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La Asociación de Belenistas de Sevilla debería disolverse por estupidez supina

Redacción




Enrique de Diego.

Es un asombro continuo llegar a cualquier pueblo de España y encontrarse con maravillosas iglesias que nuestros antepasados edificaron con enorme belleza, poniendo al servicio de la fe su tiempo, su dinero y toda su capacidad artística, que ha sido mucha. En numerosos rincones del solar patrio, donde la naturaleza despliega sus dones, se elevan pequeñas y hermosísimas ermitas en homenaje a Dios, a Cristo, a la Virgen o a algún santo. Hay toda una geografía católica que aúna la religiosidad con el arte, que eleva el alma de Dios. Los españoles, bajo el influjo del cristianismo, se han elevado a lo sublime.

Desde San Francisco de Asís, que pusiera en marcha la tradición, el pueblo cristiano ha embellecido la Navidad con la recreación de los belenes, que tienen una finalidad pedagógica y de piedad. Se trata, y ese es su sentido, de mostrar la realidad de la Encarnación del Señor, ese gran misterio de la fe cristiana, por el que Dios se encarna y se hace hombre.

De un tiempo a esta parte, en esta España cada vez con menos resortes morales por su alejamiento de Cristo, y así nos va, se ha convertido en una fea costumbre que el artistilla de turno trate de tener esos diez minutos de gloria de los que hablaba Andy Warhol mediante la blasfemia, la horterada y la macarrada con lo sagrado. Es siempre contra el cristianismo, como una especie de aplicación de la piqueta para demolerlo. Mientras las generaciones anteriores han hecho esas hermosas catedrales, esas espléndidas iglesias o esas recónditas ermitas, llenas de bellas tallas y de impresionantes cuadros, la generación actual sólo sabe recurrir al chiste fácil y a la piqueta.

Una macarrada con dinero público, una ofensa a Sevilla

Que eso se haga desde la Asociación de Belenistas de Sevilla, con el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad, muestra como están las mentes de degeneradas. Nos dejamos de falsas polémicas, seguramente buscadas por un tal Manuel Peña, y conviene, desde el principio, decir que es una ofensa a Sevilla, que destaca por su imaginería y por la excelencia de su arte sacro.

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Antonio Arias, que preside esa estúpida Asociación de Belenistas de Sevilla, ha puntualizado que «el cartel no es cierto que se vaya a retirar».  No es cuestión de que el cartel se retire, sino de que se retire el tal Antonio Arias y se disuelva la malhadada Asociación de Belenistas de Sevilla, que pueden dedicarse a hacer castillos de arena o de Exyn o a cualquier afición, dejando en paz la Natividad del Señor, dejando en paz al arcángel San Gabriel.

Una pandilla de gilipollas que se hacen llamar Asociación de Belenistas de Sevilla

La pandilla esa de gilipollas que componen la Asociación de Belenistas de Sevilla ha emitido una mierda de nota en la que dicen lamentar «cualquier tipo de polémica generada al respecto, siendo totalmente ajena a nuestra voluntad». Estos tipejos no son más idiotas porque no entrenan. Ni tan siquiera se han enterado que ellos son los que han aprobado el cartel, en el que el pueblo llano ve un retrato del jugador Antoine Griezmann más que el Arcángel de ese momento sublime de la Anunciación, que con tanta exquisitez reflejara Fra Angélico, y que para su estupidez utilizan fondos de los contribuyentes.

Que esos descerebrados de la Asociación de Belenistas de Sevilla hayan producido esta muestra de ordinariez cristofóbica clama al cielo. Según el impresentable de Antonio Arias, «seleccionamos un cartelista, comprobamos que cumpla los requisitos y le damos libertad para que siga su propio criterio». Vamos que son los Médicis promoviendo la libertad de expresión artística, pero con dinero público. No hay criterio; hay relativismo rampante; hay estupidez supina. Y ni tan siquiera se asumen las responsabilidades, a pesar, insisto, de que se paga con el dinero de todos los sevillanos, que han quedado a la altura del betún por cuatro chiquilicuatres que se han creído que la Navidad es una excusa para que ellos desarrollen una afición que ya no tiene ningún contenido religioso.

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Dice Antonio Ferre, del colectivo LGTBI, que es una muestra de «plumofobia» criticar el hecho de que el cartel sea «afeminado y gay». No es que sea afeminado y gay -y no vamos a debatir sobre el sexo de los ángeles- es que es una mierda pinchada en un palo, que el tal Manuel Peña dice que es un homenaje a Murillo, pasado por la turmix obscena de Almodóvar, el de Panamá.

Los descerebrados de la Asociación de Belenistas de Sevilla con su mierda de cartel cristófobo. /Foto: abc.es.

Deberían pagar de su bolsillo el cartel y metérselo por donde más les guste, que sobre gustos no hay nada escrito

La Asociación de Belenistas de Sevilla, que debe ser asociación y de Sevilla, pero no lo es belenistas, deberían poner de su bolsillo el dinero dilapidado, poco o mucho, de los sevillanos o metérselo por donde más les guste, que sobre gustos no hay nada escrito, incluida la azucena y la Giralda del cartel de marras.

De Sevilla era donde menos era esperable esta agresión estúpida al buen gusto y a la Navidad. Pero a estos niveles hemos llegado. Los de la Asociación de Belenistas de Sevilla parecen podemitas de Rita Maestre y Kichi.

Las generaciones anteriores de sevillanos han hecho auténticos maravillas de arte sacro. La actual, al parecer, no da para más. El cartel es una mierda auspiciada por una pandilla de gilipollas -que en caló significa inocentes- que hacen llamarse belenistas. Vade retro.

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