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Marta Rovira: Feísima, antipatiquísima y cobardica a la fuga

Redacción




Yolanda Cabezuelo Arenas.

Comprendo que no está bien, ni es elegante, criticar a nadie por cuestiones físicas, sobre todo cuando el valor moral de la persona eclipsa la falta de atractivo, pero cuando se hace evidente que el valor moral tampoco existe los feos se ven más feos. Se ven hasta ridículos, como Puigdemont,  Marta Rovira, y la caterva de estafadores que anda desperdigada allende los Pirineos por no pagar la cuenta de la que han armado. Se salva Anna Gabriel, que más que ridícula sigue viéndose odiosa.

Debe ser inagotable la cantera de personajes curiosos que tienen estos independentistas catalanes, porque díganme ustedes de dónde saca una persona normal un clon de Marta Rovira para despistar a la policía subiendo con ella al AVE. El mérito de la hazaña, que convierte ya definitivamente las idas y venidas indepes en folletín de Almodóvar, corresponde a Raül Presseguer, el sufrido marido; y no es poco mérito: por la idea, y por haber encontrado otra señora con ese aspecto indescriptible. Para que vean que nadie es el súmmum de nada: creíamos que sólo habría sobre la faz de la tierra un ser tan esperpéntico, y resulta que hay dos.

Lo curioso del caso es que haya quien siga a este grupo de alucinados, sobre todo viendo que a la hora de la verdad ponen pies en polvorosa sin mirar atrás, y sin importarles a quiénes dejan tirados. Que los propios compañeros no pongan el grito en el cielo viendo que va a recaer sobre ellos el riesgo de fuga es digno no ya de estudio social, sino de psiquiatra. Parecen los abducidos por una secta que disculpan al líder después de escapar con todos los bienes.

Rovira se siente incapaz de ver a su hija tras un cristal, pero no se sintió incapaz de mentir de forma bastarda asegurando amenazas de muertos en las calles, con esa cara ratonil y antipatiquísima, y hasta habría quien la creyera -¡Válgame el Señor!-, como ha habido quien la ha apoyado para escapar.

Como fenómeno social, toda la cuestión de la DUI mueve a reflexión profunda. Que cale en un sector de la opinión pública un grupo de impresentables más feos que Picio defendiendo una idea absurda; que miren por su pellejo dejando atrás compañeros, votantes, y el lío padre, y que a pesar de los pesares todavía haya gente que se deje engañar a pleno pulmón, son hechos de difícil comprensión.

Pero lo peor es la imagen que están dando de este país, que es el nuestro. No solo por asegurar que en España no tienen garantías de un juicio justo, sino por exhibir sus patologías, y sus repelentes presencias. Por aquellos lares pueden pensar que en España no hay más que locos, cobardicas pusilánimes y gente feísima, y eso es del todo intolerable.