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Añorando a Douglas McCarthur: «No hay sustituto para la victoria»

Redacción




General Douglas MacArthur. /Foto: history.com.

Enrique de Diego.

El 25 de junio de 1950, Kim Il Sung desató un ataque contra Corea del Sur con éxito suficiente para tomar Seúl y sembrar el pánico entre los norteamericanos, que vieron el movimiento una amenaza para Japón y un reto para la política de contención del comunismo marcado por el presidente Harry  S. Truman.

En la primavera, Josef Stalin había aprobado un ataque exploratorio a Kim Il Sung a lo largo del paralelo 38. Pero Kim Il Sung no era un hombre controlable. En el diario oficial del Partido de los Trabajadores hacía estampar loas según las cuales él era «el jefe respetado y bienamado», «un gran pensador y teórico», «un gran profesional revolucionario que ha realizado milagros innumerables y legendarios», «un comandante de voluntad de hierro y brillo incomparable que siempre obtiene la victoria», «el tierno padre del pueblo que lo abraza sobre su amplio pecho».

Desembarcando en Filipinas. «Volveré». Foto: britannica.com.

Truman llamó para frenar el ataque al general de cinco estrellas Douglas MacArthur, que en ese momento estaba en Japón como una especie de procónsul. MacArthur había surgido como una de las personalidades militares más relevantes de la segunda guerra mundial. Su frase «volveré» después de su salida de Filipinas se hizo famosa. Estratega de los saltos de islas, consiguió minimizar las bajas norteamericanas, mediante la concentración de fuego y dando la batalla donde consideraba más conveniente, y no en los puntos más fortificados por el enemigo.

Padre del Japón moderno

Puede considerarse a MacArthur el padre del Japón moderno, junto con Yoshida Shigeni. Impulsó una reforma agraria que convirtió en propietarios a 4,7 millones de arrendatarios. Como un autócrata, dotó a Japón en 1947 de una Constitución excelente, con división de poderes, desmilitarización y partidos e instituciones democráticas sólidos. Promovió la sociedad civil y la familia, como antídoto contra el anterior totalitarismo, y el laborioso e inquieto pueblo japonés empezó a volar por el terreno de la economía, siendo uno de los mayores éxitos del siglo XX.

En la firma de la rendición de Japón. /Foto: biography.com.

El general MacArthur frenó, liderando una coalición militar de la ONU formada básicamente por norteamericanos, con prontitud a los norcoreanos. Planteó una audaz operación de desembarco en Inchón, que cortó las comunicaciones y los suministros de los invasores, que tuvieron que replegarse desordenadamente. Truman se hubiera sentido satisfecho, pero MacArthur comunicó a Washington que «hasta que el enemigo capitule, considero que Corea entera está expuesta a nuestras operaciones militares«. Las fuerzas de MacArthur avanzaron hacia la frontera china marcada por el río Yalu. El 28 de diciembre, los chinos atacaron con un enorme ejército de «voluntarios«. MacArthur tuvo que batirse en retirada. Consideró que «se trata de una nueva guerra» y planteó bombardeos sobre China. Truman inició conversaciones de paz. El jefe del grupo republicano en el Congreso hizo pública una carta remitida por el general en la que afirmaba: «No hay sustituto para la victoria». 

Según anotaciones del diario de Truman, éste consideró la posibilidad de utilizar armas nucleares el 27 de enero y otra vez el 28 de mayo de 1952. Con bastante dificultad, las fuerzas de la coalición de la ONU consiguieron, en octubre de 1951, restablecer las fronteras del paralelo 38.

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Corea del Norte: Un Estado ermitaño y paranoico

La China de Mao, con asesoramiento soviético en los primeros compases, se convirtió en potencia nuclear. Y lo propio hizo Corea del Norte, un Estado ermitaño y paranoico, gobernado por una dinastía tiránica comunista. Cuando los satélites, sobrevuelan el Planeta por la noche, Corea del Sur está iluminado mientras Corea del Norte es una zona oscura. En el año 2.000, la hambruna costó la vida de 2 millones de norcoreanos. Económicamente, Corea del Norte depende de las empresas surcoreanas instaladas en una especie de zona franca, pero es inmune a cualquier evolución, carece de órganos colegiados o tendencias. Más del 45% de la población está militarizada. Sin aliados, escasa la influencia china en la actualidad y sin que tampoco Rusia haya conseguido una interlocución eficaz, Corea del Norte tampoco parece tener un objetivo expansionista, ni milenarista, sino una paranoia a una invasión inminente, identificando a Estados Unidos como su enemigo.

KIm Jomg-un. /Foto: sopitas.com.

Kim Jong-un, el tercero de la saga, parece haber asesinado a más de trescientos altos cargos. A su tío, Jang Song Thaek, que había sido su tutor desde la repentina muerte de Kim Jong-il, hasta que se consolidó en el poder, lo hizo ejecutar, tras destituirlo como vicepresidente de la Comisión de Defensa Nacional, junto a cinco de sus ayudantes, el 12 de diciembre de 2014, soltando una jauría de 120 perros que llevaban cinco días sin comer. La cruel ejecución se prolongó durante una hora y fue presidida por el propio Kim Jong-un, junto a 300 oficiales. Jang Song Thaek fue acusado de haber generado su propia fracción dentro del Partido de los Trabajadores y de desobediencia a su sobrino. Su hermano, Kim Jong-nam fue asesinado, el 13 de febrero de 2017, por dos mujeres agentes de Pionyang en el aeropuerto de Kuala Lumpur, inyectándole agente nervioso VX, uno de los más potentes del mundo.

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El tiempo ha dado la razón a Douglas MacArthur. «No hay sustituto para la victoria«. El cierre de la guerra fue fallido. Hoy Corea del Norte es una potencia nuclear belicosa, con misiles balísticos intercontinentales, capaces de impactar en Estados Unidos y una amenaza a la paz mundial, que acaba de explosionar su sexta bomba atómica. Una potencia nuclear dirigida por un loco sanguinario, sobre el que nadie parece tener influencia.

La embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley, ha declarado que “Kim está pidiendo guerra y ha llegado el momento de agotar todos nuestros medios diplomáticos antes de que sea demasiado tarde”.

En su día, MacArthur fue visto con un militar capaz de adoptar posiciones autónomas respecto al Comandante en Jefe. Defendió su punto de vista correcto.

Tras ser destituido, en un discurso ante el Congreso, interrumpido por treinta ovaciones, el general Douglas MacArthur se despidió con evocadoras palabras: «Los viejos soldados nunca mueren, se desvanecen en la tarde».