Enrique de Diego.
Desde que toda España sabe que Pablo Iglesias es un trepa pequeñoburgués, quien, junto a su medio proyecto de familia, Irene Montero, su antigua jefa de gabinete ahora número dos del partido, nepotismo de por sí escandaloso, el líder de Podemos no hace otra cosa que sobreactuar. El problema no es, como ha pretendido la censora, que se informara de su bonanza inmobiliaria, sino que ésta estuviera en patente contradicción con todos los dichos, las promesas y las insidias respecto a los demás del chavista de opereta.
Para ocultar su condición de buen padre que quiere lo mejor para sus hijos mientras predica lo peor para los demás Pablo Iglesias montó ese delirante plebiscito que ha dejado a los inscritos al nivel de rebaño. Y desde ahí viene encadenando error tras error. Le hemos visto deambular por el patio carcelario con Jordi Cuixart, después de haber conseguido un pase de favor por parte de Marlaska, ejerciendo de informal interlocutor con los golpistas. Una escena digna de Rinconete y Cortadillo.
Pablo Iglesias no ha conseguido digerir ni el descrédito de la mansión de La Navata ni que tuviera que votar, a cambio de nada, como un regalo de Navidad, en la moción de censura a Pedro Sánchez. Todavía se lame sus heridas y busca un sitio en el escenario tras quedar descolocado. «Fue torpe por parte de Pedro Sánchez no incluirnos en su Gobierno», acaba de declarar. ¿Por qué? Pedro Sánchez quiere deglutir, si puede, a Podemos, que ha roto aquello de la «casa común de la izquierda» y que, por cierto, venía a romper o a criticar, al menos, el bipartidismo y a día de hoy es un mero satélite del partido socialista. Sánchez, quien ha aumentado el número de ministerios para tener más que repartir, ha monopolizado el botín electoral y los sueldos. A Pablo, incluso para pagar la hipoteca, le hubiera venido bien ser ministro y que también lo hubiera sido, de paso, la de su proyecto de familia. Pero con el qué hay de lo mío ya resulta cansino.
Ahora se ve uncido a Pedro Sánchez, con el inconveniente de que la gente suele tender a votar al original en vez de a la copia y hoy Pablo Iglesias es una mala copia y un alma en pena, que no puede, atado a sus prejuicios geométricos, hacer ningún movimiento que le acerque al PP; es decir, que no puede hacer oposición y todavía no se siente a gusto en el papel de palmero. Este Pablo ligth deambula a trompicones como un beodo sin que se sepa a dónde se dirige intentando pillar cacho que justifique su gratuito entreguismo.
Lo de RTVE ha degenerado en un vodevil de aficionados. Pablo Iglesias se ha revelado como un bocachanclas llamando a ofrecer la presidencia de RTVE y puestos muy buen remunerados de consejeros porque al chico de los recados de Sánchez, el señorito le había cedido la superestructura mediática, desde la que este pequeño discípulo de Gramsci iba a adoctrinar sobre la diversidad nacional, sexual y étnica. La pura orgía de la diversidad. Por ahora lo que ha conseguido ha sido dejar en ridículo y quemar a algunos de sus lacayos que iban hasta ahora de independientes, como la inefable Ana Pardo de Vera o Arsenio Escolar, aunque éste está más visto que el tebeo, y montar una sublevación entre el personal de RTVE, que ha visto como lo de la despolitización era un cuento y eran tratados con olímpico desprecio. Sánchez pide ahora consenso para nombrar a alguien de la casa, dejando a los pies de los caballos a su chico de los recados, quien no ha venido a cambiar nada sino a colocarse.
No deja de ser curioso que uno de los latiguillos de la marisabidilla de Irene Montero, quien en sus histerias censoras pide cortes de cabeza y boicots publicitarios, sea el de estar contra los «mayordomos de los poderosos», cuando Pablo Iglesias y ella son personal de servicio de George Soros y ahí está el oscuro Andrés Gil, con un curriculum deplorable, nominado a la presidencia de RTVE por el hecho de ser miembro del Consejo Asesor para Europa de la Open Society. Irene, maja, eres la chacha de Soros y no te queda mal la cofia.
Que el 15-M haya degenerado en este sainete es para hacérselo mirar. Una tomadura de pelo.