Enrique de Diego.
Se echa mucho de menos a Ramón María del Valle-Inclán para que describa el esperpento nacional, esta corte de los milagros borbónica, en la que nada es lo que parece. Quien se dispone a inclinar la balanza, así lo ha anunciado, es el Partido Nacionalista Vasco que, al parecer, ha pasado a ser un partido definible por esa palabreja de «progresista».
Ese chico voluntarioso y alucinado, que chilla mucho, de Pablo Iglesias, en su esfuerzo por conseguir que le salga gratis la seguridad de la mansión, que se pone en unos intratables 6.000 euros, por lo que tiene que hacer lo que sea para entrar de ministro -aunque es probable que Pedro Sánchez lo que quiera es acabar mucho más con Podemos que con Ciudadanos- propone salir del «mal menor» e ir hacia un «gobierno progresista«. ¿Sostenido por el PNV? ¿Qué va a decir el empresariado vasco cuando estos efluvios progresistas empiecen a hacer mella en su cuenta de resultados? Porque, bueno, odiar a España y ser separatista no te hace de inmediato de izquierdas y progresista. Los del PNV son bastante de derechas, aunque hayan sucumbido a la corrección política, pero, aún así, están a años luz de Podemos.
Y, también, por arte de birlibirloque el partido de los Pujol, PdeCat, ha pasado, al parecer, la prueba del algodón es una luminaria de honradez. Al fin y al cabo, sólo era el 3%. Y el bueno de Pedro Sánchez está bien dispuesto a dialogar con Quim Torra quien lo considera un tarado genético incorregible.
La casta de izquierdas se agita tambaleante como beodos con la casta separatista de derechas, dispuestas a acabar con España, empezando por su unidad. Y el PSOE está dispuesto a hacer de caballo de Troya. Es todo tan penoso…