Josep Sansano.
Parece que fue ayer cuando conocí a Eduardo Zaplana. Me cayó el alma a los pies. Eduardo era un personaje gordo, basto, de apariencia poco refinada. Nada que ver con el modelo de rayos uva, que gracias a los Presupuestos Generales del Estado y a cargo de contribuyente, consiguió después afinar su figura y rebajar bastantes kilos.
Eduardo me pareció un simple, que adolecía de poca formación humanística y escaso bagaje intelectual. Por aquella época solía visitar compulsivamente a Enrique de Diego, entonces director de ABC de Alicante, porque el caso Naseiro le perseguía. Enrique lo salvó y como pago y agradecimiento a ello, su actitud fue la de conspirar siempre contra el talento y la profesionalidad, virtudes de las que él, el gran corruptor de la Comunidad Valenciana, un patético de mujeres de Nuevas Generaciones, porque aunque algunas se ofendan, en su etapa muchas mujeres ascendían o pasaban a vivir del Presupuesto, a ocupar puestos en Fitur, en la Miguel Hernández, en las Cortes Valencianas, si pasaban por su catre de mancebía.
Esto es un clamor en toda la región, e incluso los del PP lo suelen comentar como algo elogioso. Hay que empezar aquí el movimiento puesto en marcha en Hollywood contra babosos como Zaplana y entonces este personaje infame, cuyas conversaciones con Ignacio González le retratan como un vulgar chorizo, terminaría con toda seguridad en Foncalent.
Zaplana corrompió al PP, haciendo listas con respecto a los favores sexuales que conseguía, un personaje que usa y abusa de las mujeres como kleenex, que algunas las ha mandado a Londres, no precisamente para estudiar inglés ni para ver la National Gallery. Ahí están los abundantes chismorreos de Blas de Peñas, quien, ante varios testigos, ha afirmado que Zaplana utilizaba para sus compulsivas depredaciones sexuales la tarjeta del Congreso de los Diputados, de la católica Macarena Montesinos. Que en esa historia queda como una completa alcahueta. Lo grave es que la promiscuidad de Zaplana se hacía siempre, de la manera más cutre, con cargo al contribuyente. De sus polvos vienen los lodos de Francisco Camps, Ricardo Costa y Vicente Rambla, por ejemplo.
Puede rasgarse todo lo que quiera las vestiduras Elsa Martínez, tan nefasta en su gestión de la Ciudad de la Luz que lo mejor sería que pagara su comunidad de vecinos y emigrara fuera, pero esa es la realidad, aunque hemos de estar seguros de que en su caso la relación con Gerardo Camps siempre fue casta y en la parte de atrás del coche oficial nunca se dedicaron a contar los billetes de las mordidas, como afirmó su pareja de entonces.
También es cierto que Sonia Castedo pasaba fiestas de pijama con Enrique Ortiz, alias polla insaciable, que ahora no quiere saber de ella para no entrar en el trullo. Y también que la concejala Sonia Alegría se fue una semana a Creta con Luis Díaz Alperi, en avión privado, pagado por el capo Enrique Ortiz, seguramente para tratar cuestiones del Ayuntamiento, que necesitaban la suficiente relajación. O que Lola Peñas se enamoró perdidamente del tesorero Pedro Romero, sin conocer a nadie más del PP, ni antes, ni durante, ni después. Que tres áticos bien valen un vejestorio rotario.
Todo estos políticos son una vergüenza. En ningún país serio llegarían ni a la presidencia de la comunidad de vecinos. Pero a estas mujeres también hay que darlas de comer aparte. Han banalizado la condición femenina y han hecho mucho daño a otras mujeres que luchan día a día para abrirse paso. Hay exconcejalas del PP de Elche que han pasado, catre de Zaplana por medio, a la Universidad Miguel Hernández, que han sido y es un antro de corrupción moral pepera. Falleras mayores y belleas del foc que tras pagar el tributo en carnes, el derecho de pernada de Eduardo Zaplana, han pasado a ser diputadas nacionales y senadoras y siguen siéndolo. El señorito las ha colocado a todas. El PP de Zaplana era un gallinero con el cartagenero de gallo. Una concejala dijo abiertamente que «si se quiere hacer carrera política con Zaplana era necesario bajarse las bragas». Muchas se las bajaron con asombrosa rapidez.
En el Partido Popular de la Comunidad Valenciana, donde ahora todos confiesas y están tirando de la manta, se ha practicado en gran escala la prostitución política: conseguir puestos a cambio de abrirse de piernas. Y algunas lo hicieron son asombrosa rapidez. Continuará.