Enrique de Diego.
La portavoza del partido comunista Unidos Podemos, Irene Montero ha anunciado que está embarazada de «casi trece semanas» de dos niños, que nacerán en septiembre-octubre. Es un hecho que «revolverá nuestras emociones, transformará mi cuerpo y llenará nuestras vidas de belleza y de algunas noches sin dormir«. Irene Montero también ha expresado que «la maternidad es un proceso tan hermoso como intrincado«. Pablo Iglesias se ha mostrado con la exultante felicidad de la paternidad dispuesto a cantar a sus vástagos el poema de José Agustín Goytisolo: «Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos…» Una cursilada posmoderna.
Enhorabuena a la feliz pareja. Cabe felicitarse también por la aportación a la debilitada natalidad autóctona. Los dos niños van a venir con dos actas de diputado bajo el brazo, que es mejor que con dos panes. Es magnífico que los dos niños vayan a nacer en una nación donde no imperan las absurdas y delirantes teorías de sus progenitores y que España no esté en la misma situación que Venezuela, donde la hambruna se está cebando en los niños y donde se quema a los presos y donde los derechos civiles han sido prácticamente abolidos.
Pero deben velar Irene Montero y Pablo Iglesias porque tienen dos problemas en camino. Todavía los padres no pueden saber el sexo de las criaturas, pero ha de producirles escalofríos que puedan ser dos varones, que nacerían con «la violencia en el ADN», según Manuela Carmena, llamados a perpetuar eso del «heteropatriarcado heterosexual», de Alberto Garzón, y que serían dos maltratadores en potencia, llamados a ejercer la violencia «contra la mujer por el hecho de serlo» y a los que deberían proteger especialmente porque nacerían sin presunción de inocencia, de modo que cualquier desaprensiva psicópata de género podría denunciarles y como no hay denuncias falsas… según sus padres.
La maternidad y la paternidad es un buen momento para sentar la cabeza, para volver a cordura y para que Irene Montero y Pablo Iglesias abandonen sus destructivas y estúpidas tesis. Pero, entonces, ¿de qué vivirían?