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Letizia Ortiz, la antipática

Redacción




Letizia Ortiz con sus hijas. /Foto: woman.es.

Yolanda Cabezuelo Arenas.

«Es idéntico a la madre, el pobre». Así comentaba Jaime de Marichalar la impresión que le produjera el nacimiento de su primer hijo con la Infanta Elena: Felipe Juan Froilán de todos los Santos. Metedura de pata igual no se había visto en España desde que colgaran un pasquín de bienvenida a Isabel de Braganza, que venía a casarse con Fernando VII, y que rezaba: «Fea, pobre y portuguesa. Chúpate ésa».

La disculpa oficial fue el estado de nervios que sufría el entonces duque de Lugo, que aprendió la lección y no repitió comentarios con Victoria Federica. Y menos mal, porque la segunda hija sí que se parece a su madre; la pobre…

Los hijos de la Infanta Cristina salieron más agraciados, aunque tristísimos. Nunca se ha podido ver a ninguno de los Urdangarín y Borbón posando con una sonrisa, tal vez porque la Infanta Cristina tampoco ha sido nunca una sonaja, y como su marido lo ha sido menos, no es de extrañar que se hayan cumplido a rajatabla las leyes de Mendel.

La princesa Leonor y la Infanta Sofía son las más bonitas de la familia (recordemos que ya los demás no son casa real, sino familia del rey). Tienen menos genes negativos, porque Felipe VI es mucho más Grecia que Borbón; y miren por donde el cruce con sangre plebeya ha dado frutos preciosos. Son, con mucho, las niñas más bonitas entre todas las casas reales de Europa.

Es lástima que no se las acerque más al pueblo, porque sin duda las niñas se ven con simpatía aunque quien las mire no guste de sus padres. Dicen que es Letizia quien no consiente la presencia de sus hijas más que en las ocasiones en que resulte imprescindible; si es cierto ella sabrá por qué, pero si ésa es su idea de promocionar la institución, que Santa Lucía le conserve la vista.

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Después del mal sabor de boca que dejó Juan Carlos con el asunto de Corinna, del elefante, y de haberse descubierto la mala vida que dio a Doña Sofía, la institución monárquica necesita un impulso de marketing para terminar de encajar y que se reconozca la labor de Felipe como rey. El mejor baluarte de estos nuevos aires son precisamente las niñas.

La etapa Marichalar y Urdangarín se vive ya como un recuerdo lejano. Doña Elena es la que se recuerda con más cariño porque no ha dado nunca motivo de disgusto, como no sea regalarnos a ese ejemplo de niño insufrible que conocemos por Froilán. Su mejor baza ha sido siempre la simpatía, cualidad que nunca ha acompañado a las demás virtudes que pueda tener Letizia.

La antipatía que despierta la reina consorte viene precisamente de otro comentario desafortunado: «déjame hablar a mí», que nos dejó a todos tan asombrados como el de Jaime de Marichalar en su día. Como no parece que esta primera impresión sea de las que se desvanecen con el tiempo, sería de considerar permitir a la princesa de Asturias y a su hermana Sofía llegar al corazón del pueblo.