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El “Juan Nadie” del nacionalismo vasco y el sostenimiento de una paz inviable

Redacción




Comunicado de la banda terrorista ETA. /Foto: elperiodico.com.

José Manuel Lestón.

Es bien sabido que en cualquier conflicto, que se precie de serlo, hay cuando menos dos antagonistas, como también que de una confrontación pueden surgir víctimas. Lo curioso concurre cuando se trata de identificar quién es víctima y quién no. Es precisamente de esa errónea e interesada identificación de donde surge el mal llamado (por inexistente) “conflicto vasco”, y por tanto esa falsa categorización de las víctimas, tan propia de un nacionalismo excluyente -por supremacista y victimario- como víctimista -por egocéntrico y falsario. Una vez socializado (generalizado) el sufrimiento, por acción de una de las partes frente a la omisión de la otra, lo que necesita el nacionalismo vasco para lavar íntegramente su imagen es resocializar a todas sus víctimas, cuenta todavía pendiente que no busca resolver, pues sólo reconoce parcialmente a aquellas que considera “pueblo vasco”, apartando así a la otra mitad de la población. Al mismo tiempo los nacionalistas irónicamente pretenden socializar (generalizar) la paz. Sin embargo, eso únicamente es posible si antes se universalizan las libertades en aquel territorio. Porque ¿cuál es el valor de una paz y una libertad excluyentes?

Los asesinos, héroes; los asesinados, villanos

No olvidemos que la sociedad vasca es una sociedad cerrada, pues en ella no se promueve el tan necesario “ideal resocializador” en lo que a criminalidad se refiere, por falta de libertad y por miedo a cualquier disidencia, independientemente de que Eta incluya aparentemente en el diálogo al colectivo de presos a través de sus tradicionales reivindicaciones (acercamientos, presos enfermos). Aunque parezca mentira allí los asesinos son héroes y los asesinados villanos. Por ello ni siquiera se aboga por la integración de las víctimas. De ahí que los muñidores de este falso proceso de paz nunca hablen de reconciliación. Sólo se habla de reparación a las víctimas de todas las violencias, intentando con ello equiparar,  autojustificar o camuflar cualquier fenómeno violento, como si no hubiera diferencias en cuanto a origen, trayectoria, cifras y consecuencias, independientemente de que esas violencias converjan en su demostrado carácter delictivo . De todo ello podemos concluir que en una sociedad tan controlada como la vasca no cabe la alternancia política por falta de una democracia real. Simplemente se persigue la convivencia en vez de buscar la paz social (o integración de todos). De una sociedad tan insolidaria obviamente no puede surgir una sociedad abierta y democrática.

En los últimos días, y con la llegada del nuevo año, hemos oído-leído “augurar/fechar”  al Foro Social Permanente, grupo próximo a la izquierda abertzale, el cierre definitivo y unilateral de Eta antes del verano. Dicen, como tantas otras veces, que la banda terrorista por fin se va a “desmovilizar” totalmente. Según nos cuentan, este proceso supondrá el desmantelamiento total de las estructuras militares de la banda, sentando las bases para que su historia violenta no se repita. La constatación de una realidad así está “basada” tanto en los datos aportados por los mediadores internacionales como en las informaciones facilitadas por la propia organización terrorista. Como a día de hoy nadie se ha desmarcado públicamente de su implicación en dicho proceso, quienes lo llevan a cabo entre otros, según lo publicado, son el Grupo Internacional de Contacto de Brian Currin, los gobiernos vasco y navarro, la mayor parte de los partidos políticos y todos los sindicatos, todo ello para que esta última fase fructifique en un acuerdo político y social sobre la situación de los presos y la reparación de las víctimas. Incluso dicho Foro pone en valor la postura del Estado al calificarla como “bastante favorable a la desmovilización de Eta”, independientemente de cómo se produzca ésta. Sorprende que no se ponga en duda el falso, por escaso, desarme de Eta, mientras se apunta que ya nadie lo discute, para a continuación decir que el proceso supondrá el desmantelamiento de sus “estructuras militares”. ¡Qué contradicción!. Por cierto, muy coherente con la cínica forma de actuar de la banda terrorista.

