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Puigdemont sí tiene quien le escriba

Redacción




Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. /Foto: elperiodico.com.

Yolanda Couceiro Morin.

Cataluña y España están al borde del abismo por la acción conjunta de la demencia delirante de unos y la inoperancia pasmada de otros. La extraña pareja Puigdemont/Rajoy es en realidad la combinación perfecta de este sainete que puede desembocar en cualquier momento en tragedia. Y mientras nos adentramos en ese camino sin retorno de una quiebra mayúscula de la sociedad catalana por las generaciones venideras, los fanáticos de un bando y los irresponsables del otro juegan a intercambiar cartitas.

El tan mentado «prusés» ha destruido Cataluña. Ésta ya no será la misma que la que fue hasta ayer. De qué signo será el verdadero cambio una vez superada esta crisis, eso es algo que queda por ver. Nada está asegurado y se teme incluso los peores escenarios de rendición a las exigencias de los golpistas y de traición a España. Ya veremos.

La inseguridad y la incertidumbre generadas por el fanatismo y la subversión han provocado la salida a escape de cientos de empresas de Cataluña en apenas unos días. La tendencia indica que cientos o miles más seguirán el mismo camino en los próximos días y semanas. Los amargos frutos que el nacionalismo enloquecido ha alimentado con su discurso de odio e intolerancia están siendo recogidos a manos llenas. La cosecha se augura abundante.

Mientras Cataluña se asoma al abismo, y España entera se enfrenta a su mayor crisis existencial de los últimos siglos, puesta ante la posibilidad cierta de una quiebra de su ser histórico y una partición de su unidad multisecular, los políticos de ambas orillas del conflicto se envían cartas. «¿Qué has dicho en realidad? ¿Has dicho lo que parece que has dicho o has querido decir otra cosa? ¿Lo que has dicho significa realmente que lo dicho significa exactamente lo que has dicho? ¿O has querido decir otra cosa distinta a lo que has dicho?». He aquí un filón de material para inspirar al humorista José Mota durante toda una temporada.

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Todos parecen buscar ganar tiempo, para ver si la cosa se soluciona sola, por arte de magia, o si el uno se aviene a rectificar su desvarío o el otro a aceptar lo inaceptable. El miedo de éste y la cobardía de aquél se conjugan al unisono en una farsa digna de un teatro de guiñol. Las epístolas se suceden y ya se parecen a la carta de la mili: los mensajitos que se intercambian el manso de la Moncloa y el chiflado de la Generalitat son ya de tres folios, según nos cuenta la prensa. Cada uno con su tema: el uno invocando la ley, y el otro ofreciendo negociar: un diálogo de sordos. Los dos andan en círculos, sin decidirse a actuar de verdad, amagando el gesto, haciendo como si, jugando a parecer, tratando de ganar un día más, a ver qué pasa mañana… Rajoy no se atreve a aplicar el 155, mientras que Puigdemont no se decide a proclamar la secesión.

Mientras tanto, Cataluña se adentra en el territorio incierto de la ruina económica, de la quiebra social, del descalabro moral, camino de las realidades propias de las sociedades fallidas, de la republiquetas bananeras. ¿Cataluña, la Suiza o la Dinamarca del sur de Europa? Más cerca de Guatemala cada día que pasa, en realidad.

El antiespañolismo delirante del nacionalismo catalán ha logrado socavar los cimientos culturales, espirituales, sociales y económicos de una sociedad que lo tenía todo para triunfar en todos los terrenos. El fanatismo nacionalista ha envenenado la sociedad catalana y la ha llevado al callejón sin salida de un posible enfrentamiento civil. El fanatismo nacionalista ha hundido la economía de una de la regiones más pujantes de España. El fanatismo nacionalista ha hipotecado el futuro de los catalanes. El fanatismo nacionalista ha arrasado el Estado de derecho en Cataluña y ha puesto a la sociedad catalana ben manos de la arbitrariedad de un gobierno sectario y a merced de una policía política digna de cualquier dictadura. Y la situación es tanto más grave e inquietante que no parece que haya nadie en el gobierno de la nación dispuesto a actuar firmemente, que el Estado no parece tener intención de imponer la ley, y que en definitiva cunde la percepción de que se puede dar un golpe contra la unidad de España y destrozar una parte de país sin que ocurra nada. Y que a pesar de tener la ley, la razón y la fuerza de nuestro lado, el enemigo pueda ver coronado con el éxito su intentona golpista.

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Mientras tanto, el cabecilla de la sedición recibe cartas del jefe del gobierno. El primero se ha ganado la detención y el segundo la destitución. A pesar del enfrentamiento escenificado, nada indica realmente de que estén en bandos opuestos y trabajen por objetivos distintos y distantes. Posiblemente los dos terminen encontrándose en el mismo basurero de la Historia. Y cogidos de la mano.