AYÚDANOS A COMBATIR LA CENSURA: Clicka aquí para seguirnos en X (antes Twitter)

FIRMA AHORA: El manifiesto contra el genocidio de los niños


Eduardo Zaplana: el cínico que se creyó impune

Redacción




Enrique de Diego.

La última vez que vi a Eduardo Zaplana, hace varios años, varios antes de que se le diagnosticara leucemia, a él que era tan aprensivo que se lavaba las manos continuamente tras saludar a militantes y simpatizantes, nada más sentarnos me dijo: “Enrique, habrás visto que nunca salgo en casos de corrupción”. Siempre me había preocupado su degeneración, pues ya existía el precedente de sus conversaciones con Salvador Palop. La frase no tenía la fuerza de la virtud, sino el cinismo de la picaresca, pues todos sus colaboradores y amigos estaban pasando por los juzgados.

Era ya un cínico. Mi interés era saber si, en calidad él de directivo de Telefónica, consideraba que las empresas del Ibex 35 iban a hacer algo por sus clientes, por las clases medias a las que se estaba llevando a la proletarización. No se iba a hacer nada, dependen del favor político, ni se lo planteaban. En un momento se hizo el geoestrategia ideológico: “en las dos ocasiones anteriores de crisis se llevó a la gente a las trincheras, ahora con la bomba atómica no se sabe qué hacer”.

Rita Barberá, José María Aznar y Eduardo Zaplana, mitin en Mestalla.

Eduardo Zaplana forma parte demasiado de mi narrativa. Es en sí mismo una parábola de la fatuidad de una vida sin anclajes morales, de la moral del triunfo, porque a nadie he conocido que buscara el triunfo con más ahínco, con más desenvoltura y con más sometimiento a las pasiones: a la lujuria, a la vanidad autosuficiente y a la avaricia. Cuando, con leucemia, abandonado de todos, ignorado de todos, dando asco a sus compañeros de partido, ingresa, con fiebre alta, en prisión, parece mentira que existió un Eduardo Zaplana al que todos adulaban y rendían pleitesía, que se movía rodeado de una auténtica corte de serviles y que, como un mago inconsistente, mostraba su megalomanía con proyectos temáticos desquiciados e imposibles de sostener, llamados a ser cubiertos por la hiedra o a ser vendidos a precio de saldo, como se vendió la Caja de Ahorros del Mediterráneo, que hay ahí mucha tela que cortar y se cortará. Muy pronto.

NO TE LO PIERDAS:   España está intervenida por los políticos y así nos va
Eduardo Zaplana, con Felipe de Borbón, en Terra Mítica.

¿Y qué necesidad tenía Zaplana de corromperse con el fuerte patrimonio de su esposa, con el sueldo y las prebendas de político, con las puertas giratorias de Telefónica? Es el efecto devastador del pecado que destruye a las personas y a las sociedades. Lo tenía todo y quería más. Se creía impune. Los fallos que se describen, de dejar abandonada una carpeta en una casa o pagar en efectivo dos millones, le sitúan como un perfecto imbécil. Es posible que siempre lo fuera y que todo haya sido un proceso casi kafkiano de huida hacia adelante sin rumbo. Porque Zaplana acarició, ya corrompido moralmente, el sueño equinoccial de ser presidente del Gobierno. Lo quería todo.

Su detención, con ese peregrinar de registros y su ingreso en Picassent, esa cárcel vieja y sórdida, es su muerte civil, el colofón de una vida estéril que quiso siempre ser reconocido como un triunfador con un “relato”. ¿Qué relato? Una novela negra, del hampa. Los enfermos de leucemia, sin defensas, han de vivir prácticamente aislados. Zaplana no está preparado ni psíquica ni físicamente para la cárcel. Debió pensar en las consecuencias de sus actos. Los viejos moralistas recomendaban meditar cada día en la propia muerte. Eduardo Zaplana siempre ha pensado sólo en su vida y él solo ha ido cavando su propia tumba.