Es la aspiración de construcción nacional lo que cercena la convivencia

Lo que ocurre es que esta gente utiliza la misma terminología que usa la ONU (Desarme, Desmovilización y Reintegración) para conflictos, más bien de carácter bélico, muy diferentes al vasco. Por fin conocemos la procedencia de tal nomenclatura. Simplemente hay que hacer una importante salvedad al respecto: ni hubo desarme, ni habrá desmovilización ni reintegración totales. Esta última sólo está pensada para las personas presas, huidas y deportadas.. Se “avanzará” siguiendo esas tres fases, pero manteniendo la exclusión y las estructuras de control social intactas, tanto las de Eta como las del Gobierno Vasco (el euskera, etc.) para preservar el poder, el autogobierno y el soberanismo, mientras no se den las condiciones para la Independencia.

Es ese tipo de avance, de corte fascista, el que corresponde a un Movimiento de Liberación Nacional al uso (o separatista), independientemente de que el nacionalismo vasco “moderado” se comporte en la práctica como  “posibilista”. Ésa es la paz que nos vendieron, y aún nos venden, unos y otros como el “triunfo del estado de derecho”. Obviamente nadie quiere despertar el tronar pasado de bombas y pistolas, pero convendrán conmigo que el actual proceso de paz es manifiestamente mejorable por todas las partes, sin desperdiciar la ocasión presente. En eso estamos algunos, sin por ello tener que ser plenamente condescendientes con la hoja de ruta de Eta y del nacionalismo vasco, como sí lo es el Gobierno. Recordemos que lo que preconiza este proceso es “un marco de resolución (del conflicto) que busque el equilibrio entre el derecho de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación, y la aspiración de construcción de la convivencia en el seno de la sociedad”. Es precisamente su aspiración de construcción nacional la que realmente cercena la convivencia, y también la que preside “su negociado”, por encima incluso de la libertad individual de cada uno de sus presos. De ahí que su reinserción sea más política que social.

Iñigo Urkullu. /Foto: deia.com.

Lo que prima es conservar el poder

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Por eso los nacionalistas fomentan la división de la sociedad vasca en base a un soberanismo separatista, repartido en toda una pluralidad de marcas afines entre sí, pues comparten un horizonte ideológico común a pesar de sus discrepancias internas. Es la vía de la exclusión la que facilita su preponderancia institucional, ya sin armas físicas pero sí ideológicas y lingüísticas. Es más importante la soberanía de sus aforados que la de los ciudadanos de aquel territorio, aunque todos quieran vivir en paz y algunos no lo sepan o no lo visualicen, máxime cuando la disidencia se paga cara. Por eso lo que prima es conservar el poder a costa de todos los vascos, provocando un frentismo artificial entre ellos en base a un inventado sujeto político colectivo llamado “pueblo vasco”. Olvidan interesadamente que el individuo es el auténtico poseedor de derechos.

Y es de esa falta de consideración hacia el ser humano, de esa falta de respeto por sus derechos individuales, de donde surge su distorsionada visión de la realidad y, por ende, del concepto de víctimas, y también de donde sale la categorización de “ciudadanos de primera” y “de segunda”, que por aplicación efectiva vía institucional -mediante la conculcación sistemática de derechos- o por anulación física a manos de una banda terrorista es vinculante tanto para unos como para otros, lo cual se aprecia en desigualdades de trato. Aun siendo rehenes de una ideología totalitaria, los terroristas tienen más derechos y oportunidades que sus víctimas, como contraprestación a los servicios prestados al nacionalismo mediante su operativa y también como reparación por una vida criminal sugerida por una ideología compartida, que siempre ha estado a su servicio y amparo, sin buscar nunca su libre reinserción. Ésta finalmente será insustancial por su falso y forzado arrepentimiento, bien visible en la no delación de sus compañeros de armas y en la nula asunción de responsabilidades. Ni siquiera entregarán todo su arsenal. Precisamente por reinsertarse según los dictados de Eta y de un nacionalismo excluyente nunca estarán reinsertados del todo, pues su sociedad, la nacionalista, por la cual se reinsertaron, desoyendo a la otra mitad del pueblo vasco (la sociedad agraviada), seguirá siendo excluyente con los disidentes, ya sean o hayan sido de su bando o del bando contrario.

