José Donís Catalá.
Por anteriores entregas, como Merkel no quiere más violadores o la entrevista a Rebecca Sommer, podría pensarse que lo de Alemania es insuperable. Pero no. Al fin y a la postre, el caso alemán tiene un responsable directo, Ángela Merkel, y sus 12 millones de inmigrantes son un porcentaje camuflado entre los 80 millones de indígenas. El caso más dramático es, quizás, Suecia, un pequeño país con unos 10 millones de habitantes de los cuales dos y medio son extranjeros. En el reino de Suecia es difícil apuntar a un único responsable, entra más en la dinámica del suicidio colectivo.
Eliud Njugina, 28, llegó a Suecia desde Kenia en 1998. Con apenas 15 años fue sentenciado por su primer intento de violación, y no fue deportado. La Nochebuena de 2014 entró en la casa de un anciano matrimonio, ambos con 92 años. Redujo al señor e intentó violar a la señora arrancando sus pantalones y bragas. La mujer se defendió valientemente y al encerrarse en el baño el africano desistió. Una hora después volvió al domicilio y la violó anal y vaginalmente (siento ser tan explícito). Al irse amenazó al marido: “si llama a la policía, mañana volveré con un cuchillo”. El matrimonio no llamó a nadie. Cuando los hijos llegaron a la casa para celebrar la Navidad se encontraron con el drama y denunciaron. Atrapado el violador resultó que era alguien a quien buscaban por la doble violación a una mujer en el barrio Bomhus de Gävle. Lo hizo al aire libre. La siguió a su casa y la volvió a violar. Eliud Njugina fue condenado a seis años pero salió en libertad condicional inmediatamente. A los tres días de su liberación violó y golpeó a una mujer en silla de ruedas a la salida de una iglesia, en Fjällgatan, Frösön. De allí se dirigió a la plaza Gustavo III en Östersund donde atacó a dos niñas de 13 años, sin llegar a consumar. El Tribunal de Distrito de Östersund lo dejó en libertad con solo tres meses de cárcel. Con las leyes multiculturales de Suecia el keniata tiene pasaporte sueco y por tanto no puede ser deportado.
Un caso tan terrible como el comentado no es raro en Suecia. De hecho hay decenas de grupos de progresistas suecos dedicados a defender la multiculturalidad, a cualquier inmigrante, incluyendo a éste. El pasado abril, una mujer sueca de mediana edad perteneciente a estos grupos “refugees welcome” pensó en demostrar a los “racistas y xenófobos” que los supuestos refugiados “son gente normal”. Era activista pro refugiados y participaba en uno de los múltiples sitios de Facebook dedicados a ello. Se llevó de fiesta a dos afganos por la ciudad de Ljungby. Cuando los acompañó de vuelta al centro de refugiados fue violada por uno, Anwar, mientras el otro miraba y se tocaba. El juzgado de Växjö ha condenado a Anwar a un año de cárcel y al otro una multa de 2.300 euros. Desconozco los hechos posteriores, pero aseguraría sin temor a equivocarme que la señora sigue defendiendo la política de puertas abiertas y apoyo a los inmigrantes. Los progres son así.
Suecia es un caso digno de estudio. Psiquiátrico, obviamente. En 1975, con unos 8 millones de habitantes, sus políticos decidieron que querían una sociedad multicultural, y lo hicieron por unanimidad, nadie discrepó. Ese año habían tenido 421 denuncias de violación. Según el Consejo Nacional Sueco para la Prevención del Delito, en el año 2011 se registraron 29.000 casos. En ese mismo año, 2011, Suecia contaba ya con una población de 9 millones y medio, un 27% de población extranjera, aproximadamente 2.500.000 de inmigrantes, y un 73% de autóctonos, más o menos 7.000.000. Hoy el reino de Suecia lucha entre el primer o segundo puesto como país con más violaciones del mundo, en pugna con el diminuto reino de Lesoto u otros sin estadísticas como Sudáfrica y Egipto. Los datos están disponibles en el Gatestone Institute, que tiene la amabilidad de traducir el sueco.
Suecia es hoy el país europeo con mayor crecimiento demográfico, principalmente por la llegada masiva en los últimos 10 ó 15 años de países como Irak, Siria y Somalia. Está prohibida cualquier referencia al lugar de origen de un delincuente, su cultura, sus costumbres, y si mencionas el islam es más que probable que termines en la cárcel por delito de “denigración de grupos étnicos”. Así le sucedió al político del Partido Demócrata especializado en países islámicos, el sueco Michael Hess. Durante la llamada “primavera árabe” (nombre absurdo para lo que fue una primavera islámica), Hess presenció la oleada de violaciones en la plaza Tahrir de El Cairo. Aquello fue infame, se cometieron violaciones grupales como la de la reportera de 22 años Natasha Smith, violada por cientos de hombres, la americana Lara Logan o Hanan Razek de la BBC. Según Amnistía Internacional, solo el día 3 de julio se produjeron 180 casos. Pues bien, Michael Hess decidió dar un paso adelante informando a sus conciudadanos y especialmente a los periodistas de las diferencias culturales del islam respecto a la mujer. Hess escribió:
«¿Cuándo van a darse cuenta los periodistas de que violar y maltratar a las mujeres que se niegan a cumplir con las enseñanzas islámicas es algo que está profundamente arraigado en la cultura del islam? Hay una fuerte conexión entre las violaciones en Suecia y el número de inmigrantes de la región de países MENA (Medio Oriente y África del Norte)».
Michael Hess fue condenado a cárcel. Posteriormente, en mayo de 2015, y dado que no tenía antecedentes se le conmutó la pena por una multa. Mientras tanto, el keniata Eliud Njugina está en la calle libre como un pájaro. Que volverá a violar es algo seguro, solo falta saber a quién le tocará esta vez.