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Roma no paga zaplanas

Redacción




Yrene Callais.

Acabo de ver, en la peluquería, en una de esas revistas del corazón, a la que fuera esposa de Pedro J Ramírez, Ágatha Ruiz de la Prada acompañada de Eduardo Zaplana. Aunque personalmente no la conozco, el otro día en el programa Sábado de Luxe, su entrevista me encantó.

Se dice que cada periodista tiene un artículo, el mío es muy claro: un desprecio absoluto por la clase política. Al igual que ella, yo también he conocido a muchas personalidades políticas de este país, que si bien no han acabado en la cárcel, debieran haberlo hecho y por muchos años. Zaplana es una de ellas.

Aquel gordo apestoso del tendido 0 de la Plaza de Toros de Alicante, un 14 de junio de 1990, el día en que lo conocí, con una sonrisa imbécil y carente de toda clase y saber estar, pensé para mis adentros: ¿Y éste es el presidente del PP que llama todos los días a Enrique de Diego para que le ayude frente a los que desde el diario Información le consideraban hombre muerto? Si, Eduardo, eres un fantoche, nunca me gustaste. Si he de serte sincera, nunca me gustó tu partido; no os he soportado jamás; sois un atajo de arribistas sin escrúpulos, como la historia, luego, ha demostrado. Habéis convertido este país en un lugar infame e invivible. Todos tenéis la misma “virtud”: la hipocresía.

Recuerdo aquella mirada tuya socarrona e inexpresiva; insulsa; vamos, lo que se dice poco inteligente y el tiempo me ha demostrado que así lo eras. Te permitías hacer chistes de mí, con la podredumbre de gentecilla vacía, de tu asqueroso partido. Erais todos una basura y el tiempo me ha dado la razón. El problema es que esta basura no ha sido reciclada ni regenerada y si rascas un poco, se ha quedado infiltrada. Como todos los tontos, te encanta la adulación, por eso siempre te has rodeado de mediocres. Y en este caso, dado tu bajo perfil intelectual y cultural, pues el listón ha sido bajísimo. Ahí te explicas los Pedro Romero, las blasas, alias Blas de Peñas, alias Blas Gómez Cuartero, los Ripoll, los Ortuño con las vinculaciones nunca del todo clarificadas de aquel Mercadillo Pueblo de Benidorm, los Toño Peral que no renuevan nada, los Julio de España que se reproducen en sus hijos; en fin, si tuviera que emitir un veredicto de tu implicación en Naseiro, y habida cuenta de que todo lo que sé de ti ahora, no te concedería ni por un momento el beneficio de la duda y diría que estuviste implicado hasta las trancas. Te creías impune, porque Aznar te apoyaba.

La historia de tu vida es la de un viejo depredador en todos los sentidos. Un matrimonio muy conveniente con la hija del senador Miguel Barceló; por cierto, tu esposa es una gran dama y una gran señora, a la que no le llegas ni a la suela de los zapatos; es probablemente lo único digno que tienes en tu vida. A ella no le hubiera gustado, con el cariño que me tenía, saber cuán implicado estabas tú en ir contra la carrera de un honrado periodista y probablemente uno de los intelectuales que con los dedos de una mano se podían contar en España. Estuviste en mi boda, en el bautizo de mi hijo, mientras planeabas la traición. No te importó el daño que hacías, ni el calvario que dejabas atrás. Tú, y tu maldito y putrefacto Ansón, cuya presencia hedionda inunda todo lo que toca convirtiéndolo en mierda, ya habíais pactado repartiros el botín con fruición compulsiva…

Tu historia de ascenso político es de todos conocida ya: un tonto activo rodeado de chalanes, inaugurando edificios que no se podían mantener, despilfarrando dinero público; una gestión patética y manifacera, como se ha puesto de manifiesto al conocer la caja B del Partido Popular, que tú pusiste en marcha y transmitiste al pobre Paco Camps, que ya veremos como sale del atolladero. Aznar te llamó a Madrid y la santa de tu esposa, montaba y desmontaba pisos, hasta que un día te puso la maleta en el pasillo y te dio el pasaporte; luego la enfermedad determinó el resto. Supongo que después de tu trasplante, te habrás convertido en mejor persona, porque aquí estamos de paso, pero me llegan noticias de que quieres descabalgar a Rajoy a costa de lo que sea.

Por eso, Ágatha, te prevengo contra este individuo, porque probablemente tú conozcas la sonrisa falsa y amable de este sinvergüenza, pero yo ya, siendo muy joven, con esa capacidad que tengo para conocer a la gente, penetré en el vacío absoluto de este traidorzuelo sin alma. Rajoy y Soraya lo saben bien. Por eso, Roma no paga zaplanas o, si se prefiere, Génova no paga traidores.