¿Y por qué? Porque ese dictado “teledirigido” dentro del actual proceso de paz no les obliga a nada ni les desliga de la banda; y también porque el nacionalismo vasco, con la aquiescencia de un gobierno central vendido, dentro de un engañoso proceso de paz, busca la cuadratura del círculo: tras haber fanatizado a sus huestes, arruinando la vida de cientos de jóvenes vascos y de sus familias, con el fin de preponderar institucionalmente y de forma soberana, bajo la leyenda de un activismo “gudari” así considerado, pretende ahora la reconciliación con “esas otras víctimas” mediante la negociación de su situación (se lo debe), mientras renuncia a reconciliarse con las víctimas de aquéllas, todo para blanquear un pasado trágico de complicidades y atrocidades que en su haber ni para los suyos debiera ser respetable, pues “esas otras víctimas”, aunque no lo quieran reconocer, son víctimas suyas. Todo esto es la prueba del nueve que demuestra el rotundo fracaso del nacionalismo vasco, al no ser nada integrativo, ni siquiera para los suyos. Éste es el caballo de Troya que nos han logrado colar, gracias a la traición de los últimos gobiernos de España. La única viabilidad del RNV (Régimen Nacionalista Vasco) ha sido de carácter electoral, pero a costa de esa juventud “radikal” vasca perdida. Esas juventudes han sido, son y seguirán siendo “presos políticos” de ese régimen “vasquicido”. Sólo dejarán de serlo cuando dejen de ser sus rehenes políticos. Si al final dicho régimen logra, como parece, una paz en clave nacionalista todos ellos serán cojonudos, pues “al final nadie habrá sido”. Sin embargo, los asesinados seguirán con la etiqueta del “algo habrán hecho” para morir como murieron. Nunca serán un referente. Triste y desolador ¿verdad?.  Entenderán ahora por qué una sociedad como la vasca es una sociedad enferma y cerrada al homenajear públicamente a terroristas y no colocar en las calles placas conmemorativas a sus víctimas. Ése es precisamente el “Juan Nadie” olvidado de las víctimas. Todo un “clásico” en aquel territorio, producido a imagen y semejanza de un nacionalismo “distintivo”.

Atentado en el cuartel de la Guardia Civil de Vic.

Los etarras, como víctimas de sus propios actos

Obviamente no está de más volver a repetir que los terroristas etarras son víctimas -y también culpables- de sus propios actos, y que las víctimas de Eta lo son tanto de esa organización terrorista como del resto del excluyente mundo nacionalista vasco que no las protegió. Ni siquiera las tomó como un “referente”. Tampoco lo hizo con correligionarias como Yoyes. Claro está que para los nacionalistas la aceptación y equiparación de varias violencias implica y supone una “práctica” equidistancia entre víctimas y verdugos, favorable a sus intereses. Es de esta simplificación de la realidad de donde surge la errónea e interesada concepción de que en Euskadi existen varios tipos de violencia, para así identificar un doble frente de víctimas, fruto de un conflicto entre dos  partes. Así es como hemos llegado a un negociado proceso de paz, injusto y ventajista, para resolver una imaginaria contienda. La justificación de ese mal llamado “conflicto” asienta, por quien lo justifica o por quien declara su existencia, las bases de una negociación política, judicial y penitenciaria -incluso sanitaria, caso Bolinaga– para su resolución, en un intento de blanquear la historia de Eta y lavar la imagen de un nacionalismo vasco moderado o radical “adyacente” (jardinero fiel de aquél), en detrimento de las víctimas.

Pero el foco para aproximarnos a la verdadera realidad no es ése. Piensen que la ingeniería social y la metodología práctica, ejercidas por todo el nacionalismo vasco durante décadas, no son más que la piedra angular sobre la que se ha construido realmente un mundo de víctimas “de amplio espectro”, en una sociedad que dice ser “plural”. Esos son los efectos secundarios de su propia medicina, que no reconocen como propios. Recuerden que para el nacionalismo vasco hay víctimas de primera y de segunda categoría, como ciudadanos de un orden y del otro, gracias a su excluyente segmentación del mercado poblacional. En resumen, todas sus víctimas en sentido amplio lo fueron en virtud de una doctrina excluyente, independientemente de que las “propias” tengan, por aplicarla “físicamente”, un merecido horizonte penal a sus espaldas. Sin embargo, esas víctimas propias los nacionalistas no las asumen como tales, simplemente por el factor excluyente y exclusivista de una ideología “intocable”, que no se puede poner nunca en duda. De ahí lo complicado de adoptar un relato real de lo sucedido mientras no abandonen esa realidad distorsionada en la que viven, que mantiene secuestrada a toda la población vasca por privación de sus derechos y libertades.

