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Catherine Deneuve, contra el odio a los hombres y a la sexualidad

Redacción




Catherine Deneuve. /Foto: news.sky.com.

Yolanda Cabezuelo Arenas.

Corría el año 1960 cuando, durante un ensayo de La Verité, Brigitte Bardot propinó al director del filme, HenriGeorges Clouzot, dos sonoras bofetadas en pleno plató de rodaje. Clouzot tenía fama de ser un verdadero tirano con las actrices que dirigía, hasta que dio con una que le paró los pies. Roger Vadim, entonces marido de Brigitte Bardot, comentaría años más tarde el hecho en un libro biográfico sobre sus tres famosísimas esposas: Bardot, Deneuve, Fonda; añadiendo que, preguntado por el suceso en una entrevista, Clouzot llegó a comentar: “Era la primera vez que una mujer me abofeteaba en público. Y… ¡me encantó!”.

La anécdota da una idea de cómo reacciona una mujer con verdadera estima por sí misma, y verdadero conocimiento de su valía ante un intento de abuso de cualquier tipo, precisamente porque las mujeres “no debemos convertirnos en víctimas perpetuas”; y viene muy al hilo del caso Bernstein y la caza de brujas que ha desatado. A la campaña americana ha seguido la francesa, contra la que protestan cien mujeres francesas que han plantado cara a la persecución del género masculino y al retorno del puritanismo, que supone un retroceso a la burguesa cerrazón que les tocó vivir. Entre ellas figura Catherine Deneuve, que compartió con Brigitte Bardot, además de marido, el honor de representar con su imagen en 1985 a Marianne, símbolo de los tres principios de la revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad; los mismos que constituyen la base del verdadero feminismo.

Bardot, Deneuve, Marguerite Duras, o la gran musa del feminismo, Simone de Beauvoir fueron activistas de la igualdad desde la naturalidad o la sofisticación, e incluso desde el absoluto desprecio a la opinión de las gentes: mujeres inalcanzables, con pleno dominio de sí mismas y de la seducción que ejercían sobre los hombres, que jamás renunciaron a la feminidad, el Charme y la elegancia; pioneras en establecer las verdaderas prioridades de la fémina moderna: la independencia, la sexualidad vivida libremente, y sobre todo el situarse en una posición de respeto. Por estos principios arriesgaron nombre, prestigio público y reputación, con el necesario talento para salir airosas. El feminismo era para ellas -las divas del cine y la intelectualidad franceses “una manera de vivir individualmente y una manera de luchar colectivamente”.

Estas cien mujeres francesas plantan cara a la feroz desvirtuación de aquellos principios por los que lucharon por medio del manifiesto que -cómo no- ha sido duramente criticado por las feministas extremas: las que repiten como un mantra que el hombre es el culpable de todas las desgracias y de todas las injusticias del mundo, se cierran en esa creencia con un fanatismo sectario y no admiten ningún tipo de razonamiento en contra. Las críticas se centran en la afirmación de que “el ligue insistente o desafortunado no es un delito, ni la galantería una agresión machista” en respuesta al intento de convertir a la mujer en un ser débil y necesitado de protección, incapaz de defenderse como hiciera Brigitte Bardot: con dos sonoras bofetadas.

Una vez más Catherine Deneuve se pronuncia contra el puritanismo y a favor del verdadero ideario feminista: aquél que contempla ambos sexos desde la igualdad, denunciando que “cada vez que se avanza hacia la igualdad, aunque sea medio milímetro, hay almas buenas que nos advierten inmediatamente que podríamos caer en el exceso”; las mismas almas buenas que están al acecho de cualquier opinión que contradiga el mantra. El manifiesto, y las mismas críticas que ha recibido, evidencian que existe un oscuro interés en entorpecer la igualdad e imponer la tendencia extremista de este nuevo -y mal llamado- feminismo.

Cuando leo las críticas a Catherine Deneuve evoco su elegante silueta en el cartel de Indochina, no sólo por lo imposible de establecer comparaciones, sino porque fue Deneuve quien derribó antiguos tabúes burgueses como el que coartaba la libertad de una mujer madura para enamorarse y entregar su cuerpo a un hombre más joven; la arriesgada interpretación en Belle de Jour contra los estrictos cánones morales mostrando que una mujer puede vivir su sexualidad, por extraña, e incluso patológica que sea, e incluso ser una puta por gusto y por vocación.

Las cien mujeres firmantes del manifiesto no hacen más que reflejar aquello que muchas pensamos y sentimos: “no nos reconocemos en este feminismo que, más allá de los abusos de poder, toma el rostro del odio contra el hombre y la sexualidad”… contra todo aquéllo por lo que tanto se había avanzado.