana, y que había resultado ser el del Sr. Calvo Sotelo.»

La actuación judicial, con motivo del asesinato de Calvo Sotelo, se ve entorpecida por los elementos del mismo Gobierno. Cuando se trata de practicar una diligencia de reconocimiento en rueda, para que familiares y criados reconozcan a las personas que se habían presentado en el domicilio de Calvo Sotelo en la madrugada del día 13, no son los que allí estuvieron los que fueron a la rueda, sino otros guardias de Asalto y personas diferentes.

Cuando se logra fijar la actuación del Teniente Máximo Moreno; éste, que en el mismo día 13 de julio se refugió en la Dirección General de Seguridad, elude presentarse ante la Autoridad judicial, y, amparado por el Gobierno, continúa en aquel edificio para evitar el otro interrogatorio judicial y las posibles represalias de elementos hostiles o simplemente indignados por el hecho ocurrido. Compareciendo, por fin, un día a las cuatro de la tarde, acompañado del Fiscal General de la República, y, según las declaraciones que constan en la Causa, se limito la declaración del referido oficial a un acto puramente formulario, ante la extrañeza de algunos de los funcionarios presentes, ya que esperaban manifestaciones de verdadero interés. Estos mismos funcionarios señalan que de la investigación judicial se deducía que José del Rey resultaba ser un pistolero protegido por el Poder público, a quien se le había facilitado el carné de guardia de Asalto, sujeto, además, que, al poco tiempo de iniciada la guerra, es elevado a la categoría de Comandante; igual categoría alcanza Ismael Bueso Vela, y casos análogos ocurren con otros dos números de Asalto que ocupaban el autocar. El Teniente Máximo Moreno sale del 1 donde está amparado, el 18 de julio de 1936, lucha en el Ejército republicano, y poco después muere en accidente de aviación, verificándose entierro con toda solemnidad, siendo presidido por el Director General de Seguridad y por la diputada socialista, Margarita Nelken. El  Comandante Ricardo Burillo, de esa categoría pasa a la de Coronel. Ordóñez llega a ser jefe supremo de la Policía del D. E. D. I. D.E., y Garcés es elevado a la jefatura del S. I. M. central.

No obstante la defectuosa investigación judicial -defectuosa, por los motivos antes indicados-, el día 25 de julio de 1936, a las doce horas y cuarenta y cinco minutos, en pleno día, por la puerta principal del Palacio de Justicia, sito en la plaza de la Villa de París, penetra un grupo de diez o doce hombres, milicianos, armados con fusiles y capitaneados por un individuo vestido de paisano, dirigiéndose a la Sala del Tribunal Supremo, en donde actuaba el Juez que tramitaba el sumario seguido por la muerte de Calvo Sotelo; y en ocasión de que un oficial de la Secretaría se encontraba uniendo al proceso de-terminados documentos, se lo arrebatan por la fuerza, llevándoselo y haciéndolo desaparecer.

Avanzada la guerra, no ceja el Gobierno del Frente Popular en «agotar el caso Calvo Sotelo», y el Sr. Ansó que en la sesión de Cortes del día 2 de abril de 1936 había calificado a Calvo Sotelo de «el enemigo más caracterizado del régimen»—, ya Ministro de Justicia, inquiere del de Gobernación, Sr. Zugazagoitia, informe sobre los Abogados que al tiempo del asesinato de Calvo Sotelo protestaron contra el crimen.

Ha de señalarse la circunstancia de que el Presidente de la República,  Manuel Azaña; el Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga; el Ministro de la Gobernación, Juan Moles Ormella; el Director General de Seguridad, José Alonso Mallol; el Presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio; el Comandante del Cuerpo de Asalto, Ricardo Burillo Stolle, y algunos oficiales del mismo que intervinieron en el asesinato, todos pertenecían a la masonería.

En suma:

1.- José Calvo-Sotelo fue claramente marcado por dirigentes del Frente Popular como enemigo número uno y dictada su sentencia de muerte en sede parlamentaria.

2.- Los asesinos de Calvo Sotelo parlamentan con autoridades políticas antes de dirigirse al domicilio del diputado para su asesinato.

3.- Los asesinos son al tiempo miembros de las Fuerzas de Seguridad y del PSOE, instructores de milicias socialistas, miembros de la escolta de Indalecio Prieto, conocida como La Motorizada, y de Margarita Nelken.

4.- Utilizan material oficial de las Fuerzas de Seguridad, como la camioneta 17, y Condés exhibe su carnet de miembro de la Guardia Civil.

5.- Tras depositar el cadáver en el Cementerio del Este, Condés afirma con clara convicción que “no va a pasar nada”, que no les va a pasar nada, como así sucedió.

6.- El Gobierno no enjuició a ninguno de los asesinos, sino que procedió a detener a falangistas y derechistas.

7.- Los asesinos fueron premiados con posterioridad siendo ascendidos en el Ejército republicano.

El asesinato de José Calvo Sotelo tenía una clara significación. En cuanto diputado y jefe de la oposición marcaba la voluntad de exterminio de toda la población por él representada –media España-. No se trataba de una simple represalia, sino de un crimen de Estado, amparado por el Gobierno y seguramente ordenado. El alzamiento militar no era ya cuestión de legitimidad, indudable, sino de derecho de resistencia, frente al terrorismo de Estado con voluntad genocida, por instinto de supervivencia. Fue sólo tras este asesinato cuando Francisco Franco, en ese momento capitán general de Canarias, y la figura de más prestigio en el Ejército, cuando decidió implicarse en el Alzamiento.