«Prometen construir un puente aunque no haya río»

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Como diría Nikita Jrushchov sobre los políticos pero aplicado a los muñidores del actual proceso de paz: «Prometen construir un puente aunque no haya río”. De ahí que esta paz sea estéril e inútil por varias razones: porque han desecado interesadamente el “río de las victimas” (las suyas y las ajenas), ya sea por trágico soterramiento, por desviación forzosa fuera del territorio o por apartheid social o carcelario; y también porque su proyectada paz, la nacionalista, no busca la reconciliación sino el frentismo. No quieren volver al cauce democrático de un río plural, hoy inexistente, que integre a todos sus afluentes en aquel territorio, porque no desean reconocer el fracaso de una doctrina ideológica compartida que ha arruinado a miles de familias propias y “extrañas”. Para los terroristas sería admitir que su “lucha armada” fue en vano y que sus sufrimientos (penales) derivados de la misma no fueron ni serán propios de gudaris sino de asesinos (se acabarían los homenajes públicos-omenaldiak); para el resto del nacionalismo vasco sería tanto como reconocer que lo excluyente de su doctrina fue realmente el germen del fanatismo subsiguiente o subyacente. Ésa es la cruda realidad que nadie quiere reflejar.

En términos prácticos, se trata de ejercer la soberanía sobre un territorio siempre, mientras no llegue la ansiada independencia. Es decir, ser independientes sin serlo. En eso consiste lo que ellos llaman “autogobierno”. En realidad funcionan desde hace años como un “estado de facto”. Cuantas más transferencias -por el mal uso de ellas- menor imparcialidad en sus políticas, menor universalidad hacia sus ciudadanos y menor justicia. Y esto último afecta, como no, a la definición, clasificación y tipología de las víctimas, algo que resulta conflictivo definir para el nacionalismo vasco.

Éste, con armas o sin ellas, nunca se verá forzado a dejar de ser excluyente. Únicamente será incluyente con los “propios”, esos activistas “descarriados” que durante décadas utilizó para mantener el autogobierno, los mismos que ahora interesadamente conviene rescatar para reinserción y reciclaje del propio nacionalismo, en un patético intento de hacerse perdonar la sabiniana  (y racista) doctrina inoculada durante decenios. Está claro que en el sostenimiento, por parte de todo el arco parlamentario, de una paz inviable como la que nos ocupa…nunca se darán las condiciones idóneas para que se materialice un proceso de reconciliación entre las partes, y así lograr una paz social integradora completa, pues ni siquiera nadie se plantea desintoxicar ideológicamente aquellas tierras del fanatismo que aún perdura en sus pueblos, sencillamente por no derrotar o, cuando menos, por no reconducir a un nacionalismo fanatizado. Es por su “no desfanatización” por lo que Eta y el nacionalismo vasco seguirán latentes, tras no eliminarse o derrotar su carácter intolerante. En eso nunca se han rendido, aunque aparentemente o para siempre guarden silencio los percutores. No olviden que este proceso es el único que tiene “altura de miras” por imponer Eta la actual hoja de ruta desde las “miras” de sus no depuestas (y sí acusatorias) armas.

Los miserables okupan los espacios de libertad abandonados

Cuando los espacios de libertad se abandonan son los miserables quienes los okupan. Por lo tanto, no hay movimiento pacificador sin arrepentimiento, ni arrepentimiento sin desvinculación del excluyente factor separatista. Y no hay desvinculación del excluyente separatismo sin delación. Sólo por estas carencias no hay, ni hubo, ni habrá una libre y real reinserción de los presos, como ocurre con cualquier recluso común en nuestro país, salvo en su cerrada sociedad, como tampoco por consiguiente habrá reconciliación posible. Ellos mismos fueron los que asumieron voluntariamente el papel de presos políticos aceptando con ello el subsiguiente título de “héroes” derivado de tal asunción. Así es como realmente se convirtieron en prisioneros de un mafioso nacionalismo, siendo finalmente víctimas y cautivos de la negociación política de sus amos y del régimen imperante en aquel territorio. De su condición de asesinos no podrán nunca escapar por sus consumados actos aunque salgan a la calle, sobre todo mientras no se restablezca la memoria de sus víctimas. Cuando sean verdaderamente libres (disidentes de su “protectora” pero excluyente ideología) serán ciudadanos, y no coballas de su propia medicina. Porque una cosa está clara: el separatismo “separa”, nunca se detiene. Por eso, frente a cualquier separatismo excluyente y disgregador, nuestra Constitución supone el único marco legal asumible precisamente por no excluir a nadie, ni siquiera de su libre reinserción. Ven ustedes ahora cuántos “Juan Nadie” ha producido el RNV para escarnio de todos los afectados (sus víctimas), sencillamente por mantener su hegemonía. Conclusión: el fin definitivo de Eta, aunque “aparentemente” fuera real no supondría el fin de un nacionalismo sectario; sin embargo, el fin de este último sí supondría el fin de la banda…y el inicio de la reconciliación.