Yolanda Cabezuelo Arenas.
Ha sido en todo momento un prodigio de entereza, de profunda humanidad, una mujer en la que podemos mirarnos las demás como ejemplo a seguir. Patricia Ramírez no se deja llevar por el odio; es más: pide que ese odio se contenga, para que no ensucie la memoria de su hijo; vive su dolor ajena a otras consideraciones. A su lado Ángel Cruz, destrozado, recibe esa fuerza que emana de Patricia; la necesita para seguir en pie.
La fortaleza de esta mujer debe tener su base en una gran calidad humana. Nada que decir de ella, nada negativo. Ha salido incólume de la investigación de fuerzas del Estado y medios, que tanta miseria ha desvelado sobre Ana Julia Quezada. Casi es una profanación escribir el nombre de esta mujer en el mismo espacio en que se habla de Patricia, porque del mismo modo que una transmite paz y sentimientos admirables, la otra, la bruja, todo lo embrutece, todo lo contamina.
Patricia Ramírez está viviendo el duelo por la muerte de su hijo con la entereza de que hizo gala durante doce días de angustia. Según algunas informaciones es posible que se encuentre en estado de shock, y que su mente se haya refugiado en un hermoso cuento de hadas, de pescaditos y brujas. Algunos psicólogos advierten que el enfado y la ira pueden aparecer cuando tome conciencia de la realidad; son las etapas del duelo psicológico.
Quienes hemos seguido el caso de Gabriel deseamos que el consuelo llegue a estos padres lo antes posible, para que no se haga eterno el sufrimiento, porque son dos padres, y un niño, a los que sentimos todos como algo nuestro. Esta corriente de cariño por personas a las que no conocemos la han extendido y hecho palpable la imagen de un chiquillo inocente, y la de dos padres que han afrontado la angustia de no saber, y después la tragedia, revelándose como dos seres de extraordinaria calidad humana.
Ambos, Patricia y ángel, dan ejemplo de lo que debería ser en todos los casos el mirar común por un hijo, el mutuo respeto entre dos personas que un día compartieron su vida, y cuya unión ha dado fruto vivo. Para comprender la naturaleza de ese cariño presente entre los padres hay que ser humano, es necesario tener dentro el conocimiento de cuánto se quiere a un hijo; la bruja no podía percibirlo sino en forma de amenaza a su protagonismo. Cuando Ana Julia Quezada contemplaba a Patricia por fuerza debía comprender que no había entre ellas comparación posible, y como la envidia lleva siempre al deseo de destruir lo que no se puede igualar, le causó el peor daño posible: arrebatarle a su niño.

Patricia Ramírez ha manifestado, como en ensoñación, que quizá el cuento haya tenido después de todo un final feliz, porque el niño ha vencido a la bruja, y quizá con ello haya salvado la vida de su padre. Me atrevería a desear que el de esta historia fuera el final feliz que anhelan todos los hijos de padres divorciados: que Patricia y Ángel volvieran a unirse, y que dieran vida a otro niño que heredase de ambos tan entrañables cualidades.