Miguel Sempere.
La sucesión de Mariano Rajoy, que es un imponderable político si el PP no quiere perder el liderazgo del centroderecha y verse abocado a una crisis sin precedentes, enfrenta a Alberto Núñez Feijoo, el mejor situado y el que está haciendo declaraciones que demuestran criterio propio, y a Soraya Saénz de Santamaría, la vicepresidenta que quiere resurgir de sus cenizas catalanas y que cuenta con el respaldo del lobby de abogados del Estado.
No puede descartarse, a priori, a Cristina Cifuentes, una política que ha sido capaz de regenerar al partido en Madrid, alejándolo de la imagen de corrupción de la etapa Esperanza Aguirre, con sus exvicepresidentes, Ignacio González y Francisco Granados, como dos de los ejemplos más oscuros de la corrupción. Cifuentes ha impuesto al partido el código ético más estricto de los existentes, ha ido eliminando los reductos aguirristas y no le han dolido prendas en acudir a la Fiscalía para que se investigara a personas de su propio partido, como ha sucedido en el Canal de Isabel II.
Cifuentes aprobó una polémica Ley que sitúa el sistema educativo madrileño bajo el control del colectivo LGTB, mostrando sumisión a la corrección política, pero en los últimos tiempos ha dejado de cortejar a los grupos progresistas para girar a la derecha, con el conflicto catalán de fondo, mostrando una clara postura a favor de la unidad de España y de los símbolos nacionales.
Sus principales problemas los está teniendo con Ciudadanos, partido que la sostiene en el poder, pero que se dedica al tiempo a debilitarla. Es el horizonte de futuro para el PP: Ciudadanos, legítimamente, juega a la sustitución del partido de la calle Génova, mientras en Moncloa inciden en el error de considerar a la formación de Albert Rivera como un aliado complaciente.
Cifuentes ha conseguido controlar al partido y Madrid es un feudo importante para el PP, así que, aunque ella está centrada en la Comunidad, no deja de ser una de las opciones de futuro para liderar el partido.