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Todo el desastre empezó con el aspirante a estadista Adolfo Suárez

Redacción




Adolfo Suárez. /Foto: abc.es.

Andrés Carballo.

En esta hora aciaga, en estos momentos cruciales donde el ser o no ser de España se está jugando a cara o cruz, donde la existencia de aquella España metafísica y eterna de la que nos hablara José Antonio se dirime en manos de enanos mentales, donde los fantasmas del pasado se reproducen cual ratas de alcantarilla y esa España chata, alicorta, desmembrada y mancillada, generada por el egoísmo y el mal hacer de políticos demoliberales y mediocres nos aparece en el horizonte de los malos augurios y donde las palabras proféticas de aquel capitán de juventudes y joven Cesar, al que los enemigos de la trascendencia y de la Civilización Occidental Cristiana les era imposible tolerar, asesinaron en Alicante por medio de una parodia, remedo, simulacro y caricatura de juicio, vuelven a cobrar vida.

Aún hoy, hay todavía españoles de buena fe, porque de españoles de buena fe se valieron para realizar, so capa de reforma, el pillaje, la estafa, el fraude, el timo y el atraco.

Españoles de buena fe que buscan la causa de la posible desaparición de la nación más vieja, grande y monumental de Europa en una tumba vacía y que hasta hace no muchas décadas, pese a quien le pese, era reserva espiritual de todo el Occidente otrora cristiano, la causa provocadora de esta situación que tal vez se nos escape en el tiempo pero que desde luego, hay que decirlo claro: la agonía definitiva de España tuvo su manifestación con la creación, por parte del visionario Adolfo Suárez y de una «monarquía» que de monarquía tuvo poco y de realeza demasiado, del decepcionante, funesto, infausto, nefasto, mortal, fatal y fantasmagórico Estado de las Autonomías.

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Sí, todo se comenzó a resquebrajar a causa de esa figura funesta de aspirante a estadista, de trepa sin límites y de iluminado, fantaseador, utopista, manipulador y creador de una «reforma política» que «ipso facto» convirtió en ruptura, sacándose de la manga cual prestidigitador, ilusionista, malabarista o tahúr, el «as» que le permitiría crear aquel simulacro de estado, hecho a imagen y semejanza de los ancestrales enemigos de España y de la civilización occidental e imponiendo por decreto ley su «diarrea mental» de las distintas «nacionalidades del Estado español«.

Fue ahí y no más tarde, cuándo y dónde comenzó el triste y miserable proceso de descomposición de una patria, de un estado y de un pueblo que se vendía por retales, fue en ese preciso momento cuando se volvieron a enfrentar incluso familias enteras porque la historia nos sigue recordando que los partidos parten, enfrentan, dividen y ponen en lucha a los hombres de España, fue antes y no ahora cuando también volvieron a partir, dividir y enfrentar a los pueblos, provincias y regiones de la que un día no muy lejano fue Patria común de todos los españoles.