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Alfonso Díez, viudo de Cayetana, con dignidad y discreción admirables

Redacción




Cayetana de Alba y Alfonso Díez, en el feliz día de su boda. /Foto: vanitatis.elconfidencial.com.

Yolanda Cabezuelo Arenas.

«No sé si he sabido decirte lo que te he querido, te quiero y te querré«. Ahí es nada: la frase que todas las mujeres nos morimos por escuchar fue la dedicatoria de Alfonso Díez a Cayetana de Alba, escrita en la cinta de su corona funeraria.

Entonces la simpatía que el pueblo sevillano sintiera siempre por Cayetana se extendió hacia su viudo, olvidando ya los chascarrillos que le dedicaran desde que la relación entre el funcionario y la duquesa se hiciera pública. La diferencia de edad y posición inspiraba suspicacias sobre las intenciones de Alfonso Díez, quizá porque lo malo es siempre más fácil de creer que lo bueno.

A Cayetana se la quería en Sevilla. Y mucho, no crean ustedes… Aquí somos muy dados a tener por nuestro a un personaje que admiremos y nos resulte cercano. Tan nuestra sentíamos a Cayetana que a Alfonso Díez lo vimos como alguien de quien era necesario protegerla. Con el tiempo, como la duquesa se veía feliz, se le llegó a conceder al nuevo duque el beneficio de la duda.

Por eso impactó la frase con la que Alfonso Díez se despedía de su mujer; según Carmen Tello, «del amor de su vida». Sonaba tan sincera que nos embargó la vergüenza por haber dudado, por razonables que parecieran las dudas.

A mí Carmen Tello Barbadillo, que es mujer de belleza impresionante, me llevó a una reflexión para comprender la naturaleza del amor que Alfonso Díez pudiera sentir por Cayetana de Alba: tiene Carmen un hermano ginecólogo que guarda gran parecido con Gregory Peck. Tan enamorada estuve yo en mi infancia y juventud de Gregory Peck que, de haber sido posible conocer al actor en estos tiempos, le hubiera amado por ser quien fue aunque me llevase tantos años. La admiración de toda una vida, como la que Alfonso Díez sentía por Cayetana, se volvía con esta reflexión más comprensible.

«Alfonso está desolado«. Lo sabemos por Carmen Tello, dispuesta siempre a defender al viudo de su amiga; porque la vida de Alfonso Díez ha sido un ejemplo de discreción desde que falleciera la duquesa. Por Sevilla se le ve poco, siempre triste y alicaído. Cuando viene por aquí se aloja en uno de los hoteles que posee la casa de Medinaceli y gestiona el duque de Segorbe; hasta ese punto llega el buen gusto y la educación de un hombre que, habiendo sido duque de Alba por su matrimonio con Cayetana, no quiere abusar de prebendas.

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Funeral en la Hermandad de los Gitanos

Su presencia en el funeral celebrado el día 20 en la Hermandad de los Gitanos ha sido igual de discreta. Un funeral emotivo en el que incluso Cayetano Martínez de Irujo, que no nos tiene acostumbrados a mostrar sus sentimientos, ha dado muestras de desolación. Se echa de menos a la duquesa también en la Hermandad, cuyos miembros la han homenajeado con una placa en mármol de carrara. Puede decirse que con su muerte ha desaparecido el afecto que la casa de Alba causaba en Sevilla, y que ahora el Palacio de las Dueñas carece de calor.

Alfonso Díez ha regresado a Madrid, a su piso del Barrio de Chamberí, y a su vida de funcionario retirado. Ejerce de viudo con dignidad y discreción admirables; tanto que los afectos que antes despertaba la duquesa empiezan a depositarse sobre su persona, como si Sevilla ejerciera de Bécquer para elevar a las leyendas la historia de un amor tan criticado.

No tener un duro tiene únicamente dos cosas buenas: una, que nadie va a quererte por tu dinero; y otra que se evitan problemas y preocupaciones para ver quién se escaquea de soltarlo.

Polémica por una placa funeraria

Desengañémonos: los ricos son ricos porque no sueltan el dinero tan alegremente, y menos en cosas que no les van ni les vienen. Cuando murió la duquesa la Casa de Alba financió, como era lógico, la sepultura de Cayetana en la Hermandad de los gitanos con el ornamento que les pareció apropiado. Cumplidos quedaban con su madre.

La polémica surge porque esa Hermandad ha tenido la iniciativa de embellecer el monumento a la duquesa con una placa conmemorativa que ha costado un dineral: 112.000 euros. La placa se ha financiado por suscripción entre los Hermanos y aportación de los hijos de Cayetana -que han contribuído a título personal con la excepción de Jacobo-; pero no por la Casa de Alba como parece a todo el mundo lógico.

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¿Pero lógico por qué? Si la placa de marras es iniciativa de la Hermandad, justo es que sea la Hermandad quien la pague; porque a lo mejor han puesto a los hijos en el compromiso de contribuir al sufragio de la placa, por tratarse de un homenaje a su madre, pero pensando para sus adentros lo que Alessandro Lecquio ha dicho para sus afueras: que la placa es «pomposa, hortera y cutre«…

Una virtud que nadie podía negarle a la duquesa de Alba era su capacidad para manejarse con gracia entre lo mejor y lo más sencillo; pero Carlos Fitz-James Stuart no tiene esa virtud. Se le ve más partidario del «menos es más» que de los excesos decorativos que cometen los gitanos en todo lo relativo a pompas fúnebres; y si el hombre no ha querido desairar las buenas intenciones de la Hermandad negándose a tanto embellecimiento, pero no ve que tengan que intervenir los Alba como casa, ha hecho bien en salir del paso como lo ha hecho: una aportación al sufragio, y santas pascuas.

Otra cosa es que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, queramos aprovechar el tema de la plaquita para evidenciar el distanciamiento entre el actual duque de Alba y sus hermanos. Como el hombre peca de demasiado hermético, no atrae sobre sí las simpatías que despertaba su madre…

Pero allá ellos. No disfrutan las dos únicas ventajas de no tener dinero, pero sí de todas las que trae consigo el tenerlo a espuertas; y como las penas con pan son menos, tampoco se tomarán muy a pecho la polémica de la plaquita pomposa, cutre y hortera.