Virginia Montes.
Como si estuviera despertando de un mal sueño, para entrar en una pesadilla, Francia se está dando cuenta de que su sociedad está fragmentada, de que hay dos Francias llamadas a enfrentarse. El manifiesto de Le Figaro, promovido por el filósofo y ensayista Paul Bruckner, se titula significativamente “No al separatismo islamista”.
El peligro es mucho mayor que el terrorismo, en una Francia conmocionada por el atentado de Trèbes, es el de una guerra civil religiosa y étnica. Según Paul Bruckner, muy activo en su reflexión sobre el peligro islamista, el objetivo del manifiesta es alertar de que la comunidad musulmana radicalizada forme “un nuevo pueblo dentro del pueblo, una contrasociedad”.
Para él, a pesar de la derrota de Daesh en Siria e Irak, el integrismo “ocupa un territorio espiritual inmenso en el mundo entero, su reino está en el corazón», de forma que la amenaza terrorista se extenderá “a una, dos, tres generaciones; no se ve el final”.
La Francia laica, con todo, se pierde en su propia ensoñación y considera que el único remedio efectivo será una reforma teológica interna como la que vivió el catolicismo, aunque ese proceso llevó siglos en materializarse. Una tesis propugnada por Emmanuel Macron y que tiene todo el aspecto de una estrategia evasiva y escapista. No va más allá de crear una comisión para perder el tiempo.
El dolor de Trèbes no ha impedido que el debate político sobre cómo debe enfrentarse Francia al yihadismo se haya exacerbado. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, ha reiterado su propuesta de que los extranjeros fichados por su radicalización islámica sean expulsados inmediatamente del país. Tal cosa, sin embargo, no hubiera sucedido con Radouane Lakdim, el asesino de Trèbes, pues se trataba de un hombre de origen marroquí pero nacionalizado francés. Desde Los Republicanos (derecha), Geoffroy Didier se ha pronunciado a favor del internamiento preventivo de los militantes islamistas considerados más peligrosos. De nuevo, eso tampoco habría servido de nada para evitar la matanza de Trèbes, dado que Lakdim había sido vigilado por los servicios de seguridad, que llegaron a la conclusión que no suponía una amenaza.
El ex primer ministro Manuel Valls (exsocialista y ahora diputado próximo a la mayoría presidencial de Macron), que no desaprovecha ninguna ocasión para expresar sus puntos de vista, ha propuesto en una entrevista televisada que se tome la decisión “fuerte, política, de carácter simbólico, de prohibir el salafismo”. Valls ha admitido que tal medida entraña enormes dificultades de aplicación porque habría que cerrar mezquitas, pero al mismo tiempo advirtió que “las ideas salafistas, las palabras salafistas, han ganado la batalla ideológica en el seno del islam” y eso no es tolerable a largo plazo. “Nuestros adversarios son los salafistas, los Hermanos Musulmanes, el islam político”.
El islamismo es la gran asignatura pendiente de Macron, cuyo buenismo naufraga a la hora de solucionar el problema enquistado del integrismo islámico, que amenaza con crecer, empezando por la demografia.