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El caso Juan Ramón Rallo: El liberalismo como último refugio de estúpidos, trincones y mantenidos

Redacción




Juan Ramón Rallo, un totalitario al que habría que quitar la nacionalidad. /Foto: misesbarcelona.org.

Enrique de Diego.

He de agradecer la ilustrada defensa de la Patria que realiza Roberto Centeno, para el que las páginas de Rambla Libre siempre están abiertas. Brillante y clarificadora. Sería de sumo interés que se produjera un debate público entre él y Juan Ramón Rallo, aunque me temo que, niño mimado del sistema, se le preservará. En cualquier caso, y en tanto que liberal Rallo no debate. Los liberales, y aún más quienes enarbolan la bandera libertaria, utilizan una abyecta artimaña, de forma que expresan su supuesta idea situándola en el terreno delicuescente  e intangible de la utopía, en el país de nunca jamás, para luego bajar al terreno pedestre  de lo pragmático a fin de obtener ventajas presupuestarias o beneficios económicos de los poderes fácticos paraestatales.

Es el liberalismo egipcio, con las dos manos puestas a lo que cae, que ha hecho furor por estos lares, mientras se aplica la piqueta a la nación. Juan Ramón Rallo debería explicarnos las virtudes de su postura de la autodeterminación personal. Sería muy interesante que nos ilustrara sobre tamaña estupidez, pero de inmediato nos dirá que eso es lo que él piensa pero aquí y ahora va a defender otra cosa, más rentable, pues es bien sabido que Juan Ramón Rallo entra en los sitios, con emolumentos por encima de méritos y mercado, a cambio de que el medio reciba un plus de publicidad de empresas del Ibex, que son paraestatales oligopolios.

Rallo no es más que un impostor. No tiene sentido enredar y enredarse con Albert Hirschman ni con Ferdinand Tönnies. Antes que nada, Rallo ha de explicarnos las virtudes y las posibilidades de esa autodeterminación personal o la lógica de la frase de Ludwig von Mises de que «si fuera posible otorgar el derecho de autodeterminación a cada persona, debería hacerse». Como no es posible…

Jesús Huerta de Soto. /Foto: frdelpino.es.

O el concepto de microbarrio de Murray Rothbard. En cuanto a ese famoso economista de la escuela austriaca, Jesús Huerta de Soto nos podría explicar la coherencia existente entre elucubrar sobre la desaparición del Estado y ser Catedrático de una Universidad estatal. Huerta de Soto ha mantenido, en efecto, parecidas tesis a Rallo a favor del separatismo catalán, recibiendo por ello suculentas subvenciones públicas, entre otras cosas, por difundir la secesión entre los presos de las cárceles catalanas. ¡A qué nivel de degeneración ha llegado la escuela austriaca!

Es lo mismo que sucede con Rallo.  No se puede ir de libertario para luego ser un cortesano. Puede ser lucrativo pero no es elegante. Un libertario no puede, por ejemplo, recibir, en 2012, el premio de la Comunidad de Madrid -una institución manifiestamente ineficiente y claramente estatista- al «mejor investigador menor de 40 años en humanidades». 

La postura liberal es la autodeterminación personal. Y a ella debería atenerse el tramposo intelectual Juan Ramón Rallo. Es en sí una negación de la nación, como asociación voluntaria o como comunidad o como cualquier otra cosa. Aténgase a esa sugerente idea del Catedrático de la Universidad de Las Vegas sobre el microbarrio. He de reconocer que me parece absurda, porque el liberalismo se ha tornado una escolástica y una ideología cerrada que ora tiende a la secta ora al chiringuito -no vendría mal que dejaran de ensuciar el nombre y la memoria de Juan de Mariana-, a la reducción al absurdo libertariano. Los experimentos anarcocapitalistas en internet han terminado siempre en estafas.

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La autodeterminación no puede predicarse como derecho, porque sería un derecho del grupo, del colectivo, una aberrante nostalgia de la tribu. Parece mentira que Rallo no caiga en mientes. Es de una impostura abyecta propugnar la autonomía personal para luego legitimar la secesión catalana. Vapuleado por Roberto Centeno, Rallo ha reculado y considera que los secesionistas catalanes habrían de admitir la secesión, lo que manifiestamente niegan en la Ley de Transitoriedad cuando establece que «la soberanía reside en el pueblo catalán». 

