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El PP, en encefalograma plano

Redacción




Mariano Rajoy. /Foto: elpais.com.

Miguel Sempere.

Mariano Rajoy ha salido de su letargo para reconocer ante la Junta Directiva Nacional que el problema es grave. Ha prometido relanzar al partido con una campaña de afiliación, con una reprogramación -de programa- y con nuevos candidatos. En marzo habrá una convención en Sevilla o Málaga, en Andalucía. Hay que mantener la expectación ante estos planes de Mariano Rajoy, si bien en el momento actual el estado del PP es de encefalograma plano. No parece que Rajoy sea el médico adecuado para sacar al partido de tal situación letal puesto que ha sido él con sus tratamientos, con sobredosis de tranquilizantes, el que le ha llevado hasta ahí.

Queda mucho para las elecciones, cierto, pero hace años que del PP no sale ni una sola idea y sólo emerge un insufrible hedor a cloaca. Las encuestas sitúan ahora como tendencia a Ciudadanos, que no ni tan siquiera un partido sino una simple marca, como el más votado. A los pocos aciertos de Rivera en Cataluña -ha actuado con notable frivolidad anteponiendo los intereses de partido- se suman los abrumadores errores del PP.

Resulta difícil definir respecto a que código ideológico se mueve hoy en día el Partido Popular. En cuestiones fundamentales de modelo de sociedad y derechos personales, Rajoy no ha hecho otra cosa que asumir, consolidar e incluso exagerar todos y cada uno de los desatinos de Zapatero. Ha mantenido la totalitaria Ley de Memoria Histórica, que se va a empeorar, también la Ley de Violencia de Género que ha degenerado en un negocio abyecto y que está dando un golpe de muerte al Estado de Derecho, no ha cambiado nada en relación con el aborto. Son algunos ejemplos. El PP es hoy un partido sin principios, que se ha dedicado a agredir a sus electores y que prometiendo siempre en campaña bajar los impuestos no ha hecho otra cosa que subirlos.

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De esa forma puede llegar a ser sustituido por un partido inexistente como Ciudadanos como primera fuerza del centroderecha, porque, a fuerza de complejos, ese espacio ha sido abandonado por el PP, que recurre exclusivamente a los datos económicos, que ni son tan buenos ni resultan suficientes, a tenor de las encuestas. Mientras Ciudadanos sólo gobierna en Mijas y Valdemoro, evitando el desgaste del poder, el PP ha gobernado con la agenda prestada del partido socialista y ha actuado en Cataluña de manera vergonzante. «La respuesta del Gobierno ha sido buena para España aunque no lo haya sido para el PP«, ha tratado de sublimar el sacrificio de los suyos, Rajoy, ante la Junta Directiva Nacional. Al menos, ha reconocido que muchos consideran que la intervención debía haber sido más larga. La precipitación sólo convenía a Ciudadanos bajo la pulsión del voto útil. Y no convenía nada a España.

El PP tiene un problema generacional. Le votan los viejos, con las pensiones en peligro. Lo ha tratado de paliar lanzando a un selecto grupo de viejos prematuros que repiten las consignas que les dan sus mayores y que se mueven en el corto plazo de la táctica sin ser capaces de establecer ninguna línea estratégica. A este brebaje, se añaden las dosis de amargura del desfile por los juzgados, como ahora la trama valenciana de Gürtel, con un exvicepresidente de la Generalitat, Vicente Rambla, y un exsecretario general del partido en la Comunidad Valenciana, como Ricardo Costa. 

Se ha tornado un partido antipático y burocratizado, con su aparato mediático desgastado, que lanza mediocres balances tecnocráticos pero que no presenta ningún proyecto nacional atractivo. No ha cumplido sus promesas básicas electorales y la consecuencia es que el programa del partido no sólo resulta inservible, sino que tampoco se sabe a qué ideas responde, salvo al intento de mantenerse en el poder y a cierta tranquilidad en la gestión, que no convence a los autónomos, asfixiados por la presión fiscal de Montoro, o a los pequeños y medianos empresarios. El problema para el PP no es Ciudadanos sino el propio PP. Ciudadanos no es un partido, es un voto de castigo.

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