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Manuel Lebrón, imitando a Juana Rivas

Redacción




Manuel Lebrón. /Foto: abc.es.

Yolanda Cabezuelo Rivas.

«Hoy invoco como Allende la desobediencia Civil y penal a la ideología de género, pero sin que gocéis de mi silencio«. Así se expresa Manuel Lebrón González en una publicación de Facebook, mientras meditaba dar el paso de no devolver a sus hijos, entregados el día 23 en un punto de encuentro de Granada para que pasaran la Navidad con su padre.

Lebrón califica Granada como un «hervidero de feminazis libertinas«, sin duda en clara referencia al caso de Juana Rivas. Pretendía hacer lo mismo que la madre de Maracena, con intención de dar a conocer su situación propia siguiendo su ejemplo, y buscando la misma notoriedad. En su escrito deja bien claro este extremo: «espero difusión y un inicio a la razón».

Fuentes cercanas a Manuel Lebrón González le describen como un hombre inteligente, pero poseído por la soberbia. Causar el mismo revuelo que Juana Rivas le hubiera facilitado la posibilidad de convertirse en adalid de su causa: la de cientos de hombres injustamente separados de sus hijos;  sólo que no está tan claro que tenga razón o mérito para centrar esta lucha en su persona.

Declara no reconocer «las tartufas leyes de la ideología de género, ni tampoco sus ridículos tribunales, más parecidos a los circos romanos, deseosos de sangre humana«.

Lo único que ha impedido que se repita, con Manuel y Violeta Lebrón, el lamentable ejemplo de desobediencia y secuestro de menores que protagonizó Juana Rivas este verano, ha sido contar con algo que no tuvo la de Maracena:  la asesoría adecuada. Virginia Ginel Calderón, conocida activista pro-igualdad de género de Dos Hermanas, en Sevilla, ha aconsejado la devolución de los niños y puesto en conocimiento de la policía esta mañana el paradero de los mismos; gracias a lo cual Manuel y Violeta se encuentran ya con su madre, Sonia Barea, que denunciaba la desaparición de sus hijos en el programa de Ana Rosa Quintana.

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La oportuna intervención de Virginia Ginel como abogada y amiga de Manuel Lebrón ha evitado que se complicase la situación de los menores y del mismo padre, poniendo fin a la decisión de éste de tomarse la justicia por su mano. La causa de Lebrón se encuentra en el Tribunal Constitucional, que deberá decidir si la razón le asiste a él o a la madre de sus hijos.

Aunque Lebrón pone el dedo en la llaga con respecto a la Ley de Violencia de género cuando afirma que «se está transgrediendo la Constitución y el ordenamiento jurídico«, y que «la ideología de género no ataca a un hombre, sino a la misma sociedad como pacto social constituido«, ni la desobediencia civil puede ser el camino, ni la actitud que en todo momento exhibe Manuel Lebrón puede ayudar en nada a su propia causa ni a la de los padres damnificados por la ley.

En su discurso, en ocasiones delirante, llega a pedir «a la Conferencia Episcopal su intervención en defensa de la familia y de lo divino«; y se despide con un saludo, cuanto menos, desconcertante: «amo a mis hijos como cualquier padre en España. Y ahora, feminazis, pegadme un tiro en el cementerio».