La autodeterminación ha sido un principio altamente puesto en práctica en la descolonización siempre con efectos perversos, provocando guerras y violencia. Cuando una nación es fuerte entraña una comunidad moral, con una narrativa común, un plebiscito de los siglos, como indicaba Ernst Renan, una cohesión étnica, religiosa y objetivos comunes de futuro, la unidad de destino en lo universal de la que hablaba José Ortega y Gasset. Son también las regularidades descritas por Karl R. Popper, que permiten la comunicación y el entendimiento de la gente, la pluralidad; mientras que la diversidad es su antítesis, como es la existencia de comunidades yuxtapuestas, intolerantes en su interior.

España es una comunidad suficientemente fuerte como para haber soportado, a estas alturas, más de cuarenta años de demolición, del sistema absurdo y depredador de las autonomías, con instituciones compitiendo por las competencias y el botín electoral, y con persecución y criminalización del sentimiento patriótico. Hay una línea roja que no se puede sobrepasar sin entrar en la espiral absurda y destructiva que lleva al microbarrio o a la declaración de independencia personal, de cada una de las personas. Esa línea roja es la convivencia bajo el imperio de la Ley, fuera de la cual están la barbarie y la guerra civil. Los experimentos de ingeniería social con gaseosa.

A nadie se le exige lealtad al grupo. Una nación, desde luego, no es una asociación voluntaria, tampoco es una comunidad que pueda disolverse (Eslovaquia es una comunidad y la República Checa otra). Quien no quiera pertenecer a la nación puede renunciar a la nacionalidad y abandonarla. Pero no puede, en ningún caso, dañar la integridad territorial. El territorio es un hecho objetivo, frente a los sentimientos subjetivos de pertenencia. Y a lo objetivo hay que atenerse.

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¿Está dispuesto el impostor Rallo a que cierto barrios de Salt o de Reus o de Ripoll pasen a ser territorio marroquí o «tierra de califato»? En la lógica libertariana de Rallo, sí. También ha de estar dispuesto a que buena parte del territorio de Alfaz del Pí, en Alicante, pase a ser de soberanía noruega o ciertas urbanizaciones de Baleares voten para incorporarse al Reino Unido. En términos intelectuales, las elucubraciones de Rallo son una sarta de gilipolleces. Erudición que se blinda a la contrastación.

Federico Jiménez Losantos. /Foto: Telecinco.com.

Lo que cuestiona el liberalismo, al menos el actual, entiendo que Federico Jiménez Losantos se mantiene en la tradición patriótica del liberalismo de La Pepa, y es consciente de que fuera de España -una nación es un Estado de Derecho que permite el desarrollo de los naturales derechos personales- están el frío y la noche totalitarios.

El liberalismo actual, ese liberalismo mercantilista de Rallo, cuyas ideas se mantienen en una utopía que luego le permite aterrizar en la caja fuerte del sistema, es el nuevo totalitarismo, más peligroso en cuanto se camufla. Es hoy el humus, el abono pútrido del globalismo que quiere destruir las patrias para allanar el camino al gobierno mundial de los poderosos, de esas menguadas élites que han concentrado tal nivel de riqueza que pone en peligro la libertad, pues deja en la indefensión a las personas. La Patria es lo que permite el desarrollo de la persona en sus derechos y en su libertad. Sólo los ricos y sus serviles pueden permitirse el lujo de no tener Patria.

Esos demoledores de patrias, no para ir a los microbarrios de baratillo de Rothbard (cuyas tesis fueron demoledoramente contestadas por Robert Nozick), sino a entidades supranacionales y a un gobierno mundial, demuestran un especial empeño en demoler España por Cataluña, donde tiene su sede la Open Society de George Soros, subvencionadora de Diplocat y de entidades separatistas. Y conviene recordar ese extraño premio de la Generalitat a Karl Popper, el maestro de Soros.

En términos intelecturales, Juan Ramón Rallo es un impostor. Y en términos políticos, un traidor. En resumen, un perfecto imbécil. El liberalismo se ha convertido en el último refugio de estúpidos, trincones -la participación de liberales oficiales en la depredación corrupta y el parasitismo de lo estatal, ha sido estelar- y mantenidos.