Yolanda Cabezuelo Arenas.
Jimmy Giménez-Arnau llamaba a la aversión al agua y al jabón «estar reñido con la higiene«, y comentaba años ha que hay gente que por mucho que se acicale parece sucia, y otra que pasa por limpia dándose el lavado del gato.
Luego está la gente que voluntariamente se procura un aspecto desastrado -sabe Dios por qué razones- para ser a pleno pulmón lo que viene llamándose un «progre«; y aunque no es necesario reñirse con la higiene para hacer apología de lo que sea, se ve que causa como más impacto.
Cuando Anna Gabriel dijo: «Soy una puta traidora, amargada y mal follada» nadie lo dudó. En primer lugar porque su aspecto avalaba la definición propia, y en segundo porque a nadie ha podido pasar inadvertido el permanente gesto de vinagre que tiene en la cara la muchachita, como si estuviera siempre oliendo mierda; cuando la rascada y olfateo sobaquero en pleno Congreso muchos nos convencimos de que realmente la está oliendo.
Ahora que este prodigio de la inteligencia, la delicadeza y la higiene personal abandona el barco que ella misma ha hundido -cual ratita guiada por el primario instinto de supervivencia-, guía sus pasos hasta el paraíso de los progres reñidos con la higiene y el sentido común: Venezuela. Con decir que la gobierna Maduro, ya tenemos dicho todo.
El personal de Venezuela anda horrorizado de lo que le entra por las puertas, que no está la situación del país para gastar en ambientadores. En el Correo del Caroni, la periodista Diana Gámez le ha dado a Gabriel pal pelo, y no champú precisamente. El artículo se titula «El dignómetro de Anna Gabriel«, y describe al personaje de la siguiente manera: «Una progre cutre y catalana, con su indescriptible pollina cortada con una tijera amellada para completar el aspecto guarro y desaliñado que exhibe como si fuera un trofeo«.
https://youtu.be/W7_4PPsd-U8
La periodista dice haber visto a Anna Gabriel «mil veces en la TV española«, habiendo recibido la impresión de que la progre de la CUP «sufre al menos dos formas de hidrofobia: su cuerpo rechaza el agua y siempre tiene mal de rabia«.
Diana Gámez se indigna con el tratamiento que recibirá la autodenominada «puta traidora, amargada y mal follada» en Venezuela, donde se la llevará de palacio en palacio y se le darán a comer manjares; porque Maduro es así: todo para el que viene de fuera, y mientras más impresentable mejor, y el pueblo que pase hambre, que para eso está. Nada que extrañe en un presidente que ve el espíritu de Chaves en forma de pajarito revoloteando.
Diana Gámez es una férrea opositora al régimen chavista, de las que dicen lo que piensan a pesar del peligro, que lo hay -y mucho- en Venezuela por ejercer la libertad de pensamiento. Con el valor que le falta a Anna Gabriel denuncia que huya de España como una rata para venir a crear complicaciones a su país, y a vivir del cuento a costa del pan y los recursos venezolanos.
Desde España sólo nos queda lamentar lo que les entra por las puertas; y dejar claro que, tal como ella no se reconoce española, nosotros tampoco participamos de esa imagen que proyecta su persona y sus acciones; que luego quedamos los españoles en el plano internacional a la altura del betún.
Como consuelo, aunque nimio, a Diana Gámez y al pueblo venezolano, sólo resta decir que comerá de su pan, pero gasto en agua y gel de baño no va a hacerles ninguno.